La profesora de los Centros Teológicos de la Diócesis de Málaga Ana Medina ayuda a profundizar en el evangelio del domingo IX del Tiempo Ordinario, Solemnidad de la Santísima Trinidad.
Lee esto que Juan dice hoy en su evangelio: «Tanto te ama Dios, que entregó a su Hijo para que tengas vida eterna. No lo envió para juzgarte, sino para que te salves por Él». ¿Qué se mueve en tu interior? Si nos tomamos la licencia de leer el pasaje de hoy dirigido personalmente a nosotros, las palabras de Juan nos impactan de un modo distinto. Es como si nuestra mente saliera por un momento del terreno conocido, que ha escuchado multitud de veces, y se atreviera a sentirlo como una interpelación directa.
Ante la certeza que el apóstol expone, se nos caen dos de los mayores obstáculos para experimentar el amor de Dios: el miedo y la culpa. Porque si rascamos en muchas de nuestras equivocaciones, ahí están. Sentimos miedo a no ser amados, a quedar fuera de la misericordia de Dios, a morir sin esperanza, como última consecuencia. Y tras ese miedo, la idea de que todo eso que nos amenaza tiene una razón, una culpa, que lo fundamenta.
Pero el Evangelio nos anuncia: “Dios te ama tanto… que hasta a su propio Hijo lo entregó para tu salvación”. No es cuento ni promesa. Es ya realidad en la propia esencia de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El dinamismo que lo habita es amoroso, y por tanto, todas sus acciones no pueden más que despedir aroma de plenitud e incondicionalidad.
Imagino la Trinidad como ese acto infinito de amor de Dios al ser humano. Dios Padre, fuente inagotable de amor, Amor que en sí mismo solo amar puede. Dios Hijo, amado y por tanto, semilla del amor que viene a cambiar el mundo. Dios Espíritu Santo, la misma entrega, la fuerza y la acción que fecunda con amor las entrañas de la tierra.
La Trinidad está queriendo habitar en ti y regalarte, si le dejas, la vida eterna.