El profesor de los Centros Teológicos Daniel Guerrero ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo II de Navidad, 2 de enero, (Juan 1, 1-18).
Seguro que has jugado alguna vez de niño, y de no tan niño, a las adivinanzas, los trabalenguas o los acertijos. Pues el evangelio de hoy es un juego de palabras y de ideas que vienen y van. Se juega con los verbos y con el Verbo; con las palabras y con la Palabra. Y como toda adivinanza encierra un Misterio: todo un Dios se encarna, se hace carne de nuestra carne; y acampa entre nosotros, pone su morada en medio de nuestras vidas. Dios habita en nosotros, somos fragilidad habitada; y, al mismo tiempo, habitamos en Dios, en Él vivimos, nos movemos y existimos (Hch. 17, 28). Esta es la gran paradoja.
No busques, pues, a Dios en la lontananza, en la estratosfera o en lo mágico. Búscalo en la cercanía íntima de tu interioridad habitada, como afirma Francesc Torralba, y en la proximidad del prójimo. Se trata de realizar un ejercicio de la mirada: una hacia nuestro interior y otra hacia las personas que nos rodean. Ahí se encarna Dios.
¿Y si uno de los propósitos de este nuevo año que acabamos de estrenar consiste en adivinar esta adivinanza? Adivina adivinanza, ¿dónde está Dios?