Santiago Agrelo Martínez, (La Coruña 1942) es arzobispo de Tánger desde 2007. Este religioso franciscano visitó recientemente Málaga para impartir una conferencia con motivo del Centenario de la muerte de Foucauld, que se acaba de clausurar el 1 de diciembre.
¿Qué significa para usted ser arzobispo de Tánger?
Pues, mi vida ha sido ser lo que me tocó ser en cada momento. Estuve muchos años en Roma, donde fui profesor de la Pontificia Universidad Antonianum, pero solicité estar en una parroquia, necesitaba algo más que los claustros. Y allá que me enviaron, a un barrio de las periferias de Roma, junto a los jóvenes de la calle, entre los que aún conservo muchos amigos. Fui párroco de lugares en los que hacía muchos años que no veían a un cura, pero en pocos meses establecía relaciones personales con la gente. No se trata de hacer visitas oficiales, sino de encontrarse con la gente en los caminos y en las carreteras y pararte a hablar con ellos. Cuando llegué a Tánger, donde nunca antes había estado, fue la realidad la que me fue conformando como soy. En Tánger, lo primero que te encuentras es el mundo musulmán y la realidad de los inmigrantes. Creamos la Delegación de Migraciones y entramos en contacto directo con un mundo de mucho sufrimiento, pero también de muchísima esperanza e ilusión. Un mundo muy humano.
En cuanto a la inmigración, ¿le ha llegado a desbordar la realidad?
Claro que sí, pero como en tantas cosas de la vida que no caen bajo nuestro control. Pero lo importante no es que puedas resolver situaciones, sino que puedas estar. Yo creo que lo más importante es estar junto a la gente que nadie se sienta abandonado en su camino, que no sienta que no existe para los demás. Yo tengo como principio que quien pase a mi lado sepa que existe para mí.
¿Quién es para usted Carlos de Foucauld?
En el norte de África, Carlos de Foucauld significa muchísimo. Representa una manera de ser Iglesia entre los musulmanes; una forma distinta de llevar el Evangelio. En el norte de África tenemos muy claro que nosotros el Evangelio lo llevamos puesto, lo ofrecemos con nuestra vida. Yo digo que estoy en Marruecos para que los musulmanes sean buenos musulmanes. Soñamos con que, si ven tu vida cristiana, eso les lleve a hacerse preguntas sobre la fe. Yo me hago muchas preguntas sobre la fe y seguro que algunas nacen al calor de la cercanía del mundo musulmán a mi vida. Imagínate a los jóvenes que están en Marruecos, muchos de ellos esperando para saltar una vaya o cruzar el Estrecho; pues lo normal es que te los encuentres arrodillados orando, o que te digan cuando les llevas de comer y los animas a no perder el ánimo: “Dios nos ayuda”. Eso no estamos habituados a verlo en Europa. En este sentido, creo que es una riqueza para nuestra sociedad europea la llegada de estos jóvenes, desde el punto de vista económico, desde el cultural y creo que también desde la vida de fe.
¿Cómo es la acogida a los inmigrantes en su diócesis?
Tenemos un equipo muy organizado en la Delegación de Migraciones, con mediadores sociales, psicólogos… Cuando llegan los inmigrantes, lo primero que hacemos es escucharlos para saber qué ayuda necesitan. Normalmente nosotros nos ocupamos del alojamiento, la atención médica y la alimentación. Pero las circunstancias de quienes llegan son muy distintas, teniendo en cuenta que las circunstancias son muy distintas en cada persona. Llevamos un control exhaustivo de la ficha de cada persona y se establecen prioridades para distribuir lo mejor posible los recursos, que siempre son limitados.
¿Qué nos diría Carlos de Foucauld hoy día?
La verdad es que no sabría decirle (se ríe). Pero creo que, en 100 años, no ha cambiado mucho la situación. Carlos de Foucauld fue un converso, un joven que vivió una buena vida, pero que tuvo una experiencia de encuentro con Jesús que lo marcó. Eso es lo que yo me pregunto hoy día: ¿cómo llevar a los jóvenes de hoy a tener la experiencia de encuentro con Jesús de Nazaret que tuvo Carlos? ¿Cómo encontrarnos con Jesús? Pues, una vez que se dé ese encuentro, lo demás va viniendo. Empiezas a descubrir otro mundo, otras relaciones, otro modo de estar con los demás y el musulmán deja de ser el enemigo para ser el hermano con el que convivir y colaborar. Pero hace falta el encuentro previo con ese extraño personaje que se llama Jesús.