Marco Frisina, director del Coro de la Diócesis de Roma y batuta de las principales celebraciones vaticanas, ha dirigido en Málaga una semana de formación y encuentro con coros de toda España, al amparo de la Diócesis de Málaga, que ha concluido con un magno concierto en la Catedral
¿Qué impresión se lleva de su estancia?
Estar en Málaga ha sido extraordinario. No había estado nunca en Andalucía, y me ha sorprendido el hecho de que mi música me preceda y llegue incluso a lugares donde yo personalmente no he estado. Además, he conocido a mucha gente con quien comparto la música, la fe, la alegría de testimoniar el Evangelio, y a quien la música ayuda a abrir su corazón para acoger las cosas bellas de Dios.
¿Qué aporta la música a la liturgia católica?
Ya el Concilio Vaticano II habla de la música no como un simple ornamento, sino como parte integral de la liturgia. Como cada oración, habla a Dios y de Dios. Por tanto, debe tener dignidad y belleza, pero también la fuerza propia de la oración. La liturgia no es un espectáculo, sino un diálogo vivo entre Dios y el ser humano en el que se realiza la salvación. Por eso, la música, para que sea efectiva y concreta, el canto debe servir para expresar a Dios su oración con todo el alma, con todo el corazón, con todas las fuerzas.
Benedicto XVI es un apasionado de la música. ¿Y Francisco?
Habitualmente, no quiere hacerse presente en los conciertos, pero no porque no ame la música, sino porque no quiere aparecer como el soberano que va a recibir honores. Pero pienso que él, y así lo ha escrito en su encíclica, cree que la música es importante para comunicar la fe. En una audiencia antes del concierto dedicado a los pobres que celebramos el año pasado en el Aula Pablo VI, me ha dicho una frase preciosa: «Con este concierto puedes sembrar la semilla de la alegría en el corazón de la gente, porque la música une y eleva». Éste es su pensamiento, y lleva razón, porque la música une a personas diversas y lejanas y las eleva, como una oración. Éste es un fin extraordinario de la música.
Jóvenes de todo el mundo cantarán estos días junto al Papa «Jesus Christ, you are my life». ¿Cómo surgió este himno de las JMJ?
De una forma muy curiosa. Me encargaron escribir un canto para la JMJ de Roma en el año 2000, para el momento de la acogida festiva de los jóvenes al Papa. Me decidí por el inglés y una frase corta, fácil de memorizar. En una comida con el Coro de la Diócesis de Roma me vino la idea y la apunté en una servilleta. Cuando llegó la JMJ, todos la cantaron y, al final de la vigilia, en un parón en el que Juan Pablo II miraba el reloj, la interpretamos de nuevo para rellenar ese vacío, y el Papa empezó a bailar junto a los jóvenes levantando las manos en unas imágenes que se han hecho famosas. Desde entonces, se ha convertido en una especie de himno de la JMJ, cuando no lo era, y se ha traducido a todas las lenguas.
¿Cómo ayuda la música en la oración?
La música abre el corazón, su capacidad, porque habla un lenguaje que va más allá de las palabras, hecho de sentimientos, de recuerdos, de emociones, de todo lo que está en el inconsciente de cada uno. Entonces, la música abre esta puerta del corazón y si es adecuada, el corazón se abre en la dirección adecuada, porque se puede abrir también en otra dirección. Y en la oración, la música ayuda a dilatar el corazón. Para mí es siempre un acto de amor, sólo se canta por amor. Si a ese acto de amor se une la palabra, una palabra de oración, que expresa verdaderamente un acto de amor a Dios y a los hermanos, te redimensiona, se convierte en una oración al cuadrado.
¿Imagina su vida sin la música?
Ahora no, pero a pesar de ser importante en mi vida, es la consecuencia de algo, no el fin ni tampoco el principio. Es un medio, un instrumento. Y si es instrumento del Evangelio, se convierte en algo grande. Dentro de sesenta años, nadie se acordará de nosotros, pero lo que hemos sembrado, permanecerá. Por tanto, es necesario enseñar a la gente a cantar, porque si el fruto de la música es la alegría, les estaremos enseñando la verdadera alegría que se tiene solo delante de Dios. Estamos en la tierra para hacer una prueba de canto. Y para entrar en el Paraíso, haremos un examen ante santa Cecilia, san Gregorio… que nos preguntarán: «¿En tu vida, has cantado o ha sido un puro desafine?» Si nuestra vida no «canta», seremos descartados (bromea) y si no «canta» bien, iremos al purgatorio a seguir ensayando. Así que aprendamos a cantar, hagamos de nuestra vida un canto.
Ana María Medina