Ejercicios “para vivir mejor lo que Él nos encomienda”

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Hoy domingo comienza la primera tanda de ejercicios espirituales, en este año, para el clero de la Diócesis de Málaga. El encargado de dirigirlos es el sacerdote Félix del Valle, sacerdote de la Diócesis de Toledo, director espiritual de su Seminario.

Director espiritual del Seminario de Toledo, ¿cuál es su misión con los futuros sacerdotes?
Desde el curso pasado ya no vivo en el Seminario, aunque sigo siendo su director espiritual externo. La misión de los directores espirituales, en la formación de los futuros sacerdotes, se sitúa inmediatamente en el nivel de su vida espiritual; intentamos ayudarles a crecer en intimidad con Jesucristo, a vivir como verdaderos hijos de Dios Padre, a discernir y recibir los impulsos interiores del Espíritu Santo, a crecer en la fe, en la caridad, en la humildad… A mí me gusta tomar como programática en esta misión una frase del Concilio Vaticano II en el decreto sobre la formación de los seminaristas: «Aprendan los alumnos a vivir en trato familiar y asiduo con el Padre en el Hijo por el Espíritu Santo». Creo que esto es lo principal de la vida espiritual y todo lo demás es un fruto.

Viene a Málaga a dirigir la primera tanda de ejercicios espirituales a los sacerdotes, ¿recomendable rezar y retirarse unos días de ejercicios?

Por supuesto que sí. Es hasta necesario, no sólo para los sacerdotes sino para todo cristiano, poder retirarse un poco del ritmo cotidiano de actividades y centrarse en el sentido cristiano de lo que hacemos. Los ejercicios son días para gozar exclusivamente la intimidad con Jesucristo y tienen el fruto de ayudarnos para poder seguir viviendo cada vez mejor las actividades que Él nos encomienda.

Vivimos a golpe de agenda y reloj, ¿es más difícil pararse ahora a rezar que hace unos años?

Probablemente. El ritmo de vida contemporánea tiende a ser muy rápido, a veces hasta frenético. Pero creo que la dificultad principal no está fuera, en el ritmo de vida, sino dentro, en nuestras actitudes y deseos, en nuestras prioridades.

¿Cómo le explica usted a los jóvenes la importancia de la oración?

Jesucristo dice que no nos llama siervos sino amigos, y que la diferencia entre ambos es que el siervo no participa de la intimidad de su amo, simplemente hace lo que él le manda. El amigo, por el contrario, es introducido en la intimidad, se le hace partícipe de las intenciones, deseos, sufrimientos, confidencias; además, se le pedirá ayuda, se contará con él para realizar juntos determinadas actividades; pero compartiendo la intimidad, sabiendo que lo principal es estar juntos, ser amigos, tratar personalmente.

¿Qué importancia tuvo la oración en su vida cuando fue joven?

Creo que mucha, gracias a Dios. Como también ahora… también gracias a Dios. La oración no es un compromiso, una obligación; ni siquiera en primer lugar un medio para poder hacer bien las actividades pastorales. El centro de la vida cristiana es la relación personal con Cristo.

¿Y en su vocación?

Supongo que se refiere al discernimiento de la vocación. «Vocación» significa «llamada»; la vocación no es algo que se tiene sino una llamada que se escucha, no es una elección en el sentido que uno decide qué quiere para sí sino una respuesta que es también, al ser aceptada libremente, una elección. Es Jesucristo quien llama a cada cristiano a lo que Él ha preparado para cada uno, al modo de vida que Él ha pensado para cada uno. Eso significa que hay que estar a la escucha, que hay que preguntarle a Jesucristo y escuchar su respuesta.

Hemos clausurado el Año de la Misericordia, pero aún siguen resonando en nuestros oídos los símbolos y actos de este Año, ¿qué conclusión sacaría usted para que la llevemos a la vida, tras este Año de la Misericordia?

Como ha dicho el papa Francisco, el Año de la Misericordia termina pero la misericordia no. Creo que puede valer la comparación con los que llamamos «tiempos fuertes» en el Año Litúrgico: por ejemplo, termina la Cuaresma, pero han de permanecer sus frutos, es decir, la Cuaresma tiene que habernos ayudado a crecer en las actitudes que ella misma, de parte de Dios, quería hacernos vivir: contricción, compasión, libertad de espíritu, oración… Termina la Cuaresma, pero quedan sus frutos. Lo mismo el Año de la Misericordia: creo que Dios nos lo ha ofrecido para hacernos crecer en el conocimiento de su misericordia con nosotros y en la capacidad de compartirla, de ser misericordiosos como Él. Esto es lo que tiene que quedar. Y la misericordia de Dios tiene que seguir siendo contemplada, recibida, agradecida; para poder ser cada vez más compartida y vivida por nosotros.

 

Encarni Llamas Fortes

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