«Al perder a mi marido, estar embarazada fue una bendición para mí»

Diócesis de Málaga
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La diócesis de Málaga es una sede episcopal dependiente de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Málaga.

Ana Medina Pérez es malagueña, tiene 52 años y estudió Auxiliar de Enfermería, aunque no ejerce de ello. Es madre de cuatro hijos: dos chicos y dos chicas, “por repartir un poco la cosa”, bromea. En su último embarazo, se quedó viuda y hoy es voluntaria de Red Madre para acompañar a mujeres que se plantean el aborto y apoyarlas para que puedan seguir adelante con su embarazo.

Por más que intentemos imaginarlo, hasta que una mujer no está embarazada no descubre el sentimiento de la maternidad, ¿Cómo recuerdas aquellos primeros momentos?

Aunque yo he cuidado a mis cinco hermanos, especialmente a los cuatro pequeños, pensaba que no se podía querer a alguien tanto. Pero cuando te quedas embarazada por primera vez, algo en ti cambia. Es maravilloso cómo algo tan pequeño dentro de ti puede hacerte aflorar tantos sentimientos.

¿Te sentiste madre desde el primer momento que supiste que estabas embarazada?

Incluso desde antes. Antes de saber que estaba embarazada de mi primera hija, algo dentro de mí me lo decía, aunque fue una sorpresa, no lo puedo negar. Desde el primer momento la amé como nunca antes había amado. Una cosa tan pequeña y frágil se me había regalado para que yo fuera su madre. Te cambia la vida pero para bien, la Vida, en mayúsculas.

¿Cuáles fueron los momentos más importantes de tus embarazos?

Todos mis embarazos han sido peculiares, pero siempre una alegría. Han venido en el momento oportuno para mí. Aunque en esta sociedad parece que nunca es el momento adecuado para estar embarazada. Después de tener a mi primera hija, nunca nos planteamos tener o no tener más, lo que Dios quisiera. De hecho, le dije a mi esposo: “confía, Dios te dará los hijos cuando tu corazón lo desee”. No sé por qué le dije eso, pero lo hice. Después de casi tres años, él ya pensaba que no tendríamos más porque no me quedaba embarazada. Cuando le dije que lo estaba de nuevo, no se lo creía y se sonrió, por eso mi segundo hijo se llama Isaac, “sonrisa de Dios”.

¿Y después?

Tres años después de él, vino también otro embarazo, pero algo pasó. En la primera revisión su corazón no latía, y al saberlo, sentí que el mío tampoco. Me quedé sin palabras. Me recomendaron ir al hospital para hacerme un legrado, pero yo me esperé. Algo dentro de mí decía que mi hijo estaba vivo. Y así fue. Nació mi tercera hija, la más grande y gordita de todos. Luego tuve dos abortos, y es de las experiencias más tristes de mi vida. Uno de ellos, de casi cinco meses y medio. Tuve que parirlo. Un hijo muerto. Ninguna madre está preparada para eso.

Y luego vino el cuarto…

Sí. No nació en unas circunstancias muy favorables, porque cuando estaba embarazada de casi cinco meses, tras muchos problemas médicos, hemorragias e ingresos, mi marido tuvo un accidente de tráfico y murió. Recuerdo el día del entierro. En el cementerio, todo el mundo miraba mi barriga y pensaba en mis otros tres hijos, de nueve, seis y tres años. Me miraban como diciendo “pobrecita”. Pero yo no sentí pena de mí misma. No entré en el lamento ni un segundo. Estar embarazada, en ese momento, fue lo mejor para mí, una bendición. Los que no tienen fe verían algo horrible, yo veía algo bueno para mi vida. Mi pequeño José, dentro de mí, me necesitaba más que nunca, así que nada de tristeza. Después vendrían años duros, pero en ningún momento fue triste para mí estar embarazada en el momento en que murió mi esposo. Lo más importante de mi vida, lo mejor que me ha pasado, es ser madre de mis cuatro hijos. Eso me llevó a ser voluntaria de Red Madre, asociación dedicada a acompañar a mujeres que, por diversas circunstancias se plantean abortar y apoyarlas para que puedan seguir adelante con su embarazo. Desde allí me dedico a acompañar a otras mujeres y decirles que nunca es un mal momento para estar embarazada. Con mi propia vida, puedo decirlo a boca llena.

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