Homilía en la rogativa diocesana por la lluvia

Homilía en la rogativa diocesana por la lluvia.

Catedral de Jaén – 1 de mayo de 2023

Desde hace más de un año, incluso podríamos decir que, desde los últimos años, estamos viviendo una grave sequía en nuestra tierra, en nuestra Comunidad andaluza y, también, en la mayoría de las regiones españolas. Realidad que está afectando gravemente a nuestra agricultura, a los 66 millones de olivos que constituyen el motor principal de nuestra economía, de donde se sostiene, principalmente, nuestra sociedad, nuestras familias; que está afectando a nuestra ganadería, a la industria, a los servicios y al consumo humano. La falta de lluvia nos afecta a todos y a todo. Pensemos en nuestros pantanos, acuíferos y fuentes, en nuestras sierras, en nuestros cuatro Parques Naturales, en todo nuestro ecosistema que es tan rico en toda nuestra provincia.

 

Ante esta grave realidad que estamos padeciendo, los creyentes, sabiendo que el agua es un regalo de Dios “pedimos al Creador que nos conceda la lluvia abundante que necesitamos, sin que ello provoque inundaciones y otras catástrofes. Confiamos que Él sabrá cuándo y cómo nos la enviará”.

 

Jesús en el Evangelio nos dice: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abra” (Mt 7,7). Con esta oración humilde y confianza, nos ponemos ante Dios, en este día, toda nuestra Iglesia de Jaén, como un único pueblo, con un solo corazón, unidos en una misma petición: ¡Señor, necesitamos la lluvia que riegue nuestros campos!

Hoy, unidos a Cristo, el Señor, contemplándole en esta emblemática Imagen de Nuestro Padre Jesús (el Abuelo), pero, especialmente, en este Eucaristía que celebramos, elevamos una oración extraordinaria a Dios Padre.

 

La última vez que “El Abuelo” procesionó en rogativas, para pedir la lluvia, fue el 8 de marzo de 1949. Hoy, 74 años después, nos unimos a esta petición como Iglesia diocesana.

Y lo hacemos como el “amigo inoportuno y la viuda insistente”, sabiendo que Dios nos escucha y, nosotros confiamos que nos hará caso ante esta necesidad urgente.

 

El Señor, en muchas ocasiones, nos enseñó que es necesario pedir a Dios con humildad, perseverancia y audacia, aquello que necesitamos, tanto para nuestra vida espiritual o para nuestra conveniencia material.

 

La oración es la actitud propia del cristiano ante Dios, es fundamental en la vida del cristiano. Quien no ora va viendo cómo Dios va muriendo progresivamente en su corazón hasta llegar un día en que Dios ya no es nada en él. Pero la oración es una gran fuerza espiritual que desencadena una enorme fuerza, energía, que nos hace lograr lo que por otros medios es imposible, y que solemos llamar milagros. Seamos insistentes, constantes, en nuestra oración.

Dice el Salmo 8:

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies…

Pero, Señor, nosotros no lo podemos todo y con humildad nos ponemos en tu presencia e imploramos tu gracia, con el deseo de acoger en nuestras vidas siempre tu voluntad. “Con amor y sabiduría quisiste someter la tierra al dominio del hombre… te damos gracias por los dones que de ti hemos recibido y te pedimos nos concedas la gracia que te suplicamos”. Tú nos has dicho: “Yo daré la lluvia a vuestra tierra en su tiempo, la temprana y la tardía; y recogerás tu grano, y tu vino, y tu aceite. Y daré hierba en tu tierra para tus bestias; y comerás, y te saciarás” (Dt. 11,14).

 

Señor, esta situación de sequía nos hace darnos cuenta de que no somos los dueños del mundo y que no podemos cambiarlo a nuestro gusto y según nuestros criterios; sabemos que Tú eres el Creador, el que presides la marcha del mundo y que, por tanto, como Padre bueno, no dejas de acoger nuestras peticiones por aquellas cosas que necesitamos tantas personas para vivir, como puede ser la lluvia.

Ayúdanos, también, Señor a ser responsables, previsores y sobrios con el uso del agua, tanto a nivel personal, como comunitario, sabiendo que se trata de un bien cada vez más escaso, respecto del que es necesario un uso racional y prudente, que no olvidamos la justicia fraterna y el derecho de los demás a su uso.

 

No quiero terminar mis palabras sin tener presente la realidad que en día estamos celebrando, coincidiendo con San José Obrero, el día internacional de todos los trabajadores, recordando una cita de la encíclica de San Juan Pablo Evangelium Vitae (n 79): «El compromiso al servicio de la vida obliga a todos y cada uno. Es una responsabilidad eclesial, que exige la acción concertada y generosa de todos los miembros y de todas las estructuras de la comunidad cristiana». Pidamos para que no falte el trabajo digno en nuestra tierra y para que se creen estructuras que posibiliten el ámbito laboral adecuado para todas nuestras gentes y las generaciones venideras.

 

Queridos hermanos, solo el Señor es capaz de cambiar el devenir de las cosas. Él quiere contar, ciertamente, con nuestra ayuda, pero, muchas veces, nuestra ayuda no puede ser otra que pedir insistentemente.

 

Confiamos en que nuestra oración sincera, confiada y perseverante puede alcanzar la tan deseada agua para nuestra tierra. Que este deseo nos lleve también a saciar nuestra vida con el agua vida del Espíritu del Resucitado, que Dios concede siempre con abundante generosidad.

 

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

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