Homilía en la Epifanía del Señor

El nombre litúrgico de la fiesta que estamos celebrando hoy, llamada popularmente “día de Reyes”, es la Epifanía del Señor. “Epifanía” es una palabra que significa “manifestación de la divinidad”. “La manifestación de la salvación de Dios en Cristo Jesús” es la idea central de hoy y las tres lecturas que hemos escuchado afirman rotundamente la universalidad de la salvación de Dios por Cristo, para todos los hombres y naciones.

San Mateo que escribe su Evangelio pensando en la sensibilidad del pueblo judío, les quiere decir que el Mesías esperado y nacido en Belén no es solo su Mesías, sino que es el salvador del mundo entero.

Los tres Magos de Oriente son quienes, con su peregrinación y sus ofrendas, nos muestran la significación y la misión universal del Niño nacido en Belén. Jesús no es sólo el Mesías de los judíos, sino el Enviado de Dios para ser guía, redentor y salvador de todos los hombres, de todos los pueblos y de todas las culturas. Ellos son los primeros de fuera de Israel, los iniciadores de esa peregrinación universal de todos los pueblos y razas hacia Cristo anunciada por Isaías, “caminarán los pueblos a tu luz, los reyes al resplandor de tu aurora” (Is. 60, 3).

Contemplando las lecturas y la celebración de hoy, nos encontramos, en un primer momento, con que no podemos dejar pasar inadvertida la trascendencia de esta enseñanza de nuestra fe: Él es el centro de la creación, el punto de referencia definitivo de la humanidad entera; Él es el Primogénito de todas las creaturas, el nuevo Adán, principio y fundamento de una nueva humanidad, redimida, salvada y santificada por su encarnación, por su pasión, su muerte, su resurrección y glorificación junto al Padre.

 Pero, también, la celebración litúrgica nos invita a reflexionar sobre los misteriosos caminos de la fe. Unos hombres de buena voluntad van en busca del recién nacido a la luz temblorosa de una estrella. La historia de los Magos puede ser reflejo de nuestra propia historia. Es, también, la experiencia de la primera Iglesia… Contemplamos en este desarrollo histórico la revelación de los designios del Señor:

Dios llama a todos al conocimiento de su Hijo. Es el primer momento, paso de la fe. Son muchas las formas, las maneras, los medios, con los que Dios hace esa llamada.Tomar conciencia de esta llamada “universal” es especialmente importante, sobre todo cuando nos encontramos ante un mundo indiferente, materialista, reacio a la transmisión de la fe… Pero, sin embargo, los caminos de Dios pueden ser desconcertantes e inesperados.

¿Por qué los Magos (que eran paganos) se pusieron en camino? Porque ESPERABAN, estaban llenos de esperanza. Y porque esperaban sintieron en la estrella la llamada de Dios. Mientras el mundo “dormía”, el corazón de estos Magos ya estaba en camino. Esperaban como Simeón, que todas las tardes iba al templo porque esperaba.Ellos consultaban al cielo. “Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva a Belén” (PP. Francisco, Carta Apostólica El hermoso signo del pesebre),

Y se pusieron a buscar. No sabemos si el camino fue corto o largo, pero siempre es largo para todo el que avanza entre dudas y tinieblas. Sin embargo, cuando la fe de alguno de ellos se viniera abajo, los otros dos avivarían la llama de la confianza. El camino de fe, debemos hacerlo siempre acompañados,  por nuestra Madre la Iglesia.

Debieron sentirse liberados, cuando, al fin, Jerusalén apareció en el horizonte. Pero su corazón se debió de paralizar cuando les recibió una ciudad muerta y un hombre sediento de poder y de sangre, Herodes. Pero los que buscan a Dios terminan por encontrarlo.

Y lo encontraron. Los que buscan a Dios con sincero corazón terminan por encontrarle. Pero ¿qué encontraron? A un niño envuelto en pañales, un Dios que acepta un pesebre por trono. Nos dice el Papa Francisco en su Carta Apostólica sobre El hermoso signo del pesebre (1 de diciembre de 2019): “Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado”

Y cayendo de rodillas lo adoraron. Son adoradores de un misterio que aceptan, aunque tal vez no comprenden. Adorar es reconocer y aceptar la grandeza absoluta de Dios como origen y fin de todo. Los Magos habían comprendido bien que ante aquel niño sólo cabían dos posturas coherentes: o adorarle o intentar quitarlo de en medio.

Y abriendo sus cofres le hicieron regalos. El encuentro con el Señor, nos pide que le entreguemos lo más valioso que tenemos: nuestro corazón para amarle a Él como Padre y a los hombres como nuestros hermanos.

Y se marcharon a su tierra por otro camino. El que se ha encontrado con el Señor a través de la fe, le transforma su vida y siente el impulso misionero de regresar a su tierra para comunicar el tesoro que ha encontrado: El Amor de Dios para todos, la Salvación para todos.

Al igual que entonces, muchos hombres y mujeres sienten la inquietud, la necesidad, la esperanza de encontrar el bien, la verdad, la justicia, la libertad, la liberación humana… Y nosotros, los cristianos debemos ser esa estrella, esa llamada de Dios, que les conduzca a Él. Y lo debemos hacer con el testimonio de nuestra vida.

A veces los creyentes, con nuestras actitudes y conducta, velamos, más que revelamos, el genuino rostro de Dios. Sin embargo, debemos ser manifestación de Dios, “epifanías de la Salvación”. ¡Qué gran responsabilidad tenemos!

Dice el Papa Francisco en esa carta: “Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que se encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor”

Pidamos al Señor vivir con deseo este camino de la fe, contemplar su amor y su voluntad de vivir en su amor. Y seamos luz en medio del mundo que a cada uno le ha tocado vivir, para despertar en los demás la sed de Dios.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

Contenido relacionado

Enlaces de interés