Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND). Celebración con comunidades neo-catecumenales (Loja-Granada)

Diócesis de Málaga
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Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND), en la celebración con comunidades neo-catecumenales (Loja-Granada) el 21 de octubre de 2012.

JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES (DOMUND)
Celebración con Comunidades Neo-Catecumenales
(Loja-Granada, 21 octubre 2012)
 

Lecturas: Is 53, 2-3.10-11; Hb 4, 14-16; Mc 10, 35-45.

1.- Antes de iniciar la reflexión deseo informar que conozco el Camino Neo-Catecumenal desde 1973 en Valencia. Y desde que soy sacerdote he celebrado muchas veces con las comunidades. El Señor me llevó por sus caminos providentes hasta Roma, donde tuve la oportunidad de conocer y compartir directamente con Kiko Argüello en las Asambleas Sinodales de los Obispos. Aunque el Señor no me ha llamado por ahí y no he pertenecido al Camino Neo-catecumenal, he tenido siempre muy buena relación. Posteriormente, como Obispo, he presidido prácticamente con las Comunidades los distintos pasos del proceso.

            En estos días habéis rezado y reflexionado sobre la Palabra de Dios; ahora celebramos litúrgicamente la Palabra y el Sacramento.

El Siervo de Yahveh, presentado por el profeta Isaías, se refiere a Jesús de Nazaret como «despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable» (Is 53, 3). Lo más importante de este varón de dolores, hombre avezado en el sufrimiento, es que su vida tiene un sentido expiatorio. Miseria y sufrimiento hay mucha, y todos podemos haber sufrido. ¡Cuántos enfermos, cuántas desgracias y cuánto mal! Hay mucho sufrimiento; pero solo la muerte de Cristo es expiatoria.

            Nos contaba un profesor de Teología Fundamental que todo acontecimiento histórico (factum brutum) puede ser interpretado de muchas maneras. Hay mucha gente que ha dado su vida: por ideales, por política, por dinero, por la familia, por muchas cosas. Pero la muerte de esas personas no es significativa para la humanidad; esa muerte no redime ni salva a nadie.

Sin embargo, la muerte del “Varón de dolores”, la muerte de Cristo en la cruz, que actualizamos ahora en la Eucaristía, es una muerte redentora y única. No ha habido otra muerte redentora, ni siquiera la de la Virgen; Ella es corredentora análogamente.

            Por tanto, sí que es importante que actualicemos la muerte de Cristo en sentido redentor, en sentido expiatorio. Dios ha querido en Cristo cargar nuestros pecados y nuestras dolencias. Él soportó nuestros delitos, que nos tocaban a nosotros. Eso es motivo de acción de gracias.

Os animo a que cuando recibamos después el Cuerpo y la Sangre de Cristo le digamos: “Gracias Señor, porque Tú me has salvado; has cargado mis pecados y mis miserias; has expiado por mí. Nadie lo ha hecho y nadie lo hará”.

2.- El segundo punto es de la carta a los Hebreos, que habla del sacerdocio de Jesucristo y que es continuación de este tema. Dice Hebreos: «Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos – Jesús, el Hijo de Dios – mantengamos firmes la fe que profesamos» (Hb 4, 14). Y, ¿por qué puedo yo profesar la fe? Porque hay Alguien que me conduce, que es el iniciador de mi fe y el que completa mi fe. ¿Quién es? Cristo.

En este Año de la fe, que acabamos de iniciar, se nos pide celebrarla, rezarla, vivirla, profesarla, testimoniarla. Todo eso se nos pide a todos los cristianos. Y de un modo especial hoy os lo pido a vosotros, queridos miembros de Comunidades Neo-catecumenales. Pero eso sólo es posible en Jesucristo. Uno no es testigo de la fe porque quiera serlo. La fe nos la regala Dios; en la fe nos hace caminar y la fe nos la completa Él. Eso es muy importante. Cristo es quien inicia y completa nuestra fe. Es el único Pontífice, el único Sumo Sacerdote.

            Nuestro sacerdocio presbiteral o ministerial es una simple participación en su sacerdocio. Y vuestro sacerdocio común bautismal es la participación en su sacerdocio. Somos todos sacerdotes; es decir, “sacer- facere”: sacralizamos las cosas. Podemos sacralizar nuestra sociedad y nuestro mundo con nuestra fe y con nuestro amor, con nuestro testimonio. En el sentido de que quien sacraliza es Cristo, que me permite y me regala ser presencia suya en esta sociedad que no acaba de quererle.

3.- El tercer punto es sobre el Evangelio. Los Zebedeos se acercan al Señor (cf. Mc 10, 35) y le piden un deseo, un proyecto, un sueño. ¿Verdad que es difícil renunciar a los bienes materiales? Tenéis experiencia, porque os toca “rascaros el bolsillo”. Sobre este punto, cuando escucho críticas contra el Camino Neo-catecumenal suelo defenderos, diciendo: “Mirad, una prueba de que alguien está en camino de conversión es cuando se toca el bolsillo. Es signo claro de que Dios le ha tocado. Y las Comunidades, doy fe, se rascan el bolsillo”. A veces nos cuesta desprendernos de las cosas, que son bienes externos. Todos vosotros habéis pasado el primer “Paso” del desprendimiento y de la entrega; es decir, “arrebatarle al diablo el botín”. Un servidor he recibido parte de los “botines” de las comunidades.

¿Qué cuesta más: desprenderse de unos bienes materiales (un coche, una joya, una casa, dinero) o desprenderse de los propios sueños, proyectos y plantes? La Virgen no tuvo que desprenderse de mucho, porque tenía poco materialmente hablando. Pero tuvo que desprenderse de su plan de vida.

Y los Zebedeos aún no habían entendido al Señor. Su sueño era ser hombres importantes y con poder: «Concédenos que nos sentemos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu izquierda» (Mc 10, 37). Ellos deseaban reinar y no querían perder ese sueño. Ante esto el Señor “le da la vuelta a la tortilla” y plantea otra cosa: «La copa que yo voy a beber, sí la beberéis y también seréis bautizados con el bautismo con que yo voy a ser bautizado; pero, sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado» (Mc 10, 39-40). Es como si les respondiera que sus sueños no van a ninguna parte; y no se los iba a regalar.

Creo que el Señor nos pide muchas veces que le ofrezcamos nuestros sueños, nuestros planes; que es lo que más nos cuesta. Y que realmente nos pongamos en sus manos, porque después saldremos ganando.

4.- El Señor, como nos ama, nos exige. He vivido experiencias personales de resistencia a la voluntad del Señor, porque me costaba lo que me estaba pidiendo. Pero cuando le respondía que aceptaba su voluntad, encontraba una gran paz y desaparecían los temores. El Señor me pedía que aceptara; y muchas veces, al rendirme interiormente a su voluntad, Dios resolvía de otra manera las cosas y ya no era necesario realizar lo que él me pedía.

Cristo nos pide que nos ofrezcamos, al igual que él se ofreció en oblación a la voluntad del Padre; Cristo nos pide la oblación de nuestra vida, que más difícil que ofrecerle “cosas”. pero es lo que realmente nos pide y lo que tenemos que ofrecerle.

5.- Hoy celebramos la Jornada Mundial de la Propagación de la fe (DOMUN). El Sínodo de los Obispos, que se está celebrando en estas semanas, es una buena ocasión para tomar conciencia de la necesidad de llevar a cabo la hermosa tarea de evangelizar.

La misión “ad gentes” y la nueva evangelización a los no creyentes, debe ser realizada complementariamente con la re-evangelización a los cristianos que abandonaron la fe o descuidaron su praxis.

Así nos lo recuerda el papa Benedicto: “Este renovado dinamismo de evangelización produce un influjo beneficioso sobre las dos «ramas» específicas que se desarrollan a partir de ella, es decir, por una parte, la missio ad gentes, esto es el anuncio del Evangelio a aquellos que aún no conocen a Jesucristo y su mensaje de salvación; y, por otra parte, la nueva evangelización, orientada principalmente a las personas que, aun estando bautizadas, se han alejado de la Iglesia, y viven sin tener en cuenta la praxis cristiana” (Homilía en la Apertura del Sínodo de los Obispos y proclamación de San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen “Doctores de la Iglesia”, Vaticano, 7.10.2012).

6.- El Año de la Fe es una gracia y una oportunidad, que se nos ofrece, para confirmar nuestra disponibilidad y nuestro servicio en la proclamación del Evangelio. Estamos llamados a ofrecernos al servicio de la Iglesia universal; a mejorar nuestra cooperación misionera; a orar para que Dios sea conocido en todo el mundo. La Iglesia existe para evangelizar; esa es su misión y su razón de existir. Siguiendo el mandato del Señor Jesucristo, sus discípulos fueron por el mundo entero para anunciar la Buena Noticia.

El Año de la fe, la celebración de la Asamblea del Sínodo de los Obispos y el Cincuenta Aniversario del Concilio son acontecimientos tan preciosos que nos exhortan a responder a la llamada del Señor para ser sus testigos. Nuestra misión se dirige tanto hacia los que no conocen a Cristo, como a los ya bautizados. Sigue habiendo en nuestro entorno gente que no ha escuchado el mensaje de Jesucristo. Y sigue habiendo otros que sí escucharon el mensaje y recibieron la fe, pero la abandonaron y ahora son ascuas apagadas.

Os pido a las Comunidades que este Año de la fe intensifiquéis la tarea misionera, el anuncio de la Buena Nueva. Nuestro mundo lo necesita.

Ya sabemos que somos pocos, pobres y con pocas posibilidades; pero eso no importa. El Espíritu hace fructificar, si somos instrumentos dóciles suyos. Él hace maravillas a través de nosotros

La Virgen María, que renunció a sus propios planes, nos anime, nos ayude y acompañe en este camino. Os invito a vivir con alegría de este nuevo Año de la fe. Amén.

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