Misa Crismal

Homilía del obispo de Jaén, Mons. Amadeo Rodríguez

En este Martes Santo, como habitualmente hacemos cada año, celebramos la Misa Crismal, que tiene, por el conjunto de sus ritos, una fuerte impregnación eclesial. En esta Eucaristía que la liturgia prevé para el jueves santo por la mañana, pero que habitualmente adelantamos para que puedan estar presentes los sacerdotes, celebraremos un sacramental de gran valor para el servicio a la fe y a la gracia del Pueblo cristiano. La Iglesia renueva en esta expresiva y simbólica celebración su unción y misión en el Espíritu. En la bendición del óleo de los enfermos y de los catecúmenos, y en la consagración del Santo Crisma, instrumentos de la salvación de Dios en Cristo, utilizados en diversos sacramentos, la Iglesia se muestra como pueblo sacerdotal, profético y real. Son materia de los sacramentos fundamentales en la configuración, en la diversidad de servicios, del pueblo Santo de Dios.
En esta Eucaristía, habitualmente y en circunstancias normales, los sacerdotes renuevan y actualizan las promesas sacerdotales. Responden cada año con fervor a un interrogatorio en el que vuelven a repetir, de palabra, pero, sobre todo, de corazón, las promesas que le hicieron al Señor, como gratitud por haberles elegido, el día de su ordenación. Impresiona siempre escuchar las promesas de todos a una sola voz; cada uno, según sus circunstancias, renuevan con sinceridad de conciencia lo que el Señor les ha pedido, conscientes de que su consagración es ad vitam, para toda la vida, pero que hay que actualizarla permanentemente. Por eso, algunas veces lo hacen con el gozo de la fidelidad, siendo igualmente sinceros lo hacen con la nostalgia de lo que ha ido palideciendo con el tiempo. Por eso, este es el día para el renacer de nuestra vocación sacerdotal.
Hoy, sin embargo, no lo van a hacer de una forma presencial; ya lo haremos cuando logremos vencer al Coronavirus y podamos reunirnos de nuevo para algún otro acontecimiento sacerdotal. De cualquier modo, estoy seguro de que cada sacerdote lo va a hacer desde lo más íntimo de su corazón y también estoy convencido de que quizás muchos lo hagan con una convicción especial. La situación obligada y necesaria de confinamiento en la que todos estamos, está poniendo a prueba la capacidad de todos para sacar lo mejor de nosotros mismos y ponerlo al servicio de los demás. Es maravilloso ver cómo se multiplican las iniciativas solidarias para ayudarnos unos a otros material y moralmente. Dios nuestro Señor, es seguro que está sintiendo hoy, de un modo especial, lo que sintió cuando nos creó a su imagen y semejanza: “Y vio Dios que el hombre era bueno”.
Aunque hay excepciones de quien no es capaz de sacar nunca lo bueno que lleva escondido o que lo tiene mortecino, lo que abunda en una sociedad que se comunica con gestos, como le sucede en este momento a la nuestra, es el amor, la solidaridad, la alegría, y una creatividad increíble para ponerle valores a esta vida amenazada por la pandemia: la capacidad de sacrificio, la entrega generosa, el amor al prójimo, el respeto a la vida de todos, la ternura y la alegría por el bien ajeno, la compasión son constantes de la conducta de todos los ciudadanos, aunque destaquen los que de un modo más profesional tiene que enfrentarse al virus.
Yo quisiera hoy destacar, con un afecto especial, porque soy además el más indicado para hacerlo y porque sé que me encontraré la comprensión y la aceptación de todos, la gran labor de nuestros sacerdotes. Naturalmente, cumplen como todos, la responsabilidad de aislarse, para no poner en riesgo su vida y la de los demás. Pero, como sabéis muy bien, están siempre disponibles a ofreceros lo que necesitéis. De un modo especial cada día ofrecen por todos los hombres y mujeres del mundo, y en especial por aquellos que tienen encomendados, la Eucaristía, medicina de inmortalidad. Y junto a eso, todos están mostrando de un modo u otro y por todos los medios que son pastores cercanos que os dan todo lo que tienen y ponen lo mejor de sí mismos para estar a nuestro lado”.
Al bendecir y consagrar los oleos y el crisma, la Santa Madre Iglesia piensa en todos vosotros, mira con especial predilección a los laicos en su vocación de santificar el mundo y de ser en la Iglesia discípulos misioneros, que por los sacramentos de iniciación cristiana han sido ungidos para asumir su vocación propia y mostrar en todo el buen olor de Cristo. ¡Qué buena ocasión tenéis ahora!
Piensa en todos los consagrados y consagradas que con su dedicación plena y con la entrega de su vida son presencia de profecía que nos mueve a todos de crear un mundo mejor al servicio del Reino de Dios. ¡Lo que siempre hacéis, dejad en esta ocasión la huella de lo que Dios le pide a vuestro carisma!
Piensa en los diáconos, sacerdotes y obispos que han sido ungidos para acompañar y guiar, en cada comunidad, la vida de una Iglesia en salida, de una Iglesia evangelizadora, que mantiene vivo, también en estos días de miedo, el sueño misionero de llegar a todos. ¡Mostraos misioneros en la misericordia y en la alegría y la esperanza!
Hacemos presente a la Santísima Virgen elegida, junto a la cruz, para la maternidad de todos y le pedimos que nos dé fortaleza, confianza y esperanza en estos momentos resistencia a un enemigo común que nos amenaza. Amén.

Seminario de Jaén, 7 de abril de 2020

+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén

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