Beato Leopoldo de Alpandeire, labrador en la viña del Señor

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El beato de este 9 de febrero adorna su nombre con el de una de las más bellas localidades de la Serranía de Ronda: Alpandeire. Allí nació en 1864 y allí creció, en una familia de agricultores, quien el Señor elegiría para labrar su viña y dar mucho fruto.

Solo hay que acercarse el día 9 de cada mes a su tumba, donde las multitudes hacen cola, para comprobar cuánto amor dio y cuánto sigue recibiendo.

No fue hasta los 30 años cuando, escuchando la predicación de unos frailes en Ronda, se sintió llamado a “ser capuchino como ellos”. Tras algunos años de trámites y esperas, finalmente, en 1900, emitió sus votos en Sevilla. Se sucedieron distintos destinos: Antequera, Granada y, de nuevo, Sevilla. Pero, en 1914 fue enviado a la ciudad de la Alhambra, donde moriría tras 42 años de absoluta entrega a Dios y a los hombres desde su vocación franciscana. 

Encargado del huerto del convento, sacristán y limosnero, esos humildes servicios fueron su camino de santidad, su escalera hasta el cielo. Su sencillez y su bondad, que lo llevaban a reconocerse como “un gran pecador”, eran valorados por todos los que lo conocían. Esa fama de santidad que Fray Leopoldo se ganó en vida lo llevó en volandas a su beatificación en 2010 y perdura todavía hoy. Solo hay que acercarse el día 9 de cada mes a su tumba, donde las multitudes hacen cola, para comprobar cuánto amor dio y cuánto sigue recibiendo.

El apostolado de la oreja

“Apostolado de la oreja”, así ha venido a llamar el papa Francisco a esa actitud caritativa de quien presta oídos a la gente con quien se cruza, sirviendo de desahogo y consuelo.

Fue lo que vivió Fray Leopoldo durante los más de 40 años que ejerció como limosnero recorriendo las plazas y calles de Granada. Para cada persona con la que se cruzaba tenía una palabra de aliento, de ánimo, un consejo sencillo, una palabra dulce… Paradójicamente, en un mundo hiperconectado e hipercomunicado como el nuestro, es cada vez más difícil encontrar a alguien dispuesto a escuchar. Dar unos euros de limosna es fácil, pero ¿y prestar la oreja una o dos horas? Eso también es caridad y apostolado, porque es reflejo del amor de Dios, que nunca se cansa e escucharnos.

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