El lunes se celebró el funeral por la reina Isabel II. ¿Ha pensado el lector cómo será el suyo? Imagino que algo más discreto que el de la monarca. Pero quizá no exento de emoción. ¿Imagina el lector que mañana fuera su funeral? ¿Le quedó algo por hacer en este momento? ¿Alguien a quien besar, a quien pedir perdón, a quien llamar?
No tenemos pudor a desnudar nuestros cuerpos en la playa, a contar intimidades sexuales vividas, a dejar en mal sitio a quien se nos cruce por el camino… pero hablar de la muerte, reflexionar sobre ella o abordarla en conversaciones es tabú para muchas personas; «a mí no me hables de eso», se escucha. Convendría reconocer que de las pocas certezas que tenemos en la vida es que todos vamos a morir. Todos y todas. Por eso reflexionar sobre la muerte es ejercicio muy sano que ayudará a vivir mejor.
Si algo podemos aprender de las grandes figuras de la historia, conozco a muchas en el cristianismo, es su forma de afrontar el momento de su muerte. De hecho, suele ocurrir que mueren como vivieron. Es decir, la actitud que tuvieron en la vida fue determinante para afrontar los miedos, las consecuencias o las emociones que suscitaría la hermana muerte, como la definiese Francisco de Asís. Hace algún tiempo, en la presentación del libro ‘A piel de calle’, tuvo lugar en el Museo Jorge Rando, gracias a la amabilidad del artista malagueño, por cierto, a mi juicio, no suficientemente valorado en la ciudad, tuve ocasión de valorar el cariño de quien participaba en el acto. Por tanto, no necesitaría imaginar mi entierro, aun así, sí me planteo a diario si lo que vivo me ayudará a bien morir. Planteamiento que hago extensivo al lector que tenga a bien.
