Joven malagueño decide ser sacerdote y misionero en China tras la JMJ

Diócesis de Málaga
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Francisco Cerezuela González comienza este curso 1º de Bachillerato tras un verano intenso: salir con los amigos de la parroquia, ir a la playa e incluso unos días en el pueblo de su familia en la sierra de Madrid. Podrían haber sido unas vacaciones como otras cualquiera, como las que han vivido tantos miles de chicos malagueños, si no fuera porque a finales de julio participó en un acontecimiento excepcional: la JMJ de Río de Janeiro.

Francisco Cerezuela González comienza este curso 1º de Bachillerato tras un verano intenso: salir con los amigos de la parroquia, ir a la playa e incluso unos días en el pueblo de su familia en la sierra de Madrid. Podrían haber sido unas vacaciones como otras cualquiera, como las que han vivido tantos miles de chicos malagueños, si no fuera porque a finales de julio participó en un acontecimiento excepcional: la JMJ de Río de Janeiro. Excepcional por las cifras: Más de 3,5 millones de participantes (200 de nuestra diócesis); excepcional por el torrente de gracias que ha producido en todo el mundo; y excepcional, en su caso particular, porque ha supuesto la confirmación a la llamada que ya había recibido de parte del Señor: ser sacerdote misionero en China. «Todo ha sido una gracia – señala-. Yo no me esperaba que fuera a salir así. Cuando me anunciaron que el viaje costaría 1.800 euros pensé que no iba a poder ir. Pero mis catequistas me dijeron también: «pero si tienes fe, irás». Al oír esto dije: «¡Pues entonces voy a ir, porque yo me quiero encontrar allí con el Señor!». Durante casi dos años estuve haciendo todo lo que podía para sacar dinero para el viaje: rifas, sorteos, venta de todo tipo de artículos artesanales (baberos, pulseras, anillos, coleteros…)».

Francisco es el segundo de 10 hermanos y su inquietud nació en un viaje de toda la familia a China a visitar a un familiar: «me llamó mucho la atención el sufrimiento que tiene allí la gente por no conocer al Señor. Cuando íbamos por la calle, la gente paraba a mi madre por la calle y le daba besos diciéndole que era una bendición ver tantos hijos. Le decían «¡gracias por esto!», llorando por la pena que tenían porque allí las leyes les impiden tener más de un hijo. Yo, que renegaba muchas veces de mis hermanos, vi la bendición de familia que tengo. Allí tienen en las casas una habitación donde guardan las cenizas de sus difuntos y encienden una luz roja para ahuyentar a los malos espíritus. Y pensé: «¡deben conocer al Señor porque ahí es donde está la verdadera alegría, en el amor de Dios!»».

Este joven quinceañero, que pertenece a la parroquia de San Patricio donde realiza el Camino Neocatecumenal, ha participado también en los encuentros vocacionales posteriores a cada JMJ que organizan siempre los iniciadores de esta realidad eclesial. Ya en Madrid 2010 sintió la llamada del Señor y, recientemente, en Río, esta llamada se ha confirmado. «Las palabras del Papa en Brasil me ayudaron mucho porque nos dijo que no tuviéramos miedo de salir al mundo entero a anunciar el Evangelio. Y era justo mi preocupación: ver que las personas sufren por no poder conocer al Señor, sabiendo que yo les puedo llevar la Buena Noticia».

«Antes de que pidieran vocaciones, recuerdo una oración: «Señor manda obreros a tu mies para que anuncien el Evangelio. Muchos son los llamados pero pocos los escogidos». Cuando la recé en Brasil el corazón se me llenó de una alegría inmensa. Pensé esto es para mí, esto es lo que el Señor quiere para mí. Si esto es lo que quiere, que yo pueda aceptar su voluntad»».

Los jóvenes que reciben esta llamada no están solos. Son acompañados después en su discernimiento vocacional por su comunidad y por sus catequistas, además de participar en un encuentro mensual con chicos que también se han puesto a disposición del Señor. «Me han mandado que lea diariamente la Palabra de Dios y que haga cinco minutos de oración con el Señor. Y, si puedo, que vaya a misa todos los días y rece el rosario. A veces pienso que es un poco «pestiñazo», pero me he dado cuenta de que si no obedezco, no puedo seguir firme en mi vocación».

Cuando acabe sus estudios y cumpla los 18 años, lo tiene claro: «Yo siento la llamada para hacerme sacerdote e ir a China, pero si tengo que ir a otro sitio iré. Por si acaso, este curso pasado ya me he sacado el A1 de chino en la escuela de idiomas y pienso continuar».

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