El sacerdote y profesor de los Centros Teológicos Diocesanos José Emilio Cabra ayuda a profundizar en el evangelio de hoy, XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, 13 de septiembre (Mc 8, 27-35).
Como a los apóstoles, Jesús nos coloca también a nosotros ante la pregunta central de nuestra vida: «Tú, ¿quién dices que soy yo? ¿Quién soy yo para ti?» Un cristiano es alguien a quien Jesús toca, le afecta. No que simplemente «conoce de vista» o «de oídas» a Jesús y lo saluda al pasar, sino que se siente invitado a ser seguidor, amigo; alguien a quien Jesús embarca en su manera de vivir. Su propuesta no se queda en lo superficial, no ocupa una parcela más de nuestra existencia, sino que nos toca por dentro y marca nuestras decisiones, nuestra forma de relacionarnos con los demás, cómo nos planteamos el futuro, cómo organizamos nuestro tiempo… Todo cambia cuando Jesús nos pregunta quién es él para nosotros.
¿Que es una pregunta exigente? Pues sí. ¿Que el listón está alto? Claro, lo ha subido el mismo Jesús. Pero que es una forma de vivir que merece la pena, que llena de alegría, también. Por muy exigente que nos parezca, el Evangelio siempre es buena noticia. Jesús no nos pide nada que antes no nos haya dado Él. Cuando Jesús invita a cargar la cruz, no pretende amargarnos la existencia ni echarle fardos pesados a la vida, que bastantes trae ya, sino que afrontemos las dificultades como Él, amando. No nos lanza a caminar solos, sino a seguir sus pasos: Él marcha delante. En Él encontramos la alegría de nuestra vida.