«Me pregunto con frecuencia si mi vida dice algo»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Entrevista al sacerdote José Emilio Cabra, nacido en Málaga en 1969 y ordenado en 1999.

¿Qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?

Agradecerla. Porque significa que la entendemos como lo que es, un regalo. Y la mejor manera de agradecerla es que dé fruto.

¿A vivir se aprende? ¿Y a ser sacerdote?

Claro. Nadie nace sabiendo. Uno aprende a ser cura siéndolo, a fuerza de kilómetros con el Señor y con la gente.

¿Crees que sabes vivir?

Sigo siendo un aprendiz. Un aprendiz asombrado.

¿Has sufrido alguna crisis vital? ¿En qué o en quién te apoyaste cuando la sufriste?

Cómo no. Supongo que todos pasamos por momentos en que «cambiamos la piel» y que nos ayudan a crecer. Me ayudó y me ayuda mantener el acompañamiento espiritual y confiar en la fidelidad de Dios.

¿Cuál crees que es tu gran aportación a la Diócesis de Málaga?

Nada comparado con lo que la Diócesis me ha aportado a mí.

¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra Iglesia local hoy?

Que no perdamos la alegría cuando vamos siendo menos y mayores. Y que sepamos ir a lo esencial en estos tiempos que nos despojan.

¿El peor pecado con el que has tenido que lidiar?

¿Propio o ajeno? Lidio todos los días con mi propia mediocridad. Y trato de capotear la superficialidad, esa frivolidad que anda, como los virus, por la televisión, por internet, en las conversaciones… porque me irrita. No merece la pena.

¿Qué cosas te importan de verdad y qué cosas no te importan nada?

Me importa que la gente conozca al Señor, que encuentre motivos de esperanza, que haya menos tristeza. Me importan las personas que Dios me pone por delante en la tarea pastoral. Me importa mi familia. Me importa el presbiterio y el seminario de Málaga. Y no me importa nada, nada… el fútbol (Ríe).

¿Quién es Jesucristo para ti?

Cuando trato de responder a esta pregunta, las palabras nunca reflejan lo que siento. Lo digo con toda humildad. Lo más parecido es aquello que decía san Pablo: «Para mí la vida es Cristo».

¿Quién dice la gente que eres tú?

Habrá que preguntárselo a ellos…

¿Te gusta complicarte la vida?

Procuro simplificar mi vida.

¿Cómo te gustaría morir?

Sin dar qué hacer.

¿Qué le dirías a quien se esté planteando si Dios lo llama para ser cura?

«Mira, yo no sé si soy un ejemplo convincente, pero te aseguro que esto merece la pena».

¿Qué preguntarías a un joven que se plantea su vocación sacerdotal?

Dos preguntas. Una ya me la has hecho tú: ¿quién es Jesús para ti? Otra: ¿estás dispuesto de veras a que tu vida ya no sea tuya?

¿Podemos decir que hemos venido y estamos aquí para ser felices?

Es lo que quiere un padre para sus hijos; eso querría Dios cuando nos creó, ¿no?

¿Qué te preguntas?

Me pregunto con frecuencia si mi vida dice algo.

¿Cómo te ves con el paso del tiempo? ¿Has mejorado como los buenos vinos?

Me veo más flexible, más comprensivo con los fallos ajenos y con los propios. Con más ganas de reírme y con más capacidad de relativizar las cosas. Y me veo con los primeros achaques. No sé si eso es mejorar como los vinos…

¿Qué es lo más complicado que vives como sacerdote?

Me cuesta ofrecer los sacramentos y que no se valoren: me desgasta. Procuro entonces cambiar la perspectiva y entender cómo mirará el Señor esas situaciones, a esas personas.

¿Dónde encuentras la felicidad?

Cada vez que cierro la puerta, termino el día y repaso caras, encuentros, problemas, historias, que han sido un regalo del Señor.

¿Rezas para tener éxito?

Rezo porque necesito rezar como respirar: si no, me falta aire. Y suelo ponerle al Señor por delante las cosas que me toca hacer para que salgan como él quiera. Eso del éxito… como que no encaja con nuestro lenguaje.

¿Te preocupa cómo vive la gente? ¿Por qué?

Me preocupa que la gente no encuentre la verdadera alegría, que la busque donde no está. Me preocupa no saber ayudarlos a que la descubran. Porque se pierden lo mejor.

¿Eres un sacerdote dócil?

Intento ser un sacerdote obediente y, a la vez, sincero.

¿Qué es para ti el tiempo?

Un bien escaso. Por eso mismo, es lo mejor que puedo dedicar a las personas.

¿De qué te arrepientes o tienes remordimientos?

¡Me arrepiento de tantas cosas cada vez que me confieso…! Pero remordimientos no me quedan. Me siento de veras perdonado.

¿Cuál consideras la virtud más sobrevalorada?

El cuidado de la propia imagen.

¿Cuál es tu viaje favorito?

Cualquier ocasión de ir a la Serranía de Ronda.

¿Pequeños placeres?

Conversar con los amigos tomando un café. Si puede ser frente al mar, mejor.

Hay quien sugiere que la soledad del cura puede llegar a ser insoportable, ¿has vivido la soledad como un calvario alguna vez? Si es así ¿qué hiciste para abrazarlo?

Recuerdo que la soledad me preocupaba mucho en los años de seminario: «¿Seré capaz? ¿Y si no aguanto?» Luego, la verdad, nunca ha sido una cruz. Hay un punto de soledad que nos acompaña a todos. Y nunca me han faltado compañeros de camino.

¿Un olor que recuerdes?

El de la casa de mi abuela, de pequeño.

¿Un perfume que te cautive?

(Ríe) Rafa, hijo, qué preguntas…

¿Tu flor favorita?

La verdad, no lo he pensado nunca…

¿La palabra más hermosa del diccionario?

Si el diccionario incluye nombres propios, Jesús.

¿El regalo más bello que te ha hecho ser presbítero?

Ser testigo del paso de Dios por la vida de la gente.

A estas alturas del partido ¿volverías a ser sacerdote?

No sé cómo vamos de tiempo, pero seguro que ya estamos en la segunda mitad. Sin duda, volvería a serlo.

Chaplin, como casi todos, empezó diciendo que la vida era maravillosa y acabó diciendo que no tenía ninguna gracia. ¿Qué le responderías?

«Pero hombre, Chaplin, ¿qué te ha pasado?»

Rafael J. Pérez Pallarés

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