
La oferta de ejercicios espirituales en la diócesis se multiplica en los meses estivales. Hablamos de esta propuesta para crecer interiormente con José Emilio Cabra, doctor en Teología Espiritual, profesor de los Centros Teológicos Diocesanos, director de la Escuela de Teología San Manuel González y párroco en Nuestra Señora de los Remedios (Málaga)
¿Qué son los ejercicios espirituales y por qué son recomendables?
Unos días de retiro en principio siempre vienen bien. El apartarse unos días del ajetreo que llevamos, de la cantidad de trabajo, de las prisas. Unos días para apartarnos, para reflexionar y, si somos creyentes, para rezar y ponernos más en contacto con Dios, siempre son buenos. Cuando hablamos de los ejercicios espirituales, sobre todo de los ejercicios ignacianos, hablamos de un tiempo en que uno se aparta, pero siguiendo un método de encuentro con el Señor. Los ejercicios de san Ignacio son un itinerario que pensó para, en principio, 30 días, aunque ofrece versiones más breves. Cualquiera de los modos de retiro, en particular este de san Ignacio, es muy provechoso, porque te pone muy en paralelo con el Señor, confrontando tu vida con la suya. Y eso siempre es beneficioso.
¿Por qué los llama ejercicios?
Porque tienen su trabajo. No se va de ejercicios para tumbarse y no hacer nada, sino que uno va a ponerse delante del Señor y a “trabajarse”.
¿Es recomendable de igual modo para seglares, religiosos, religiosas y sacerdotes?
A todos nos vienen bien unos ejercicios espirituales. Te diría que no son obligatorios para ser santos, que la gracia actúa como quiere. Pero son recomendables. Depende, eso sí, del ritmo de oración que uno tenga: apartarse supone una ascesis, y adquirir un ritmo de oración intenso necesita un aprendizaje. La oración, aunque es gracia, y Dios nos la concede, requiere una capacidad de silencio, de atención. Por eso, a unos ejercicios de mes no hay que tenerles miedo, pero hace falta un entrenamiento previo. Quizás es recomendable empezar por un fin de semana de retiro acompañado. Hay experiencias de silencio prácticamente absoluto, pero también otras acompañadas en que te van guiando con charlas. Si no se tiene ese “entrenamiento”, puede ser mejor empezar con algo más breve y, quien pueda, ir pasando a más. Siempre es muy recomendable.
¿Con qué frecuencia?
A los curas se nos recomienda hacer ejercicios una semana al año. Es un tiempo suficientemente largo como para olvidarte de un poco, separarte de las cosas, de la actividad, tener un poquito de perspectiva para rezar y ponerte a tiro de Dios. Es normal que necesites un tiempo de sintonía, de abrir la puerta, y muchas veces hasta el segundo o tercer día no entras de lleno en los ejercicios.
¿Qué frutos se pueden esperar?
A veces pensamos después de unos ejercicios: “he sacado estos compromisos, estos frutos concretos, estos objetivos; me había planteado tal cosa y salgo con tres propósitos”. Personalmente, suelo desconfiar en mí mismo de que esos propósitos permanezcan en el tiempo. Creo que lo bueno de los ejercicios es que fortalecen o renuevan la amistad con el Señor, la cercanía con el Señor, el tomar conciencia de que estamos con Él y Él con nosotros, y de que escuchamos su Palabra, que dejamos que nos transforme con cierta tranquilidad. Ese roce es lo que nos cambia. Con nuestra colaboración, sí, pero cuando uno se roza con el Señor, te cambia mucho más que lo que puedas proponerte. Luego es verdad que ese trato con el Señor te da luces concretas. pone al descubierto aspectos de tu vida que hay que mejorar. Y si Él te da la fuerza, caminas por ahí. Pero creo que la gran transformación la da el rozarse con Él. Igual que se nos pegan los gestos de los amigos, de los padres. Cuando pasas tiempo con el Señor, cuando te aproximas a Él, se nota.
¿Por qué el verano es una ocasión propicia?
Normalmente es cuando tenemos más tiempo, cuando solemos disponer de unos días de vacaciones, y eso hace que la oferta para laicos, sacerdotes y religiosos sea mayor. Los sacerdotes podemos organizarnos y hacer turnos para sustituirnos. Dedicar unos días de tu descanso a hacer ejercicios es siempre una inversión provechosa.
¿Y más o menos personalizados, acompañados por sacerdotes, religiosos o laicos?
San Ignacio los daba de uno en uno. Retiraba a la persona, la apartaba del mundo y lo acompañaba. Y claro, de ahí salían en un mes auténticos “tigres” que se comían el mundo, aquellos primeros jesuitas. La tanda, por otro lado, te ofrece un grupo que te arropa; suele haber un ritmo de charlas, de liturgia, que te sirve de apoyo y te va facilitando la tarea. Los ejercicios personalizados normalmente requieren más tiempo de silencio, de estar tú solo, que tiene su ventaja si eres capaz de gestionar el tiempo solo. Con un poquito de material que te den, unas pistas, la Palabra de Dios y una capilla, ya tienes para todo el día. Eso puede dar para ahondar más. Más importante incluso que sean dirigidos por un cura, una religiosa o un laico, que los hay muy bien preparados, es el contacto, el confrontarte, el acompañamiento que puedas tener con quien da los ejercicios. Porque al final lo que uno va rezando, lo que piensa, las luces que el Señor te da, necesitas ponerlas delante de otro para ver si vas bien, si te estás engañando, si estás escuchando lo que quieres escuchar; o que, si te estás desanimando, te diga: «venga, ánimo, que vas bien». Siempre el que haya un testigo, aunque sea un ratito, de lo que vas rezando en el día, hace mucho bien. No se trata sólo de la soledad por la soledad, o del silencio por el silencio. Estos son instrumentos para encontrarte con el Señor. Y alguien que haga un poco de mirada desde fuera de lo que te está pasando es muy positivo.
¿Cómo debemos disponernos antes de ir?
San Ignacio decía que con “grande ánimo y liberalidad”, es decir, con muchas ganas. Suele pasar a veces que te apuntas con entusiasmo y el día antes empieza la duda, la pereza. Recomiendo vencer esa pereza, ir con muchas ganas, porque Dios siempre dice algo y es una oportunidad preciosa. Con ganas, por tanto, y también con “liberalidad”, es decir, con generosidad, con ganas de darse, de poner la carne en el asador. Y luego, de forma práctica, en lo posible ayuda también el ir desconectándose un poquito en el tiempo previo. Ir bajando el enganche al móvil poco a poco, el consumo de noticias. Para no llegar a los ejercicios y encontrarnos como cuando damos un frenazo en un vehículo, que todo lo que llevamos detrás se nos viene de golpe hacia adelante. En la medida que puedas, los días antes ve haciendo un poquito más de ejercicio de oración, de tiempo pausado, prestando más atención a la Palabra de Dios, quitándote de pantallas… Eso ayuda mucho.