El adviento no puede ser una autosugestión litúrgica. Un templo cristiano, un corazón cristiano no pueden ser un espacio insonorizado, a donde no llegan los gritos y preocupaciones de los débiles. La crisis actual, acompañada por el hundimiento de las ideologías de resistencia y una carencia de referencias alternativas, crea una coyuntura en la que los valores evangélicos y la esperanza cristiana pueden contribuir –como tantas veces nos recuerda el papa Francisco- a la humanización de las relaciones sociales.
¿Cómo prepararnos para acoger al Emmanuel, al Dios con nosotros? Tenemos que abrir los ojos del corazón y las puertas de nuestra casa Descubrir el horizonte abierto por Dios para nuestra vida. Convertir en oración los clamores de todos los sufrimientos e injusticias. Encontrar al Emmanuel en los hambrientos y sedientos, en los enfermos y encarcelados, en los pobres y desnudos. Transportar la misericordia de Dios, superar el clericalismo y las actitudes egocéntricas, como repite Francisco. Anunciar el amor de Dios en las periferias. Así preparamos los caminos del Señor y alimentamos con el evangelio la esperanza del mundo.
María nos recuerda que Dios acoge a los humillados. ¿Cómo será posible, si Dios es así, que seamos nosotros quienes rechacemos a los humillados que llegan a nuestra casa, o que nos moleste tanto el que se hable en la homilía de los pobres? Acoger a Dios es incompatible con «la globalización de la indiferencia», esto es, con todos los rechazos que sentimos a compartir la vida con otros, porque son diferentes o porque son inmigrantes, o porque piensan de distinta manera. Acoger al marginado es «el hoy» de nuestro adviento, porque Dios ha venido ya y «vive con nosotros» en todos estos nuestros hermanos.
José Sánchez Luque, sacerdote