Dios está al lado del inmigrante y del itinerante

Carta Pastoral del Sr. Obispo de Jaén a los fieles diocesanos Dios, ciertamente, es trascendente, pero se fija en el necesitado y nos invita a estar con él. Leemos en el salmo que aleja su rostro del soberbio y se fija en el humilde (cf. Salmo 137, v. 6).
La aceituna comienza a madurar y serán ya muchas las personas que miran y piensan en los olivares de Jaén. Como en anteriores temporadas, sin conocer cuántos ni cómo, llegarán con la esperanza de un trabajo temporal. Ese será su objetivo y deseo. Y, ¿qué van a encontrar? Al menos personas cercanas para apoyarles. No son una mercancía o una mera fuerza laboral, son trabajadores.

1. Fenómeno complejo
El hecho migratorio encierra una realidad humana tan antigua como el mismo hombre. Cada época, cada territorio, su realidad social, el mercado de trabajo y otros factores, con frecuencia muy complejos, inciden de una forma u otra en este fenómeno. Baste pensar, por ejemplo, en las diferencias existentes: entre el estudiante que acude a otro país para completar estudios, una madre de familia obligada a desplazarse para ganar el pan para sus hijos, el refugiado, el indocumentado que necesita comer o el menor que arriesga su vida sin apenas saber por qué y para qué. Hoy, además, nos encontramos con una importante novedad: la presencia de la mujer inmigrante por motivos económicos. Si hasta hace poco tiempo eran los varones quienes se desplazaban a otros países, en muy pocos casos acompañados de su familia, hoy es la mujer quien, con frecuencia, toma la iniciativa de buscar un empleo para ayuda de los suyos. Escribe Benedicto XVI sobre las migraciones en su reciente Carta Encíclica del pasado 29 de junio de este año, que «es un fenómeno que impresiona por sus grandes dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales e internacionales» (Carta Enc. Caritas in veritate, 62).

2. Riesgo, sufrimiento y agradecimiento
A nadie se le escapará pensar en el riesgo y peligros que entrañan estas situaciones, desde la aceptación de cualquier trabajo con remuneraciones a veces injustas y en situaciones ilegales, hasta sucumbir ante mafias que, sin escrúpulo alguno, llegan hasta su explotación delictiva e inmoral. «Todos podemos ver, escribe el Pontífice actual, el sufrimiento, el disgusto y las aspiraciones que conllevan los flujos migratorios» (Ibid., 62). Pensemos lo que puede suponer como desgarrón humano, dejar su patria, sus costumbres, la propia lengua, la familia… y sumergirse en un mundo completamente nuevo y desconocido. Imaginemos qué supondrá llegar a otro país sin saber dónde hospedarse, sin trabajo, sin conocer su lengua. ¡Cómo debe agradecerse en estas situaciones la palabra, el gesto amable y acogedor; que alguien se preocupe por darnos de comer y vestir; que se nos ayude y oriente para encontrar un trabajo justamente remunerado; disponer de unos mínimos recursos para desplazarnos de estación en estación…!  

3. Unamos esfuerzos
Como cristianos y como ciudadanos no podemos conformarnos con mirar para otra parte o escaparnos de esta realidad. Es mucho lo que podemos hacer unidos y, de hecho, así viene haciéndose las más de las veces. Nos alegran las noticias de la Sra. Delegada de Gobierno en el sentido de que «podrán hacer uso de los albergues para temporeros todos los inmigrantes que lleguen a la provincia» y de que «hay que prestar ayuda humanitaria a todos los que vengan de fuera». Y que el Foro Provincial de Inmigración ya «haya acordado con todos los ayuntamientos que estén preparados para principios del mes de noviembre». Las organizaciones de la Iglesia Diocesana quieren también secundar y sumarse a estos u otros esfuerzos y propuestas. Así viene programándose año tras año con realismo y mucho amor. Conozco la respuesta generosa de personas anónimas, de grupos y familias, de muchos voluntarios que aportan gratis su tiempo y recursos. En cada comunidad parroquial, por pequeña que sea, se aprecia un despertar progresivo de apoyo incondicional a estas personas necesitadas, a pesar, muchas veces, de sus escasos recursos y posibilidades. ¡Ojalá esta inquietud, que es amor, vaya en aumento! ¡Ojalá estuviera en nuestras manos crear puestos de trabajo para todos! 

4. «Caridad creativa»
Sí, podemos y debemos unir nuestras manos y corazones a favor de una «caridad creativa» que promueva leyes cada vez más humanas. Una «caridad por el bien común» para acercarnos a todos con amor, de igual a igual. Pensemos que son personas como nosotros, que reclaman pan, trabajo, vestido para calentarse, techo donde cobijarse, pero, sobre todo, cariño y comprensión. Es momento de abrir las cáritas, programar con antelación e imaginación esfuerzos… Recordemos los cristianos aquellas palabras del Evangelio: «No todo el que dice ¡Señor! ¡Señor! se salvará, sino el que hace la voluntad de mi Padre», y la voluntad de Dios, manifestada por su Hijo Jesucristo, no es otra que el programa de las Bienaventuranzas. Nuestra mirada se dirige a los pobres que luchan con valentía para ganarse el pan con dignidad, preocupándose por su familia y por las necesidades de sus hermanos. Invito a todos a escuchar su grito sin palabras, y a intensificar nuestra solidaridad. Con mi saludo agradecido,    

+ Ramón del Hoyo López. 
   Obispo de Jaén.

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