Clericus Cup: héroes en medio del diluvio

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Los sacerdotes españoles estudiantes en Roma siguen cosechando triunfos en la Clericus Cup con el equipo del Colegio Español. Aquí pueden leer la crónica del segundo partido, del que salieron airosos.

– ¿Oiga? ¿Me escucha?
– Aquí Gustavo Gatto. Diga. Sí, sí, lo escucho.
– Que soy Noé. Sí, sí, el de la protectora de animales. Lo mismo llego una mijilla tarde para recoger al equipo después del partido, ¿sabe? Yo creía que esto eran cuatro gotas, pero como está el tráfico en Roma y con la que está cayendo, he tenido que dejar el Arca en doble fila y están los carabinieri mirándome con cara de pocos amigos.
– Bueno, no se preocupe. De todos modos, creo que al final nos iremos a los penales, no se apure.

Esta llamada de teléfono, tan absurda como absolutamente inventada, podría haberse dado perfectamente al final del partido. Parece que este año estamos llamados a jugar bajo litros de agua, porque, si durante el primer encuentro nos acompañó una persistente e incómoda llovizna, lo de la primera parte del de este domingo ha sido de vaciar cubas desde el cielo sin conocimiento.

Naturalmente, esto es el contexto en el que se ha desarrollado el partido. Otra cosa muy distinta han sido los minutos de juego en sí: una lección de táctica, pundonor y resistencia digna de cualquier batalla épica. Porque, claro está, si uno se pone en el lugar del otro equipo, “Sedes Sapientiae”, formado por seminaristas con una media de edad inferior a veinticinco años, y te tienes que enfrentar a un montón de curas que te sacan como mínimo diez abriles por cabeza y que, en el último partido que jugasteis, en la Clericus de hace un par de años, se llevaron cuatro chicharros sin provocar demasiado esfuerzo, lo que pretendes, antes del pitido de inicio del colegiado, es procurar no colarles muchos goles, es decir, no hacer mucha sangre.

Partiendo de estos dos previos, uno real, la manta de agua, y el otro hipotético, la de tantos, vamos al encuentro en sí. Gustavo Gatto, nuestro mago de la pizarra, tenía claro que íbamos a salir a ganar, pero a su manera, que es la nuestra: esperar, contragolpear y no dejar resquicios. El 4-5-1 planteado tenía esta clara intención.

El partido empezó de la manera más insospechada para los pipiolos a los que nos enfrentábamos: balón en largo, Samuel se queda solo frente al portero contrario y este lo tira al suelo. Quince segundos. Pero el árbitro, que, por lo demás, ha estado impecable, no pitó penalti. Un fallo lo tiene cualquiera.

Y un fallo, que lo puede tener cualquiera, fue la causa del primer gol en contra, justo en la siguiente jugada. 0-1 nada más empezar. Vaya jarro de agua fría, que se hubiera notado mucho en otras circunstancias. Pero claro, cuando te lleva cayendo agua, no precisamente templada, durante media hora, porque el partido comenzó tarde y tuvimos que esperar a la intemperie el final del envite anterior al nuestro, lo notas menos.

Y eso pasó: no se notó nada de nada. Durante la primera parte pasamos por encima de los jovenzuelos oponentes, haciendo un fútbol elegante, con Samuel, Jesús y Lucas manejando el centro del campo, y la defensa bien plantada, sin conceder una oportunidad de gol. Incluso el míster pudo hacer dos cambios, para refrescar al personal más perjudicado, que se vació en el tiempo que estuvo dentro del campo y dejó su sitio a los recambios, con alivio, por otra parte, ya que se iba a refugiar de la tromba: Juan por Miguel Ángel, Ionut por Pedro. Nos fuimos al descanso perdiendo. Una verdadera injusticia.

Comenzó la segunda parte con la sustitución del menda que escribe por Juan Pablo, más joven y menos cansado, y llegó el jugadón del partido, un pase de Lucas que acabó con un zapatazo de Ionut, nuestro héroe en el área contraria, que, como si de un capítulo de “Campeones” se tratara, impactó en el esférico, lo hizo tomar un rumbo imposible y colarse por la escuadra. El portero se quedó mirando perplejo, como diciendo: ¿pero estos no eran los viejarrancos lastimosos? Empate, y partido nuevo.

Poco nos duró, sin embargo, la alegría: otro balón a las espaldas de nuestra defensa, otra carrera de uno de sus delanteros al que vieron pasar haciendo «Mic, Mic» como el Coyote al Correcaminos, y 1-2. ¿Nos vinimos abajo tras este segundo palo? Al contrario de otros años, este equipo es duro y espinoso como el pellejo de una castaña. Así que a ellos también les duró la algazara menos que una billetera perdida en la estación Roma Termini: pase magistral, jugadón de nuestra estrella en el enganche, Samuel, y golazo. 2-2. Todavía quedaban más de veinte minutos. Los centrales, Quino y Marian, resistían como jabatos y repelían las acometidas, cada vez más frecuentes, de sus delanteros. El peso de los años se hacía notar, además del de la camiseta que nos han regalado al inscribirnos en el torneo, de un probable modelo especial que acumula más líquido en su interior que un camello en un oasis después de una semana de viaje en seco por el Sáhara.

Quedaban menos de diez minutos. Había que aguantar y, si se daba la ocasión, marcar a la contra. La tuvimos, pero no acertamos. También la tuvieron ellos, pero la pelota dio en el larguero. Los pases ya eran más cortos, los movimientos de nuestros jugadores más lentos, y ellos seguían a toda máquina. Pero no fueron capaces de derribarnos.

Acabamos en empate, un resultado que nadie, excepto el inquebrantable Gatto, habría imaginado al ver las dos escuadras en la presentación del partido. Para mí había sido, sin duda, como si el Atlético Malagueño (el que gana, el de 3ª División; del otro es mejor no hablar) venciera al Barcelona.

En la Clericus Cup no hay prórrogas, porque bastante tenemos ya con aguantar los sesenta minutos que dura el partido. Así que, en caso de empate, se va directamente a los penaltis. Y estos también tuvieron su aquello: fallamos los tres primeros. Ellos metieron dos, y erraron el tercero. Estábamos casi fuera de combate. Pero después llegaron Juan y Lucas (sí, el chiste con los autores de los dos últimos evangelios es fácil) y colaron sus respectivos tiros, mientras Isaac se marcaba un paradón de los suyos en el cuarto, y el autor del quinto mandaba el balón más allá de la cúpula de Orión. ¡Habíamos vuelto a remontar! ¿Alguien tiene pastillas pal corazón, por amor del cielo?, preguntábamos en el banquillo.

Pero esta vez la suertecilla nos fue esquiva: fallamos el sexto, ellos metieron el suyo, y nos quedamos con un punto en vez de dos (que son los que se lleva el que gana en la tanda de penaltis). ¿Y qué más da? Hubiera pasado lo que hubiera pasado en la tanda de penaltis, nos jugaremos el pase en el tercer partido. Pero la épica de este empate, a pesar de que solo haya valido un punto, ha sido más reconfortante que la victoria del domingo anterior.

Ahora, a seguir estudiando durante la semana, que es para lo que estamos aquí, por supuesto. Pero créanme: al final de la etapa de Roma, cuando cada uno vuelva a su diócesis, lo que quedará grabado a fuego en la memoria serán estos ratitos, que son la salsa sin la que la pasta de la licenciatura o el doctorado se queda más seca que una mojama.

¡Nos vemos el próximo domingo, para otro buen rato de fútbol de curas!

Llamas, J.M

Encarni Llamas Fortes

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