Calatayud: «Como juez, más de una vez siento la necesidad de condenar a los padres más que a los hijos»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

«Yo sigo diciendo que la familia es la base de la sociedad y que, en un país con seis millones de parados, si no es por la familia no salimos adelante. Por eso, cuando nos llega un chaval al juzgado, tiene también mucho que ver la familia».

Es una de las ideas que el juez de menores, Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) desarrolló en la conferencia que abrió la I Semana de la Familia organizada por la Diócesis de Málaga. Este juez es famoso por la claridad con la que habla y por las sentencias ejemplares que dicta, cuyo objetivo es «que el menor pague y repare lo que ha hecho, teniendo como marco su reinserción, garantizándole sus derechos y exigiéndole sus deberes»

–Habla usted con mucha claridad y tiene un éxito de convocatoria impresionante, ¿dónde está la clave?

–-En realidad, no he inventado nada. Creo que hay que hablar claro. La gente está de acuerdo con lo que digo y… les he caído bien. Yo creo que, en parte, soy un producto de los medios de comunicación. Además, como eres juez y se te entiende, caes bien, pero yo soy el primer sorprendido.

–La necesidad de utilizar el sentido común, la autoridad y el cariño en la educación es una de sus máximas más repetidas.

–Yo siempre digo que no soy amigo de mis hijos, soy su padre. Si me convierto en su amigo, los dejo huérfanos. No hay ningún problema en que un padre tenga autoridad sobre sus hijos, pero al mismo tiempo con cariño y con respeto. La autoridad no tiene nada que ver con el autoritarismo. Cuando eres mayor, te das cuenta de que el profesor que más te ha exigido es el que recuerdas con más cariño; y queremos más a nuestros padres cuando somos padres. Después entendemos cuando nuestros padres nos decían «esto me duele más a mí que a ti». Autoridad, respeto y cariño son totalmente compatibles y les decimos «no» porque los queremos.

–A Dios, ¿dónde lo incluimos en la educación de nuestros hijos?

–Yo soy católico, apostólico y romano, aunque debería ser más practicante. Uno de los consejos que yo sigo para formar a un delincuente es no dar enseñanzas espirituales. Yo tengo el poso de la religión católica y a mí me ha servido. Ahora parece que está mal hablar de eso, pero yo creo que hay que decir lo que somos y para mí, es fundamental en mi vida.

–Son famosas sus sentencias ejemplares, como «trabajar con los bomberos por haber quemado papeleras» o «trabajar en un centro de rehabilitación por haber acosado a una anciana». Salvando las distancias, ¿nos podrían ayudar a la hora de castigar a nuestros hijos?

–Yo creo que sí. Lo primero que hay que hacer es no prometer un castigo si no lo vas a cumplir y, en segundo lugar, que sean castigos proporcionales a la falta cometida. Ahora no se castiga porque nos da miedo decirle que no a nuestros hijos. Creo que lo más importante es usar el sentido común. Es más fácil dar todo lo que nos pidan desde pequeños y no decir que no, pero cuando empezamos a poner límites igual ya es tarde. Yo siempre digo que bastante bien salen algunos chavales, a pesar de los padres que tienen. Como juez más de una vez siento la necesidad de condenar a los padres más que a los hijos.

–Dicen que la educación es un arte, ¿y la justicia?

–La justicia siempre es la última solución, cuando la justicia interviene es que ha fracasado todo. Yo creo que hay que trabajar más en la educación de la familia, de la escuela y de la sociedad.

–¿Cuál es la sentencia más dura que ha tenido que dictar?

–Lo más duro es condenar a un chaval a que aprenda a leer. Es muy triste que tengan que cometer hechos delictivos para que aprendan a leer. Desde 1988 he juzgado una media de 800 casos de menores por año y he puesto unas 220 condenas a terminar la Enseñanza Obligatoria.

–Lleva años pidiendo un Pacto por el Menor, ¿de qué se trata?

–De definir qué es un menor, qué puede hacer y qué no. Gozan de derechos que se acompañan de obligaciones. En materia de menores todos estamos implicados y tenemos que empezar por la familia, que es la base de la sociedad. En un país de seis millones de parados, si no es por la familia, no salimos adelante.

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