El diácono permanente de los Santos Mártires y San Juan Bautista, Rafael Carmona, ayuda a profundizar en el evangelio del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario (Marcos 9, 30-37).
El domingo pasado la liturgia nos presentaba dos condiciones para seguir a Jesús: negarse a sí mismo, luego tomar la cruz y seguirle. Hoy,despuésde escucharelsegundoanunciode su muerte y resurrección, Cristo nos muestra la grandeza de la sencillez y la humildad.
Sin embargo, los discípulos siguen soñando con un Mesías glorioso y muestran una gran incoherencia al discutir entre sí quién de ellos es el mayor. ¡Increíble! Jesús anuncia a los discípulos que lo van a matar, y ellos negocian un lugar de importancia para cuando esto ocurra. “No entendieron nada”, nos dice en el Evangelio.
¿Cuánto de esto nos pasa también a nosotros? Nos cuesta entender el proyecto de Jesús. Hoy, si Jesús viniera de nuevo a nuestra tierra, nos diría que, como cristianos y católicos, fuésemos algunas veces “los primeros” en ocupar puestos de decisiones, desde los cuales poder incentivar el anuncio del Evangelio; los pioneros en dirigir ciertos medios de comunicación para que fuesen más respetuosos, agradecidos y receptivos con la esencia cristiana que ha forjado a occidente y otros tantos continentes.
Ya sabemos que, como cristianos, ser los primeros, significa ser servidores de los demás. Pero, flaco favor haríamos a nuestra tierra, a nuestra sociedad, a nuestro mundo, a nuestro pueblo si –por el hecho de ser excesivamente blandos y permisivos- nos pusiéramos tan al fondo de todo, que otros sean los que se aprovechen del vacío peligroso que estamos dejando, fruto de nuestra anemia espiritual.