Carta pastoral del Obispo de Jaén, D. Ramón del Hoyo. Muy queridos sacerdotes, diáconos, consagrados y fieles laicos:
1. La Iglesia vive de la Eucaristía
Con estas palabras da comienzo la Carta Encíclica «Ecclesia de Eucaristía», del Sumo Pontífice Juan Pablo II, del 17 de abril de 2003. En los inicios del tercer milenio, nos recordaba el querido Pontífice, que «la Iglesia está llamada a caminar en la vida cristiana con renovado impulso» y que «la realización de este programa pasa por la Eucaristía». Ella encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia.
He podido comprobar, con gran satisfacción, la profunda piedad eucarística y mariana de los fieles diocesanos y, así como les invitaba en otra carta reciente a vivir de forma muy especial este mes de mayo junto a nuestra Madre, en la presente deseo invitarles, con ocasión de la próxima solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, 25 de mayo, a estrechar nuestra comunión desde el alimento del pan consagrado y la adoración al Santísimo Sacramento para, luego, ser portadores del amor divino, hecho nuestro, a los rostros necesitados. Es el pan que se parte y comparte en la mesa redonda del mundo.
Nos dice el Señor: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida» (Jn 6, 51-58). «El que tenga dos túnicas que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer que haga lo mismo». (Lc 3, 10)
2. «Se les abrieron los ojos y le reconocieron al partir el pan» (Lc 24, 31)
Cada vez que nos acercamos a la Eucaristía y la celebramos en comunidad tenemos la ocasión de revivir, de algún modo, la experiencia de los discípulos de Emaús.
Hemos de situar a la Eucaristía en el puesto central de nuestra vivencia cristiana y de la comunidad. La Eucaristía es la fuente de la vida divina, centro y vértice de la vida sacramental, fermento de caridad y vínculo de unidad, misterio de fe que edifica la Iglesia, fuente de evangelización y crecimiento de la Iglesia, fuente de vocaciones sacerdotales y religiosas, raíz y fundamento de nuestro amor al prójimo. En la Eucaristía alimentamos nuestro vivir diario del Pan de la vida eterna.
Quiero insistir e invitarles a cuidar y mimar, con especial interés, tres momentos eucarísticos de máximo interés para nuestras vidas de discípulos de Jesucristo:
a) Los cristianos siempre han celebrado el Domingo como el día de la Resurrección del Señor y del descanso. Han festejado este primer día de la semana como día del encuentro y de la convivencia, día de fiesta para la comunidad parroquial y en la familia cristiana
La participación en la Eucaristía de cada domingo es la expresión pública de la identidad de un cristiano. Podemos leer en Didascalia Apostolorum, del s. II del cristianismo: «¿Qué justificación podría presentar a Dios quien no se reúne el domingo en asamblea para escuchar la palabra de Dios y nutrirse del alimento divino que dura eternamente?» (II, 59. 3).
b) Íntimamente unido a la celebración del sacrificio eucarístico y como derivación del mismo debemos destacar también el culto eucarístico fuera de la misa, a solas o en comunidad, desde el Sagrario o ante la Custodia. Ello nos da la posibilidad de «llegar al manantial de la gracia» (EE 25).
Los sacerdotes debemos recordar especialmente las palabras del Ritual Romano en que se nos dice: «Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas». (nn. 38-39).
c) Llevar la sagrada Comunión a las personas enfermas e impedidas, es el mayor consuelo y el mejor regalo que podemos hacerles. Así me lo han expresado muchos de estos hermanos que antes lo hicieron en el templo y con la comunidad. Hasta el momento de la muerte, el cristiano necesita el alimento del Pan de la Vida.
Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que «así como los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía constituyen… los sacramentos de la iniciación cristiana, se puede decir que la Penitencia, la Santa Unción y la Eucaristía… constituyen, cuando la vida cristiana toca a su fin, los sacramentos que preparan para entrar en la Patria, o los sacramentos que cierran la peregrinación». (n. 1525)
3. La Fiesta y Procesión del Corpus Christi
Es el día «que relumbra más que el sol» y una solemnidad profundamente arraigada en la religiosidad del pueblo cristiano la festividad del Corpus Christi.
En el alba del tercer milenio, el Pontífice Juan Pablo II invitaba al pueblo de Dios a «remar mar adentro en las aguas de la historia… pero siempre desde la contemplación del Rostro de Cristo, haciéndolo en compañía, además, de nuestra Madre la Virgen María». (EE n. 6).
De la mano de esta Madre, «que ofreció su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios… anticipándose así a lo que, en cierta medida se realiza sacramentalmente» (EE n. 55), la solemnidad del Corpus es ocasión muy propicia para contemplar el Santo Rostro de Cristo y reconocerle en el sacramento vivo de su Cuerpo y de su Sangre.
Invito a ello a toda la Comunidad diocesana para que, desde la Catedral hasta el más pequeño de los templos y comunidades, seminario, monasterios de clausura, movimientos, asociaciones… programen con actos especiales la preparación de esta gran fiesta eucarística, con actividades de reflexión, formación, semana social, o similares.
El mundo y la Iglesia tienen gran necesidad del culto eucarístico. Desde la mesa del Altar, Sagrario y Custodia, Jesús nos espera en el Sacramento del amor. Adoremos y agradezcamos su presencia eucarística y contemplemos con ojos de fe su Santo Rostro.
4. Día y colecta de Caridad
Mediante la Institución de la Eucaristía en la Última Cena, Jesucristo perpetúa su entrega y presencia para siempre junto a nosotros.
La mística del Sacramento Eucarístico, que se basa en el abajamiento de Dios hasta nosotros, contiene también «un carácter social», con palabras del Pontífice Benedicto XVI, porque «la unión con Cristo es, al mismo tiempo, unión con todos los demás a los que Él se entrega. No puedo tener a Cristo sólo para mí; únicamente puedo pertenecerle en unión con todos los que son suyos y con los que serán». (DCS n. 14).
Al mirar a todos los hombres como hermanos con los mismos ojos con que Cristo los mira, lo que ofrecemos es un amor transformado. Por eso, si en nuestra vida faltara el amor divino, no sería posible reconocer en esos rostros las imágenes de Dios.
La caridad cristiana, sin orillar ni suplantar ni mucho menos a la justicia y solidaridad humana, no se inspira, sin embargo, en esquemas y proyectos que pretendan, sin más, una asistencia social, sino hacer visible al Dios vivo. Es servicio de amor. Es reconocer en el necesitado la imagen de Dio
s, es responder a su situación concreta. La caridad es la elevación sobrenatural del amor humano. Es amar al prójimo con Dios y como Dios.
«Amémonos unos a los otros», afirma el Apóstol Juan, porque el amor procede de Dios. Quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. «Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve» (1 Jn 4, 7-10. 20).
“He tenido hambre y me habéis dado de comer…” (Mt 25, 35 s.).
Apoyemos desde nuestra generosidad a Cáritas diocesana y a las demás Cáritas. Son muchos los programas y actividades de ayuda en favor de muchos necesitados anónimos, cercanos y lejanos. Merecen nuestro amor unido al de Jesús Eucaristía, que nos ama y se entrega por nosotros.
El resultado de la colecta de este año se destinará, por Cáritas diocesana, a favor de Cáritas Palestina con ocasión de la Peregrinación diocesana a Tierra Santa el próximo mes de agosto.
5. Agradecimiento a Cáritas diocesana en su cincuenta aniversario
La Iglesia muestra su vitalidad a través de su organización caritativa. Cáritas diocesana, que mira, por una parte, a Caritas nacional e internacional, por otra parte extiende sus brazos en el territorio diocesano por medio de las Cáritas parroquiales e interparroquiales.
El debilitamiento de la caridad organizada en la Iglesia significaría apagarse una parte irrenunciable de su esencia. Su afianzamiento y crecimiento, en cambio, significará siempre que se amplía la esfera del amor misericordioso de Dios al hombre.
La conmemoración de este año del Cincuenta Aniversario de Cáritas diocesana es motivo de alegría profunda para esta Iglesia diocesana de Jaén, estímulo para afianzar su organización, y, sobre todo, agradecimiento sincero a tantas personas que han ido entregando su vida en favor de la caridad organizada a través de esta querida institución durante este recorrido.
El actual Pontífice, al referirse en la Carta Encíclica «Deus caritas est» a los elementos que constituyen la esencia de la caridad cristiana y eclesial organizada, destaca sobre todo, además de la competencia profesional de sus agentes, la formación del corazón. «No limitarse a realizar con destreza lo más conveniente en cada momento, sino por su dedicación al otro con una atención que sale del corazón, para que el otro experimente riqueza de humanidad» (n. 31. a).
Gracias en nombre de las incontables personas que, a lo largo de estos cincuenta años, comprobaron el amor que brota del corazón entre hermanos. Dios se lo pagará con un salario de vida eterna.
Con mi saludo agradecido y bendición.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén