
El profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis y sacerdote Eduardo Muñoz Centeno ayuda a profundizar en el Evangelio de este domingo, III de Cuaresma (Juan 2, 13-25).
Jesús sube a Jerusalén para celebrar la fiesta más importante para los judíos: la Pascua -o Pésaj-. Al llegar, protagoniza una escena que nos llama la atención: Jesús se enfada y expulsa a los vendedores del templo.
Nos podemos preguntar: ¿por qué está tan furioso con esos mercaderes? Su gesto fue una reivindicación de la pureza religiosa, alejada del comercio y la economía, «quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Tenemos que mirar esta acción como un acto simbólico donde nos intenta decir que ese templo está llegando a su fin, y que Él mismo es el camino hacia la verdad y la vida.
Por ello alude al templo de su propio cuerpo. Cuando los judíos le piden un signo, Jesús les responde: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Juan, en el Evangelio, nos revela que Cristo nos está hablando de su propio cuerpo que, asesinado y destruido por esos mismos hombres que ahora le hablan, resucitará glorioso de entre los muertos después de tres días, abrazando la vida eterna y la gloria del cielo.
Este tiempo de Cuaresma es tiempo para mirar nuestro interior y reconocer aquellos obstáculos que tenemos que quitar de nuestras vidas, como eran aquellos mercaderes, para acercarnos más a la presencia de Cristo Resucitado.