Homilía del Obispo en la clausura del encuentro de Cofradías, en el primer aniversario de su ministerio episcopal en Jaén

Un saludo a todos queridos hermanos.

En esta Eucaristía, donde recuerdo que hace un año me uní a vuestro caminar como pastor de la tierra del Santo Reino, quiero compartir con vosotros, y en vosotros con toda la Diócesis, mi acción de gracias por este primer año, que cumplo como vuestro obispo, sirviendo a nuestra Iglesia local de Jaén.

De igual manera, pido que os unáis a mi petición para que siempre sea fiel a este ministerio y a este don que se me confirió en mi Ordenación Episcopal y que estoy llamado a poner totalmente a vuestro servicio. ¡Gracias por vuestra oración! pues me siento confortado y sostenido en ella

Con el Adviento comenzamos el Año litúrgico, que es tanto como decir que comenzamos el recorrido cristiano del curso de nuestra vida. Es vivir el itinerario de la fe y de la salvación. El anuncio central del Adviento es la primera certeza de una vida iluminada por la fe: nuestra vida tiene un sentido, no es un laberinto sino un camino con sentido que lleva a un lugar, ese lugar es el mismo Dios.

Dios es nuestro Padre, Dios nos ama y ha venido a nuestro encuentro: este es el gran mensaje del Adviento. Esta visión del Dios Salvador está en el horizonte del Adviento y de todo el Año litúrgico. Se alza ante nosotros como un monte firme y estable que sobresale sobre todas las demás alturas y encumbramientos posibles: «venid, subamos al monte del Señor»; «caminemos unidos por el camino de la vida a la luz del Señor».

El Adviento, por tanto, es un tiempo de esperanza, apoyado en el recuerdo de lo que ya Dios hizo por nosotros, pero alentado por la esperanza firme y segura de lo que le queda por hacer. Entrar en el Adviento es vivir la esperanza de una verdadera salvación.

De esta visión nace la espiritualidad del Adviento y tienen que nacer nuestras disposiciones espirituales. Para caminar hay que dejar los falsos caminos, los pesos inútiles, las divagaciones; estar en camino supone un esfuerzo constante, pero es también causa de alegría.

Sin embargo, nos cuesta trabajo salir con alegría al encuentro de la salvación de Dios. Unas veces es consecuencia de la desesperanza, de la falta de fe, de la persistencia del sufrimiento. En la sociedad actual hay mucho sufrimiento, muchos problemas, muchas dificultades. Sufrimos en nuestra vida personal y sufre el mundo entero en situaciones terriblemente dolorosas, pensemos en la guerra de Ucrania.

Otras veces es fruto de nuestro orgullo. Pensamos que ya estamos bien, que ya somos buenos, que no necesitamos ninguna intervención extraordinaria en nuestra vida.

Pero a pesar de todo, hay salvación. Una salvación que viene de Dios, que está a nuestro alcance porque Dios lo ha querido así. El Dios creador, santo y misericordioso, nos ha amado de tal manera que nos ha enviado a su Hijo hecho hombre para que fuera, Él mismo, salvación para nosotros.

Queridos hermanos cofrades, sois signo, instrumento del mensaje de la salvación de Dios, un mensaje que no es otro que el mismo Jesucristo, nuestro Dios y Señor, encarnado en María Santísima, Reina y Señora de nuestras vidas.

Como cofrades tenéis compromisos específicos, y no sólo como bautizado: vuestra formación humana y cristiana permanente; una espiritualidad propia, como fiel seglar asociado, y vuestro compromiso de ser testigo de su fe en la Iglesia y en el mundo.

Ante todo, el cofrade debe ser un creyente coherente y activo, que parte de su adhesión y seguimiento inquebrantable a Jesucristo y su Evangelio.

Este seguimiento y adhesión a Cristo exigen también, en el cofrade, alimentarse de las fuentes de la Palabra de Dios y de la Eucaristía dominical. Sin oración y sin vida sacramental nuestra cofradía se mundaniza, se profana. El amor a Cristo es el punto central de toda nuestra hermandad.

Sé que nuestras Cofradías y Hermandades jienenses están trabajando, con mucha seriedad. Que la caridad sea punto principal de vuestra acción en nuestra Iglesia. ¡Felicidades! Sin caridad la Palabra de Dios queda vacía, porque si-n ella la Palabra queda sin acción. Sin ella no hay Adviento, sin ella no hay Navidad. No se entiende una hermandad sin caridad y una caridad sin una buena hermandad.

Queridos hermanos, el cofrade convencido de que su vida, como cristiano, está al servicio del Reino de Dios en el mundo, no debe nunca dejar de lado su permanente formación.  Sólo una capacitación adecuada da seguridad, convence y abre iniciativas en nuestra misión de enviados en su Nombre para evangelizar.

Sed artífices, hermanos y hermanas cofrades, de la nueva evangelización, dando testimonio con toda nuestra vida del amor de Dios, dentro y fuera de la cofradía, siendo anunciadores del Kerigma, del gran mensaje de la salvación, y así interpelar el corazón de nuestros hermanos los hombres para que inicien su camino de Adviento que los lleve a encontrarse vitalmente con el Amor de Dios, encarnado en un pesebre. Es lo que, en nombre del Señor, os propongo, como grupo muy importante de laicos en nuestra Diócesis. Nuestra Iglesia de Jaén os necesita, como cristianos esperanzados y alegres, dispuestos a ir a nuestra sociedad con nuevo ardor, decididos, unidos y sin miedo, para comunicar a este mundo, donde cada vez se está minado más los profundos cimientos de la familia y de la propia dignidad de la persona, que Dios es nuestro Padre, que nos ama y ha venido a nuestro encuentro para salvarnos, para alcanzarnos la plenitud que ansía nuestro corazón.

Al inicio de mi Ministerio episcopal, me marqué tres objetivos, que nuevamente quiero recordar, y que deseo avivar, pidiéndole al Señor que me ayude a que vayan fructificando según su voluntad. Surgieron en ese momento tenso e intenso de mi preparación para la Ordenación Episcopal. Surgieron de la oración, en la intimidad con el Señor. Por lo que creo que son como tres hitos importantes en el cuaderno de ruta de toda mi vida: “Ser hombre de esperanza”; “Estar cercano a los sacerdotes y a los jóvenes que buscan el “para qué de su vida”; y “ser hombre de comunión”.

Cuando me uní a vosotros, hoy hace un año, os decía en la Eucaristía de inicio del Ministerio: “vengo con el único programa de unirme a vosotros y caminar juntos, como vuestro servidor, de todos, pero de forma especial de los pobres, los débiles, los enfermos, los que no tienen hogar, los migrantes…, con el emblemático “encargo de predicar, dando solemne testimonio de que Dios ha constituido a Cristo juez de vivos y muertos” (Cfr. Hch10,…) También, me uno a vosotros, como vuestro hermano en la fe, con el deseo de sentir el calor fraternal que brota de nuestro bautismo y nos hace ser comunidad, familia, Iglesia, ayudándoos a crecer en la fe y a vivir en el amor de Dios y del prójimo”.

Este año, ha pasado muy rápido, no sé hasta qué punto he ido respondiendo a todos estos objetivos. Lo que sí sé es que me ayudan a mirar hacia delante, a tener un rumbo fijo e ilusionante en mi vida, y una referencia para el examen diario de mi proyecto vital, desde la humildad y el gran deseo que tengo en mi corazón de entregarme al Servicio de Cristo y de todos vosotros.

Son muchos los recuerdos que vienen a mi mente de aquel bendito día, donde nuestra Iglesia diocesana recibía a un nuevo pastor, a un sucesor de los Apóstoles, sucesor de San Eufrasio, a un Obispo venido de tierras murcianas. Ha sido un año intenso, donde he conocido prácticamente la gran realidad de toda nuestra tierra jienense. Jamás me había imaginado el gran regalo que Dios me ha hecho en vosotros. Ojalá que siempre esté a la altura de Su voluntad y pueda responderos como un buen padre y un buen hermano, un “buen pastor” que simplemente trae en su alforja el gran tesoro de una vida que desea ser entregada al amor del Corazón de Cristo.

No quiero desaprovechar este momento para “rogad a Dios que envíe obreros a Su Mies”. Jóvenes valientes y decididos, donde su nobleza les lleve a que Dios siga haciendo verdad “su sueño en ellos”… Si Dios soñó en ti, querido joven, para ser sacerdote: ¡No tengas miedo de hacer este sueño realidad!

Queridos hermanos, os encomiendo a todos al Señor, y a la protección de nuestra Madre, la Virgen María. La espiritualidad del Adviento está presidida por su presencia. Ella es la puerta de la salvación, por su pureza, por su humildad, por su fe confiada y obediente vino la salvación de Dios al mundo.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

 

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