
El sacerdote y profesor de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga Carlos Samuel Córdoba ofrece su comentario para ayudar a profundizar en el Evangelio del IV Domingo de Cuaresma, (Jn 3, 14-21).
En este IV domingo de Cuaresma, llamado también domingo «laetare» (de la alegría), Jesús dialoga con Nicodemo y presenta la cruz como medio de salvación. Jesús nos cuenta, a través de Nicodemo, que el amor de Dios no tiene reservas, que no se queda para sí. Al contrario, es un amor sin límites, pues el mismo Dios nos ha dado a su único Hijo.
En el misterio de la cruz, se pone de manifiesto que a Dios le interesa la salvación del ser humano, que su acción primera no es la de juzgar, que no va hurgando en el corazón para recriminarle sus malas acciones. Dios no es un juez como lo somos muchas veces nosotros, que lanzamos juicios severos contra el hermano y le condenamos sin misericordia. A Dios sólo le interesa nuestra salvación. Ahora bien, nos pide que lo aceptemos, que lo acojamos, porque ha venido para ser la luz de nuestra vida.
Acogerlo como luz significa dejar que toda su vida ilumine la nuestra para descubrir nuestras tinieblas, las que nos ciegan y nos hacen vivir en el pecado, es decir, dándole la espalda al amor de Dios. ¿Somos hijos de la luz o de la oscuridad?
Sólo podemos responder ante Dios con sinceridad a esta cuestión, mirando con honestidad con qué criterios hacemos nuestras opciones y, en consecuencia, cómo son nuestras acciones. El barómetro que podemos tener para comprender mejor esto es el del amor a Dios y al prójimo como a uno mismo.