El sacerdote Manuel Jiménez Bárcenas, arcipreste de Fuengirola-Torremolinos ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo XXII del Tiempo Ordinario, 29 de agosto de 2021 (Mc 7, 1-8.14-15-21-23).
Tras varios domingos escuchando el discurso del pan de vida del evangelio de San Juan, retomamos la lectura continuada de San Marcos. Jesús tiene una controversia con los fariseos y escribas: los discípulos no se lavan las manos antes de comer. A nosotros eso nos parece una falta de higiene y, en estos tiempos, una vía de contagio de Covid. Pero la crítica de los fariseos no va por ahí; para ellos lo malo es que los discípulos están faltando a las tradiciones. Como otras veces, Jesús aprovecha la oportunidad para enseñar: la Ley está para servir a la persona, pero hay que darle sentido y actualizarla cuando sea necesario.
Además, Jesús sabe de la hipocresía de los fariseos que no exigen a otros el cumplimiento de la voluntad de Dios sino sus propias normas haciéndolas pasar por mandatos divinos. Por eso, Jesús enseña que las manos no lavadas no acarrean impureza (si acaso alguna indigestión) porque la pureza de corazón es algo más profundo. Dicha pureza se consigue teniendo una vida conforme a la fe. Como decía Santiago en la segunda lectura: hay que poner en práctica la palabra y no contentarse con oírla. La enseñanza de Jesús es clara: la impureza de nuestro interior se materializa en nuestros actos perjudicando nuestra relación con Dios y los hermanos. Menos mal que el Señor nos regaló el sacramento de la penitencia que nos devuelve al amor del Padre y la pureza de corazón.