
Desde que fuera recuperada en un rincón de las cubiertas donde estaba arrumbada, este objeto ha pasado a ser un elemento curioso para quienes visitan la Catedral.
Puesto en valor por la Escuela Taller Molina Lario, que estuvo operativa desde 1996 bajo la dirección del aparejador Fernando Ramos, a simple vista no es más que un soporte metálico que contiene una piedra cilíndrica y otra prismática suspendida de una maroma. Son la nuez y el perpendículo de la enorme plomada que se utilizó durante las obras de construcción de la ampliación de la Catedral, en la segunda mitad del siglo XVIII. La misma marcaba la línea vertical esencial para la seguridad de la estructura que se iba levantando. Es, prácticamente, lo único que queda de los utensilios empleados por los obreros que hicieron posible la maravilla de nuestra iglesia madre por lo que, en cierta forma, la plomada viene a ser un homenaje a su labor.
Sabemos, por la documentación capitular, que durante las obras se levantó un gran cobertizo frente a la fachada principal que, además, hizo de taller. En marzo de 1784, una vez que era una certeza la paralización de los trabajos por falta de fondos, el Ayuntamiento exigió al Cabildo que dicho almacén fuera desmontado. Hoy, doscientos veintidós años después, un nuevo sotechado enclavado en el Postigo de los Abades y provisto de toda la tecnología de nuestra época vuelve a prestar servicio a los trabajadores que están acometiendo la construcción del ansiado tejado.

