
El profesor de la Escuela Teológica San Manuel González invita a profundizar en el Evangelio de este domingo, 12 de octubre (Lc 17, 11-19).
El Evangelio de hoy principia recordando que la salvación no está limitada por linderos ni ubicaciones: los diez leprosos son curados en el camino, no en el templo. Vemos, así, que el encuentro salvífico con Jesús no se circunscribe al espacio funcionalmente sagrado, sino que se expande en la inmensa sacralidad de lo cotidiano.
Sin embargo, frente a la curación, sólo uno vuelve para alabar a Dios: el samaritano, el extranjero, el sospechoso. El único que entiende que la gratitud no es mero protocolo, sino reconocer de quién fluye la vida. Los otros nueve hacen lo correcto: van al sacerdote, cumplen la norma…, pero, ¡ay!, olvidan el corazón. Se alejan con la piel limpia y el alma dormida.
Jesús pregunta: “Y los otros nueve, ¿dónde están?” Ese interrogante atraviesa la escala de los siglos y nos alcanza hoy. Por eso, el papa Benedicto XVI recordaba que hay dos grados de curación: “uno, más superficial, que concierne al cuerpo; y otro, más profundo, que afecta a lo más íntimo de la persona”. ¿Dónde está nuestra fe cuando la costumbre sustituye al asombro?
Volver a Jesús, como el samaritano, es la verdadera sanación: pasar de la obligación al encuentro, del milagro recibido a la relación viva con quien lo concede.
Quizá no nos falten milagros, sino memoria agradecida y alabanza. Y el Evangelio nos invita a regresar, no sólo curados, sino salvados.