Confidencias de la Virgen de la Cabeza

Homilía de Mons. Amadeo Rodríguez en la Fiesta de la Virgen de la Cabeza 2021

Querida Madre:

También este año me voy a permitir comenzar la homilía, hablando contigo en oración. Si lo hago es porque no puedo dejar de preguntarte cómo te fue en tu camino como Virgen Peregrina. Todos recordamos con cariño que tu salida fue entre aplausos. Te aplaudimos con calor porque queríamos que supieras lo felices que nos hacía tu presencia entre nosotros. Con todos los que hoy estamos celebrado la Eucaristía de tu gran fiesta – los pocos de aquí – y los muchísimos que lo hacen a través de Canal Sur y otros medios, quiero preguntarte: ¿Cómo te sentiste acogida? ¿Vuelves enternecida por lo que escuchaste en la oración de tus hijos e hijas?

Como a lo largo de este año los dos hemos hablado mucho entre nosotros, sé por ti misma lo que has ido haciendo a tu paso por la vida y por los hogares de tus hijos. Según me has ido comentando, me consta que has podido responder a muchas preguntas, sobre todo sin palabras, porque utilizabas tu mejor lenguaje, un abrazo maternal y amoroso; sé que has mirado con mucha compasión todo lo que veías con tus ojos misericordiosos; te has enternecido ante la actitud de servicio, de entrega, de generosidad de cuantos atendían los servicios sanitarios; has llorado ante la impotencia que reflejaban los ojos de muchos; has guardado en tu corazón multitud de confidencias; has acompañado la soledad de los enfermos; has fortalecido la inseguridad de los que sentían que la vida se les iba. Con todos has estado, Madre Santísima.
Gracias, porque has sido la imagen del verdadero Amor; has sido el amor que comparte el dolor; que es el amor más bello que se pueda ofrecer, porque es el que pone belleza hasta en las situaciones más dolorosas y trágicas de la vida. Por eso hoy, Tú apareces ante nosotros tan bella y te vemos como el verdadero reflejo del amor de Dios. No has dejado de caminar por los caminos de los corazones de esta tierra de Jaén, de Andalucía o de Castilla la Mancha, de España de todos los que te veneran y te quieren en el mundo entero. Con todos has estado y con todos has llorado cuando el virus imponía su ley, que era y es de dolor y de muerte.
Como un año después tampoco habrá peregrinación (¡y bien que lo sentimos!), Tú sigues incansablemente poniendo cercanía materna a todos los que sufren, también en los males sobrevenidos por las otras pandemias derivadas, que están creciendo entre nosotros. Mientras tanto, es mucho lo que hay que aprender y son muchas las propuestas que Tú nos tienes que hacer, después de haberte acercado a tantas y tan dolorosas situaciones de vida. Si no te importa, me convertiré en tu intérprete y contaré para todos todo lo que hemos hablado entre nosotros.
Queridos hermanos y hermanas, querido fieles hijos de María Santísima de la Cabeza. Siento que la Virgen me pide que os diga que no echéis en saco roto todo lo que nos está enseñando este tiempo de pandemia. Nuestra querida Madre, en su peregrinar entre nosotros, ha visto mucha bondad, a pesar de que han sido tiempos de difícil control emocional para todos. Muchos han abandonado el “sálvese quien pueda” y han aparcado el individualismo como forma de vida. Ella ha visto la multitud y diversidad de servicios que tantos han realizado, con una generosidad sin límites. Por todo ello, la Virgen nos recuerda que ser persona es ser responsable, que el ser humano es imagen de Dios y, por eso, hermanos todos.
La Virgen ha visto embellecida la convivencia entre nosotros con sensibilidades ricas en todas sus expresiones; muchos han puesto lo mejor de sí mismos para compartir sus capacidades en favor de la salud, el bienestar, la paz o la alegría de los demás. ¡Cuántos han adornado, con los mejores valores, lo que ha sido un tiempo solo de dolor y de muerte! En los hospitales se pasaba del sudor y las lágrimas, a la generosidad sin límites, a veces incluso a costa de la propia vida, y, por eso, la Virgen se ha unido a los aplausos y oraciones y les ha reconocido, también Ella, como los héroes de una batalla cruenta con un enemigo descontrolado. Algunos, con cariño, gracia a raudales y sentido del humor, han adornado el rostro de los seres humanos, poniendo lo mejor de sí mismos entre los confinados, los hospitalizados, los aislados o los cuidados en las UCIS; esos espacios que ya todos hemos aprendido a ver como lugares de esperanza, porque en ellos estaba la Virgen de la Cabeza mostrándonos la salvación de su Hijo.
También, la ternura ha acompañado a la Virgen en su camino entre nosotros: se sentó junto a los ancianos en tantas residencias de mayores, muchas de ellas azotadas por este contagioso asesino; se ha puesto la mascarilla con los niños, ha sonreído ante su oración sencilla, en la que le pedían que se fuera el bicho malo cuanto antes; se ha sentido madre de los camioneros, de los militares, de los tenderos, y de todos los que han prestados servicios esenciales; se ha emocionado mientras escuchaba la oración sentida del sacerdote en los servicios funerarios; ha llorado de emoción con esos sanitarios que se han convertido en madres, hermanas, amigos y amigas que llenaban de sonrisa e ilusión la mirada perdida de los enfermos en soledad. La Virgen ha aplaudido la ternura de una sociedad que ha llorado a los muertos, ha alentado y sanado a los enfermos, ha valorado el esfuerzo titánico de cuantos tenían que trabajar para que no faltara nada esencial en las necesidades sanitarias, sociales y espirituales.
Lo que sí me ha costado que comentara conmigo, y siempre lo hizo evitando la condena, han sido sus disgustos, sus tristezas y sus dolores, sobre todo por la irresponsabilidad de tantos grupos sociales; por los que se han negado a aceptar una realidad que es incuestionable y por los que siguen manteniendo comportamientos grupal es de una gran insensibilidad. ¿Cómo decirles que un mundo que ha experimentado un mal que nos ha hechos a todos igualmente vulnerables y frágiles, necesita ahora de la solidaridad de todos en la defensa común de lo que nos perjudica y daña?
Entiendo, hermanos, que todas estas cosas que acabo de deciros, la Virgen quiere que las tengamos en cuenta. Pero también quiere que os indique, en su nombre, a quién hemos de acudir en el camino de la esperanza que ahora estamos recorriendo y que a todos nos gustaría que fuera más rápido. Procuraré hacerlo sin que mis palabras dejen de sonar con el mismo tono de anuncio que ella habla de su Hijo. Como bien sabéis, María es una adelantada de la evangelización. Su vida no tiene otra razón de ser que mostrarnos a Jesús como “el amor de Dios con nosotros”. El dulce nombre de Jesús es la verdad que María lleva grabada en su corazón, desde que se la escuchó a Gabriel, el Arcángel.
La Virgen de la Cabeza quiere que hoy suene con claridad lo que Jesús dice de sí mismo: “Yo soy el Buen Pastor”. Con ese símbolo Jesús nos está manifestando un ofrecimiento: aquí estoy yo y soy para vosotros. He venido de parte de mi Padre y Padre vuestro a daros la vida. Para Jesús no hay otra razón en su vivir que cuidar al ser humano; para Él no hay nada más importante que todos nosotros, ni siquiera Él mismo; por eso, da la vida por sus ovejas.
Jesús viene a decirnos, de parte de Dios: me importáis, me importáis mucho. Permitidme que os diga: este ha sido un precioso mensaje que hemos recibido en este año difícil de COVID; con el amor maternal de María hemos podido reconocer entre nosotros a Jesús el Buen Pastor de unas ovejas frágiles y heridas. ¡Ojalá el Buen Pastor haya entrado en nuestro corazón como entró en el de los primeros cristianos! Ellos lo representaron como un pastor que lleva sobre sus hombros a cada una de sus ovejas perdidas o heridas.
El Pastor ha estado con sus ovejas, las enfermas y las sanas; ha tenido un conocimiento íntimo de su situación y de todas sus necesidades. Él no ha faltado nunca ante la fatiga, el cansancio, el sufrimiento, la soledad, o la muerte; también en ella nos acompañan los ojos del Pastor. Jesús ha llevado a todos su pastoreo humilde, amoroso, cercano y generoso.
Por esa labor callada y penetrante que el Espíritu hace en el mundo, son muchos los que hoy saben por su fe que Jesús, Buen Pastor, ama al ser humano. Esa convicción esencial de la fe de un cristiano es la motivación que nos mueve también a nosotros a dar la vida por los demás. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de custodiar a otros; estamos llamados a ser pastores los unos de los otros. Sembrar en el mundo esa confianza en Dios, que refuerza la confianza entre nosotros, es vital para la vida diaria y para el destino de los seres humanos.
Como nos ha dicho hoy San Juan: ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos, seremos semejantes a Él. En el camino entre lo que somos y lo que seremos, el Buen Pastor cuidará con total delicadeza de nosotros; nos hará comprender que estamos en las mejores manos, en las de Dios. Esa es la gran certeza de nuestras vidas: que las manos de Dios no nos dejarán caer. En cada pasión y crucifixión hemos de repetir: “A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. Las manos de Dios, nuestro Pastor en Cristo, nos defenderán de tantos lobos como nos ponen dificultades en el camino de la vida; y lo hará, sobre todo, haciendo de cada uno de nosotros un buen pastor para sus hermanos.
Este es el Evangelio que María ha ido dejando en el corazón herido de todos. ¡Cuántos han visto en ella el paso del Buen Pastor por sus vidas! ¡Cuántos han descubierto también a San José en las palabras y en los gestos de Jesús! De parte de los dos, Madre y Padre, os invito a lo que hoy nos han dicho los apóstoles: Quede bien claro que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos, el que siempre sana y salva; por su nombre habéis encontrado la salud, la esperanza y la vida (eterna siempre) y especialmente eterna para los que nos han dejado. AMEN


+ Amadeo Rodríguez Magro

Obispo de Jaén

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