«Ellas son esos faros que nos alumbran el camino»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Este domingo 4 de junio, Solemnidad de la Santísima Trinidad, celebramos la Jornada Pro Orantibus, dedicada a la vida contemplativa. Una vida que en la Diócesis de Málaga tiene rostro femenino y que cuenta con 149 consagradas repartidas en 18 monasterios a lo largo de toda la provincia. Ellas son «esos faros que están ahí alumbrándonos el camino para saber realmente por dónde tenemos que ir», recuerda el delegado diocesano para la Vida Consagrada, José Manuel Fernández Camino, rescatando unas palabras del papa Francisco.

En esta jornada Pro Orantibus, el también párroco de Stella Maris, de la capital, pide que no olvidemos a las monjas de clausura pues «están más cerca de lo que pensamos, rezando por cada uno de nosotros y elaborando con sus manos las formas que nos acercan el cuerpo de Cristo en cada Eucaristía».

Tras la toma de Málaga en 1487, las primeras órdenes religiosas presentes en la diócesis llegaron de la mano de los Reyes Católicos y, desde entonces, su misión ha sido la de rezar por la Iglesia. Como afirma el delegado para la Vida Consagrada, «hace unos años se preguntaba el papa Francisco qué sería de la Iglesia sin la vida contemplativa y decía que nos faltaría precisamente el corazón. Y sería difícil que la Iglesia pudiera seguir realizando su misión sin el corazón. La labor que realizan es fundamental, porque ellas están entregadas a Dios por nosotros». La colecta de este domingo, en todas las parroquias, «junto al trabajo que realizan, les ayuda a mantenerse, bien sea con lavandería, arreglos de ropa o la tradicional repostería que venden todo el año, no sólo en Navidad». Y este corazón de la Iglesia de Málaga está presente en la Diócesis desde bien temprano.

La herencia de san Francisco de Paula, por ejemplo, llegó a Málaga de la mano de la orden de los mínimos, cuando Fernando II de Aragón tomó la ciudad de Málaga. En nuestros días, sólo está presente la rama femenina en Archidona, cuyo monasterio fundó en 1551 Juan Téllez-Girón, IV conde de Ureña, junto a su esposa, María de la Cueva Toledo, que cuenta con 9 religiosas. También en esta época llegó a Málaga la orden de la Merced, que fundó en 1218 el barcelonés Pedro Nolasco y que tiene su origen en la redención de los cautivos. Al igual que la anterior, en la actualidad cuentan en la diócesis con cuatro religiosas de esta orden. La orden del Cister presente hoy en la Diócesis de Málaga en la zona de El Atabal tiene su origen en 1098, cuando Roberto de Molesmes fundó la Abadía de Císter en Francia queriendo volver al espíritu original de la Orden de San Benito. En Málaga, cuentan con ocho religiosas. Y las tres hermanas dominicas presentes hoy día en Antequera tienen su origen cuando santo Domingo de Guzmán fundó la orden de los Predicadores, confirmada por el Papa en 1216.

A san Francisco y santa Clara de Asís se debe la presencia de las franciscanas clarisas en la diócesis de Málaga desde el siglo XVI, que hoy cuentan con siete conventos entre Antequera, Coín, Ronda, VélezMálaga y Málaga capital, entre los que se reparten 56 religiosas. Por su parte, las carmelitas calzadas o de la antigua observancia, son la rama femenina, heredera de aquellos primeros monjes instalados en el Monte Carmelo en el siglo XIII. En Málaga, están presentes en Cañete la Real y Antequera, con un total de 16 consagradas. Una orden cuya reforma impulsó santa Teresa de Jesús en España dando lugar a las carmelitas descalzas, en 1562. En la provincia cuentan con 50 hermanas distribuidas en los monasterios de Antequera, Ronda, Vélez-Málaga, Torremolinos y la capital.

Por su parte, este año, la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada ha tenido un recuerdo especial para Benedicto XVI rescatando sus palabras cuando afirmó que «algunos se preguntan qué sentido y qué valor puede tener su presencia en nuestro tiempo, en el que hay numerosas y urgentes situaciones de pobreza y de necesidad que se deben afrontar. ¿Por qué “encerrarse” para siempre entre las paredes de un monasterio y privar así a los demás de la contribución de las propias capacidades y experiencias? ¿Qué eficacia puede tener su oración para la solución de los numerosos problemas concretos que siguen afligiendo a la humanidad? Sin embargo, de hecho, también hoy, suscitando con frecuencia la sorpresa de amigos y conocidos, muchas personas abandonan carreras profesionales a menudo prometedoras para abrazar la austera regla de un monasterio de clausura. Solo las impulsa a un paso tan comprometedor el haber comprendido, como enseña el Evangelio, que el reino de los cielos es “un tesoro” por el cual vale de verdad la pena abandonarlo todo».

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