Carta Pastoral de Mons. Del Hoyo, Obispo de Jaén.
Hablar del Seminario es referirnos a una realidad viva, a una familia muy apreciada y necesaria en el conjunto de la familia diocesana. Es de todos y juntos compartimos nuestro afecto, apoyo y preocupación en favor de tan querida institución. En el Seminario se forman los futuros sacerdotes que serán destinados a ser los servidores de Jesucristo y de su Evangelio para todos y cada uno de los fieles diocesanos.
Precioso el lema elegido para la jornada del Día del Seminario en este Año Sacerdotal: “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”.
La Iglesia es muy consciente de que uno de sus primeros deberes será siempre el de predicar el Evangelio de la misericordia. Por las manos del sacerdote llegan las aguas renovadoras de la misericordia divina, manantial inagotable de gracia.
La misericordia es don de Dios. Quien cree en Dios cree en su misericordia. Dice San Agustín que “a Dios se asciende por la oración y Dios desciende en misericordia”. La misericordia de Dios llega siempre al que reza y espera como rocío del cielo.
1. El Sacerdote, testigo de esa misericordia
El sacerdote es el hombre de entre los hombres que ha oído y conoce el grito de su pueblo. Llamado por Dios, decide entregar su vida para librarlo. Por él, actúa Dios. Es puente del amor inmenso de Dios, capaz de allanar barreras y montañas que ponemos los humanos, creyentes y no creyentes, porque la misericordia de Dios es para todos.
Por el sacerdote discurren las gracias que renuevan la tierra reseca y abrasada. Es el agua que empapa, calma los ardores y fecunda, hasta resucitar, lo que estaba muerto. Es la presencia de Jesús Resucitado entre nosotros.
2. Necesitamos sacerdotes
Al escribir estas dos palabras me siento en la condición de un necesitado que pide ayuda a todos sus fieles: sacerdotes, consagrados, fieles laicos.
La Iglesia de Jaén necesita de todos sus diocesanos para que el Seminario cumpla con sus objetivos, para que surjan y se fomenten las vocaciones y para que se cuiden, se desarrollen y lleguen a su término en el Seminario.
Es imprescindible el protagonismo de los sacerdotes para que con sus palabras y vida, sobre todo, ofrezcan ese don a los jóvenes. Las familias tienen un papel no menos relevante en estas llamadas. Que no duden en apoyar la vocación de sus hijos, si Dios os hace este regalo. Hago también esta llamada a los educadores cristianos, maestros, catequistas, profesores… Todos estamos llamados a renovar nuestro interés y afecto por los seminaristas y por quienes se preocupan y atienden su formación. Gracias a todos.
3. Una palabra de ánimo
Quiero transmitir ánimo a los seminaristas para que valoren el don recibido, para que no se pierda, para que aspiren con decisión y humildad a ser santos por este camino.
Rezamos a Dios por vosotros y por todos los llamados. Buscamos con interés estas plantas tan necesarias y escasas en nuestra Iglesia. Los que habéis escuchado y seguido la llamada de Dios, no dudéis en entregaros de lleno al Señor. Trabajad sin descanso y como única preocupación en adquirir la ciencia y virtudes que espera el Señor de vosotros y también ya los fieles a los que seréis enviados, cuando él lo quiera.
Un recuerdo también especial y agradecido de todos para la Delegación episcopal de vocaciones y para quienes, en nombre de todos, han asumido la no fácil misión de formar a nuestros seminaristas: Rector, formadores, profesores.
A las comunidades parroquiales y familias que cuentan entre sus miembros con algún seminarista: vuestro apoyo y oración es imprescindible en esta tarea ardua y nada fácil, menos en la sociedad actual. Dios os lo pagará con creces.
Oremos por nuestros Seminarios. Ayudemos también con nuestros medios económicos a su mantenimiento y mejoras, pero, sobre todo, pidamos al Dueño de la Mies, y a la que es Madre nuestra, la Santísima Virgen, que envíe con abundancia vocaciones a su Iglesia, particularmente en este Año Sacerdotal.
Mi saludo agradecido y bendición.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén