“Por mi educación y formación intelectual, dirá Teilhard, pertenezco a los «hijos del cielo», pero por mi carácter y mis estudios profesionales soy un «hijo de la Tierra»” (Como yo creo).
Ha llegado el momento de concluir esta serie de artículos sobre Teilhard de Chardin. Científico, filósofo, teólogo, poeta y místico, su visión es demasiado personal y demasiado elevada para que resulte asombroso que no siempre haya sido debidamente comprendida por todos. Sin embargo, se trata de un pensamiento que se ajusta a la necesidad profunda de nuestra época sin que por ello se aparte de lo recibido en la tradición cristiana. Su objetivo, como afirma Henry de Lubac, fue el de derribar la barrera que desde hacía cuatro siglos se había alzado entre la razón y la fe, poner término a la fisura, agravada incesantemente desde la época del Renacimiento, entre el naturalismo que separa el siglo (el mundo actual) de la iglesia y la iglesia que anatemiza el siglo. Para Él era imposible que existiera un cisma entre la verdad sobrenatural de la salvación, que conserva la iglesia, y el cuerpo creciente de verdades que la humanidad ha ido desvelando por medio del progreso de la ciencia. Con una intención radicalmente apostólica y evangelizadora fue exponiendo una cosmovisión (visión de toda la realidad) persuadido de abría una senda que otros seguirían.
En la búsqueda de una sana reconciliación entre cristianismo y mundo, meditando sobre el misterio de la Encarnación, pretendió enseñarnos a percibir el Misterio de la presencia de Dios en todo el cosmos proponiendo una auténtica educación de los ojos. Su hacer científico, su experiencia mística y su intuición metafísica le permitieron descubrir la realidad prodigiosa del tiempo cósmico que enlaza con el Misterio eterno. Dios está infinitamente más allá del mundo y, a la vez, radicalmente presente en él. Está infinitamente próximo y, a la vez, extendido por todas partes. Él pudo entrever como el universo no nació acabado del todo, sino que Dios creaba evolutivamente. En su comprensión de un Universo “evolutivo” materia y espíritu no son en modo alguno dos cosas, sino dos estados, dos caras de un mismo tejido cósmico, donde se da una primacía al Espíritu y al Porvenir. Lo nuevo y lo original en Teilhard es que él busca el sentido de la evolución en lo espiritual. El mundo va hacia adelante, y hacia arriba en dirección a lo espiritual: la materia lleva a la vida, la vida al espíritu y finalmente todo será recapitulado en Cristo, todo lleva a Dios. La biogénesis lleva a la antropogénesis, la biosfera culmina en la noosfera (capa pensante del mundo formada por la interacción de las consciencias), finalmente todo culminará en Cristo que se hará todo en todos. La ola que nos mueve y nos lleva a Dios, dirá poéticamente Teilhard, viene de muy lejos, tan lejos como la luz de las primeras estrellas. Su pensamiento esboza una gran historia: la obra total de Dios en el tiempo.
Teilhard supo expresar el modo de cómo el hombre de la civilización científico-técnica puede encontrar a Dios en su exploración del universo mostrando como Cristo está en el corazón de la historia cósmica, y como la evolución cósmica es inexplicable si no termina en un Dios personal.
Teilhard puso sobre el tapete cuestiones que deben ser esenciales para el cristianismo: en primer lugar, que todo el cosmos está llamado a la gloria de la transfiguración. En segundo lugar que la evolución no llegará a un callejón sin salida, sino que converge en una «teosfera de amor» en la que Dios será Todo en todo. En tercer lugar nos mostró la presencia de Cristo en todo el devenir cósmico. En cuarto lugar hizo hincapié en que el cristiano no puede quedarse anclado en el pasado. Si nos fijamos en el pasado es para volvernos hacia el porvenir. Todos sabemos que el agua estancada es la primera que se corrompe. Todo pensamiento auténtico, toda vida auténtica debe mantenerse siempre en un estado de revolución permanente. Esto implica que el cristiano tiene que tomar en serio el compromiso temporal. Además de la comunión con Dios y de la comunión con la tierra existe una comunión con Dios a través de la tierra. Todos somos llamados para desarrollar nuestra vocación, a sentirnos cocreadores de un universo en evolución que culminará en Dios. En este sentido ¿cuál fue la vocación de Teilhard?, él mismo nos lo responde:
“¡Innumerables son, oh, Dios mío, los matices de tu llamada! ¡Las vocaciones, esencialmente diversas! Las regiones, las naciones, las categorías sociales, cada una tiene su Apóstol. Yo quisiera ser, Señor, por lo que toca a mis humildísimas posibilidades, el apóstol y (si me atrevo a decir) el evangelista de tu Cristo en el Universo.” (El sacerdote).
Juan Jesús Cañete Olmedo
Sacerdote diocesano y Profesor de Filosofía
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