El Papa beatifica en Bruselas a Ana de Jesús, mano derecha de Santa Teresa

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Ana de Jesús, la monja carmelita a la que Teresa de Jesús confió el cuidado del convento que en 1575 fundó en Beas de Segura

En Bruselas, y en la mañana del día 29 de septiembre, domingo, sonarán ecos jiennenses en el “Estadio Balduino” de Bruselas. Allí, y desde su apertura con el nombre de “Estadio Heysel”, no han sido pocas las veces que han sonado ecos españoles, siempre ligados a las sucesivas victorias futbolísticas de equipos españoles. También allí hubo dolorosos ecos españoles, cuando en mayo de 1985, una avalancha de aficionados, en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa que disputaron la “Juventus” y el “Liverpool”, se saldó con medio centenar de muertos y más de medio millar de heridos. Allí, en tan significativo espacio de la capital belga, el papa Francisco celebrará en la mañana del último domingo de septiembre, la Misa con la que acabará su viaje apostólico de cuatro días a los Países Bajos. Y lo hará beatificando, paso canónico previo a la canonización, de una religiosa carmelita española, fallecida en tierras belgas hace ahora poco más de cuatro centurias, en 1621. Se trata de Ana Lobera Torres, nacida en Medina del Campo, Valladolid en 1545 y que, en 1571, con 26 años, al profesar como religiosa carmelita, tomó el nombre de Ana de Jesús, nombre por el que se le conoce y junto que suele ir acompañado con la expresión “la mano derecha de Teresa de Jesús”.

La fundación del convento de Beas de Segura. Y los ecos jaeneros de los que hablo vienen de su mano y recuerdo. Fue ella una de las ocho mojas carmelitas (hay quien habla de nueve) que en al atardecer del día 16 de febrero de 1575, Miércoles de Ceniza, memoria litúrgica de “San Matías”, ese día en el que, como dice el refranero popular “se igualan las noches con los días”, acompañaban a santa Teresa de Jesús en su entrada a la villa de Beas de Segura (Veas entonces). “No debió quedar persona ni chica ni grande que no salieran con gran regocijo. Los de a caballo, que lo hay allí, haciendo gentilezas cada cual de la manera que podía, delante de los carros fasta llegar a la iglesia, donde estaban todos esperando; y los clérigos con sobrepellices y cruz y procesión, las llevaron a la iglesia con la mayor solemnidad que pudieron” (Vida de Santa Teresa del P. Julián de Ávila”. Allí habían llegado para colaborar en la fundación del décimo “palomarcito” de la santa abulense, y al que dio el nombre de San José del Salvador, el mismo que dio el primer convento de la reforma, quince años antes, en las afueras de Ávila, tras su salida de la Encarnación. Allí, pocos meses después, la santa viajó a Sevilla, por caminos discretos pues ya la Inquisición le había abierto proceso. Antes de dejar Beas, puso al frente del nuevo convento a la joven religiosa Ana de Jesús, su mano derecha. Entorno a siete años permaneció como priora del convento. Poco antes de morir la santa abulense, en 1582, Ana de Jesús, siguiendo la aventura viajera de su madre y maestra, se puso en camino y, personalmente o bajo su criterio e influencia, se abrieron nuevos conventos de la Reforma en Granada, Málaga, Valencia y Madrid. Después enderezó sus pasos hasta Francia, en donde abrió nuevos conventos y, en la ultima etapa de su vida, en las cercanías de Bruselas, en Bélgica. Allí fallecería y allí, por esa razón, es en donde será beatificada por el Papa Francisco, después de un largo proceso, no exento de problemas.
En nuestra tierra forjó su carácter evangelizador. De su biografía ya se han ocupado muchos y prestigiosos eruditos. A ellos me remito. Ahora, y tomando como pie de estribo su beatificación, daré aquí solo tres rasgos destacados de sus siete años de estancia en Beas de Segura, hoy, civil y eclesiásticamente perteneciente a la jurisdicción de la provincia de Jaén, pero entonces, una de las vicarias nullius de la Encomienda de Segura, dependiente civilmente del Reino de Murcia y eclesiásticamente de la Orden de Santiago, diocesis de Murcia. Fueron siete años intensos que, sin duda ayudaron a la joven religiosa a forjar su espíritu y hacerlo desde los postulados de la reforma carmelita propuesta por Teresa de Jesús. En esos años Ana de Jesús se forjó en las virtudes de la obediencia, prudencia y mansedumbre. Y de ello dan muestras su postura libre y obediente a la vez ante los graves conflictos jurisdiccionales que siguieron a la fundación del nuevo convento, situado en Andalucía, dato éste que la santa fundadora mostró desconocer dada su cercanía con las lindes de la Mancha. Ana de Jesús supo gestionar con mesura y buen criterio un conflicto en el que las monjas se jugaban la intervención en sus asuntos de la Inquisición. Sus tribunales llevaban años poniendo foco al reino de Jaén con motivo de la corriente erasmista que tenia foco en Baeza y conocida como Alumbrados” y en la que muchos doctos sabios y santos clérigos tuvieron que intervenir, como fue el caso de San Juan de Ávila en el convento de Santa Clara de Andújar pocos años antes.
En estos años, Ana de Jesús conoció a san Juan de la Cruz y lo recibió en su convento de Beas cuando el santo, con destino al cercano eremitorio del Calvario, llegó, dolorido y abatido después de haberse escapado de la cárcel de la Inquisición de Toledo. De la intensa y profunda comunicación entre ambos, nació una sublime amistad espiritual que llevó a Juan de la Cruz a dedicarle su más grande obra, el cantico Espiritual.
Y allí, también en esos años, Ana de Jesús conoció al Padre amado Gracián, “el desaguadero de su alma- Siguiendo los consejos de Santa Teresa, Ana de Jesús se dejó conducir por Gracián. Él sería el que, después de guiarla en España, la llevaría a las fundaciones europeas. Y también a la última, el convento de Mons., en la región de la valona belga. Allí estaba entonces Gracián y Ana de Jesús lo tomó como director espiritual hasta la muerte de éste en 1614, seis años antes de la suya.
La Iglesia que peregrina en Jaén tiene desde ahora una nueva intercesora en el cielo. Y de su paso por estas nuestras tierras puede aprender grandes lecciones evangelizadoras. Lecciones de fidelidad creativa, de profundidad espiritual, de audacia pastoral y de espíritu eclesial. Teresa de Jesús, al despedirse de las monjas de Beas de Segura, dijo a la madre Ana de Jesús: “Troquemos, hija, las capas; tome la mía que es nueva y más apropósito de ti que eres joven; y deme la suya, que, por estar vieja y gastada, me ira muy bien a mí”. Y con la capa le dejó ese gran espíritu que movió a la santa abulense a proclamar y vivir el Evangelio de una manera nueva, a la manera que la Iglesia quería entonces y que, aun hoy sigue buscando para seguir proclamando aquí y ahora la “alegría del Evangelio”, la tarea a la que nos llama el mismo Papa que ahora eleva a los altares y señala como modelo de vida cristiana a esta monja carmelita que encontró en nuestras tierras una fecunda besana en la que sembrar el Evangelio.

Juan Rubio Fernández

Sacerdote, escritor y periodista

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