Antonio Aguilera: «Rezo para saber decir la palabra oportuna»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Entrevista al sacerdote diocesano Antonio Aguilera Cabello, deán de la San Iglesia Catedral, nacido en Archidona en 1947 y ordenado en 1975.

¿Qué es lo más inteligente que se puede hacer en esta vida?
Abrir de par en par la propia vida a Dios y tratar de vivir en buena relación con los demás. Dos raíles para hacer un buen camino: Dios y los hermanos.
¿A vivir se aprende?
A vivir se aprende, claro que sí. Y si un día nos negamos a aprender, ya estamos muertos.
¿Y a ser sacerdote?
A ser sacerdote, igualmente también se aprende cada día. Y se madura en la oración silenciosa y en el trato con todas las personas.
¿Crees que sabes vivir?
¡Uf! Con 72 años ya de vida, con 44 años de cura, habiendo trabajado en tareas diversas, en relación con tanta gente algo, un poquito, voy sabiendo pero aún muy poco. ¡Me queda tanto por saber! La vida y la gente te enseñan mucho si abres los oídos, el corazón y la cabeza.
¿Has sufrido alguna crisis vital? ¿En qué o en quién te apoyaste cuando la sufriste?
Crisis vital fuerte, no. En lo que he tenido que ir haciendo, en las tareas que se me han encomendado, con las personas que he tratado… en general me ha ido bien. ¡Tengo que dar muchas gracias a Dios!
Crisis de menor calado, sí, bastantes veces: es la vida ordinaria, que conlleva tiempos grises, desaciertos, errores cometidos… Para superar tales ocasiones me ha ido bien apoyarme en la reflexión sosegada, en el preguntar y consultar con personas de más experiencia, y en poner los asuntos ante el Señor orando y diciéndole “Señor, ¿con esto qué hago?”. En resumen, tres palabras: reflexión, diálogo y oración.
¿Cuál crees que es tu gran aportación a la Diócesis de Málaga?
¡Anda! Pregunta extraña; ¿mi gran aportación? ¡Ninguna!
En la vivencia normal de cada jornada, se aporta un granito de arena para la construcción común, para ir haciendo iglesia junto con todos los demás que caminamos queriendo ser discípulos del Señor, “aprendices” de la luz que Él nos envía, de la gente con la que hablamos, de los acontecimientos que ocurren.
Desde el bautismo, hemos sido llamados a dar la vida por el Evangelio. Importa ir entregándola sencillamente y con normalidad cada día, y, al final de la jornada, decirnos lo que escribe el evangelista Lucas: “Hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17,10).
Y yo creo que eso es virtud: “No hay virtud más eminente que el hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”, que dice Ignacio de Loyola a Francisco Javier, en la obra de José Mª Pemán “El divino impaciente”.
¿Cuál es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra iglesia local hoy?
Continuar siendo servidora de todos, con mucha humildad, según es el plan de Jesús, sabiéndonos adaptar a las circunstancias concretas de hoy, conscientes de que no estamos simplemente en una época de cambios sino ya en un cambio de época, que solemos decir. Y siempre aprendiendo de todos y en diálogo con todos.
¿El peor pecado con el que has tenido que lidiar?
¡Se me cuelan muchos! ¡Demasiados! Dios los sabe. Y felizmente perdona siempre y continúa tendiendo su mano para levantarme…
Pero hay uno, agazapado y que me vence muchas veces: suelo caer en encasillar a una persona en sus fallos y me es muy difícil ver que va superándolos y creer que los superará por completo.
Es un pecado mío que me fastidia bastante cuando lo pienso despacio.
¿Qué cosas te importan de verdad?
Me importa mucho disfrutar la experiencia de que Dios está siempre con nosotros, siempre a nuestro lado: “El Señor es mi pastor, nada me falta con Él”, que recitamos en el precioso salmo 23 (22).
Me importa mucho vivir con cariño y estar en sana y buena convivencia con los demás. En realidad, me importa esencialmente aquello del mandamiento nuevo de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34).
Y me importa mucho, y me duele mucho, cuando veo a alguien sufrir y no puedo hacer nada por esa persona, por mitigar su sufrimiento.
¿Qué cosas no te importan nada?
¿Y qué cosas no me importan nada? Nada, nada… no sé; pero muy poco me importa que ayer estaba en una tarea, hoy en otra distinta y mañana en una tercera diversa. ¡Da igual! Dios está en todas partes y gente buena hay en todas partes. Y en todas partes se puede recibir el bien de los demás y hacer algún bien.
¿Quién es Jesucristo para ti?
Bueno, es el mismo Dios que entrega su vida por mí, que me acoge, que me levanta, que me fortalece, que me llama, que cuenta conmigo, que me envía, que da sentido a mi vida. Es la roca, es el cimiento. A Él puedo acudir siempre, siempre. En definitiva, lo es todo.
Y quizás una buena pregunta sería “¿Quién soy yo sin Jesucristo?”. Y, la verdad, no me imagino sin Jesucristo, creo que no sabría estar sin Él. La fe es un gran don, es un gran regalo de Dios.
¿Quién dice la gente que eres tú?
Hombre, pregúntale a ellos. Pero algo muy claro disfruto: sé que me quieren y sé que los quiero. Soy un privilegiado, no me cabe duda. Y doy gracias a Dios cada día.
¿Te gusta complicarte la vida?
Gustarme, no. Ahora bien, la vida, el tener que tomar decisiones, la tarea que has de llevar a cabo complica muchas veces. Con frecuencia a las tantas de la noche me pillo dándole vueltas a algo que se dijo, que se habló, que me pidieron. No sé aparcar las cosas y eso da lata.
Pero con reflexión, con diálogo y con oración voy saliendo adelante. Y repito: tengo que dar muchas gracias a Dios, a nuestra iglesia y a la gente en general. Siento buena sintonía.
¿Cómo te gustaría morir?
Sabiendo que ha llegado el momento definitivo, habiendo confesado y pedido perdón, con serenidad y sin dolor. Y experimentando lo que es gran verdad: el Padre Dios me abre su puerta y paso a vivir con Dios.
¿Qué le dirías a quien se esté planteando si Dios lo llama para ser cura?
Que escuche bien y con total generosidad. Dios tiene para ti su plan, un plan que te da plenitud: ¿es siendo cura? ¿Es creando una familia? Procura que haya un buen discernimiento, importa muchísimo vivir la vida con vocación, porque Dios llama por ahí, no por casualidad. Y viviendo con vocación, la vocación que sea, vas a ser feliz y siempre puedes entregarte a tope. El ser cura añade, por así decirlo, una ventajilla: entras en la vida de muchas personas y en muchas circunstancias suyas de manera que nunca te imaginabas que pudiera ser… ¡y ocurre! Especialmente en ocasiones claves de su vida o en momentos de dolor o de preocupación. Puedes estar ahí, y el simple estar es muy bueno.
¿Qué preguntarías a un joven que se plantea su vocación sacerdotal?
¿Quieres darlo todo, todo? ¡Ánimo y para adelante! Jesucristo, que te llama, es fiel. ¿Quieres reservarte algo para ti, hacer carrera, buscar honores? ¡Ni se te ocurra ser cura! ¡Serás un desgraciado y harás desgraciada a la gente que trates!
¿Podemos decir que hemos venido y estamos aquí para ser felices?
¡Evidentemente que sí! Lo que Dios quiere para nosotros es vida plena, para eso nos ha creado y para eso nos ha dado naturaleza y hermanos. Para eso camina con nosotros. “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10), Jesús, el buen pastor, lo tenía muy claro.
¿Qué te preguntas?
Bastantes cosas. Pero éstas me duelen mucho y me martillean: el Estrecho, las pateras, los que duermen en la calle, la trata de personas, las mujeres que reparten cada día con una furgoneta para que pidan en la calle, los africanos que, de la misma manera, reparten cada día por las playas…
Me pregunto muchas cosas, claro. Y no tengo solución. Pero confío en que no tiremos la toalla y siempre creamos y trabajemos por una sociedad mejor, por la fraternidad. La vida de Jesús no acabó en la cruz, acabó en resurrección. ¡Y lo nuestro tiene que ser así!
¿Cómo te ves con el paso del tiempo? ¿Has mejorado como los buenos vinos?
Tengo una suerte: se me olvidan casi por completo los malos momentos, las malas experiencias. ¡Y es de agradecer esto! Y me quedan mucho los buenos amigos, los lugares por los que he pasado, el buen recuerdo, los ratos con la Palabra de Dios. ¡Y eso hace disfrutar!
¿Y si he mejorado como el vino? No suelo beber, casi nada. Pero un jerez oloroso tiene muy buen sabor. ¡Ojalá me vaya pareciendo en algo!
¿Qué es lo más complicado que vives como sacerdote?
A veces, olvidarme de mí y saber que estoy expropiado, no me pertenezco: soy de Dios y de la gente.
Y a veces caer en la cuenta y poner en práctica que la oración es más importante que la acción. O, dicho de otra manera: caer en la cuenta y practicar que la oración es la mejor acción pastoral.
¿Dónde encuentras la felicidad?
En Dios y en la gente. Y la naturaleza es creación de Dios y hogar de la gente.
¿Rezas para tener éxito?
No me va la oración por ahí. Sí rezo para saber decir la palabra oportuna o para acertar en la acción que deba llevar a cabo.
¿Te preocupa cómo vive la gente? ¿Por qué?
Me preocupa, me duele, que vivan muchas personas malgastando el tiempo y en la superficialidad habiendo tanto hondo y bueno con lo que disfrutar y ser útil. Me preocupa y me duele que haya personas que se desperdician a sí mismas, pudiendo hacer tanto bien a otros, porque valores y cualidades tienen. Y me encantaría que todas y todos conocieran la fe en Jesucristo, la vivieran, la practicaran y la disfrutaran. ¡Es la gozada más grande que hay en la vida!
¿Eres un sacerdote dócil?
¡Vaya pregunta! Al final de lo que sea, sí. Pero me resisto bastantes veces, quizás demasiado. Suelo confesarme de aparentemente sí, obediencia; pero me falta docilidad de corazón. Me ocurre, y sé que es pecado; por eso lo confieso. Pero aislamiento en la misión, no. Creo que es más importante trabajar pastoralmente en común, aunque no salga perfecta la cosa, que trabajar muy bien personal y aisladamente. Es mucho mejor ser dócil y ser iglesia que ser miembro aislado.
¿Qué es para ti el tiempo?
Un excelente regalo de Dios que puedo disfrutar y poner al servicio de todos. Perder el tiempo, es de tontos.
¿De qué te arrepientes o tienes remordimientos?
Remordimientos, no: una vez que aceptas que has pecado y pides perdón a Dios, Dios perdona y ya no cabe remordimiento, no es sano el remordimiento ni sirve para nada. Arrepentirme de algunas cosas, sí, claro: he metido la pata varias veces, en varios asuntos, he podido herir y hacer daño. Soy consciente de ello y pido perdón.
¿Cuál es tu viaje favorito?
Por la naturaleza, viajes sencillos… Se disfruta muy bien, y con buenas compañías, más. En la tierra de Jesús: estuve. Y me encantaría volver sosegadamente, volver a leer allí pasajes bíblicos: el lago, Galilea…
Y una espinita: de estudiante trabajé en Cambridge, en un restaurante, compañeros de trabajo fueron una parejilla joven de Finlandia, encantadores los dos… Ir por Finlandia, los lagos… Nunca fui, pero aquello será bonito.
¿Pequeños placeres?
Conversar tranquilamente y sin barullo. Leer, aunque apenas saco tiempo para ello y pasear sin prisas por el campo. Y, bueno, un poco de siesta…
Hay quien sugiere que la soledad del cura puede llegar a ser insoportable, ¿has vivido la soledad como un calvario alguna vez?
¿Soledad de un cura? Tiene que ser un cura muy raro si está solo. Yo no la he experimentado nunca. Otra cosa es el celibato. El celibato cuesta, claro que sí, pero es un valor grande. Y, desde luego, yo pienso que no es más duro que ser padre o madre, que educar a unos hijos. El celibato cuesta, sí; pero anda que ser buen padre o buena madre y forjar una familia buena… ¡Cada vocación tiene su costo y la gracia para vivirla!
¿Un olor que recuerdes?
Tierra mojada tras la lluvia reciente, la yerba recién cortada, la madrugada o el amanecer en el campo cuando vas de campamento…
¿Tu flor favorita?
El clavel, las margaritas, los lirios del campo, las flores pequeñas… Escribía R. Tagore: “Dios se harta de los grandes reinos, pero nunca de las flores pequeñas”.
¿La palabra más hermosa del diccionario?
Tú, vosotros, ustedes; madre, padre, hermano; cualquier palabra que me haga salir de mí, del yo. Demasiado repetimos yo, mí, me, conmigo; demasiado olvidamos tú, te, contigo.
¿El regalo más bello que te ha hecho ser presbítero?
La posibilidad de cada día y en todo ser de Dios y ser de la gente, y trabajar en ello. Trabajo en lo que más me gusta. Y, perdón, ¡muchísimas veces no lo hago bien! pero el regalo está ahí por gracia de Dios: “Dios se fio de mí, me hizo capaz y me confió este ministerio” (1 Tm 1,2). El regalo: Dios se fio de mí; y cuenta conmigo para ir, en nombre suyo, a los demás. ¡Dios y la gente! ¿qué mejor regalo puede haber en la vida de una persona?
A estas alturas del partido ¿volverías a ser sacerdote?
Por mí, sí. Con la fuerza de Dios, claro.
Chaplin, como casi todos, empezó diciendo que la vida era maravillosa y acabó diciendo que no tenía ninguna gracia. ¿Qué le responderías?
En muchísimas cosas me encanta usted, Sr. Chaplin, pero esa no la comparto. En la vida: dificultades sí, pero gracia también. Y, Sr. Chaplin, ¿a que en esto llevo razón?

Rafael J. Pérez Pallarés

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