El Obispo de Jaén a su presbiterio diocesano: «Hemos sido llamados a ser intercesores entre Dios y los hombres»

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

En la celebración del clero diocesano con motivo de la fiesta de San Juan de Ávila, que se celebra el próximo viernes, día 10 de mayo, el Obispo de Jaén, Monseñor Chico Martínez, pronunció esta homilía en la Catedral de Baeza ante su presbiterio:

Querido hermano D. Amadeo, Obispo Emérito de nuestra Diócesis.

Hermanos sacerdotes y seminaristas, religiosos y fieles que nos acompañáis,

De una manera singular vosotros que celebráis hoy vuestro 25, 50, 60, 65 y 70 aniversario de ordenación sacerdotal:

Francisco Antonio Carrasco, Antonio Javier Cañada, Bartolomé López, José Antonio Sánchez, Miguel Ángel Solas y Antonio Ángel Sánchez (OCD); que celebráis vuestro 25 aniversario.

Gregorio Castaño (OSST), Francisco León, Luis Sánchez (Opus Dei); que celebráis los 50 años

Y tenemos presentes a Jesús García y Jesús Moltó, que celebran sus 60 años, a Robustiano Gallego, Gabriel Susí que celebran 65 años y a Antonio José Torres (OCD) en su 70 aniversario.

Como todos los años, hacemos un alto en nuestro caminar para encontrarnos y compartir una jornada de fraternidad y amistad. Nos convoca el Señor en el recuerdo agradecido de la figura ilustre de San Juan de Ávila, un sacerdote santo, Patrono del clero español. Es un día de encuentro, de diálogo sereno con Dios y los hermanos, de compartir y de agradecer los dones y la vida.

Ante Él ponemos el entusiasmo y la ilusión de nuestra tarea evangelizadora y, también el cansancio y la tentación del desánimo. Hoy son estímulo y aliento para nuestra entrega al ministerio, que un día recibimos por la misericordia de Dios, nuestros hermanos que celebran su aniversario de ordenación sacerdotal.

Por lo que, esta celebración tiene un sentido entrañable, pues unidos a ellos desde nuestra fraternidad sacramental damos gracias a Dios por su vocación, la respuesta ante la llamada, por su fidelidad y el sacrificio entregado y fructífero de toda su vida sacerdotal. En tiempos de dificultad y hasta de decepciones, su testimonio y su fidelidad nos confortan y nos alegran.

Damos gracias a Dios con ellos y por ellos. En estos años habrán tenido, como cualquiera de nosotros, sin duda, experiencias hermosas y consoladoras, seguramente las más numerosas, pero no habrán faltado momentos duros y situaciones difíciles. En la vida de estos hermanos nuestros ha habido, gracias a su vocación sacerdotal correspondida, miles de obras buenas, servicios continuos y sencillos, sacramentos ofrecidos con la mejor voluntad, consejos y ayudas de todas clases, ofrecidos con la mayor lealtad y completo desinterés, servicios de caridad, palabras de reconciliación y de consuelo. ¡Gracias, hermanos por todo ello!

Este año de preparación, para el Jubileo del próximo año 2025, dedicado a la oración, nos invita de la mano de nuestro santo patrón, San Juan de Ávila, a profundizar en esta dimensión fundamental de nuestra vida como presbíteros: el ministerio de la oración.

La oración de san Juan de Ávila duraba diariamente dos horas por la mañana y dos horas por la tarde. Esto lleva a su biógrafo Muñoz a decir que “vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida” (Vida, libro 3º, cap. 14). A pesar de sus muchas ocupaciones, “no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le dirigiese” (ibidem, libro 1º, cap 8). Por esto decía que, “cuando había de predicar su principal cuidado era ir al público templado” (ibidem). Y así es que recomendaba la oración a todos, pero especialmente a los sacerdotes.

Haciéndose eco de esta realidad, el Concilio Vaticano II, en cuyo horizonte estamos situados, puntualizaba con gran precisión en su documento dedicado a los presbíteros que la unidad y armonía de la vida de los presbíteros, así como la caridad pastoral que ha de imbuir nuestra vida, “no puede lograrse si los sacerdotes mismos no penetran, por la oración, cada vez más íntimamente en el misterio de Cristo” (Presbiterorum Ordinis n. 14).

La oración es una actividad fundamental en nuestra vida presbiteral. Esta es una idea comúnmente aceptada, pero en la que todavía hemos de seguir insistiendo. No cabe duda de que todos nosotros estamos convencidos de la necesidad de no descuidar la oración. Sin embargo, en la práctica, la celebración de los sacramentos, la administración parroquial y la realización de las diversas actividades pastorales nos dificultan encontrar el tiempo necesario para orar. Incluso, deseosos de responder a los reclamos de nuestro ministerio, podemos sentirnos tentados a pensar que estamos “dispensados” de dedicar un tiempo específico a la oración o, al menos, que ésta no debe ser una ocupación prioritaria en nuestra vida y ministerio.

La Iglesia nacida en Pentecostés, como estamos recordando en este tiempo pascual, con la diversidad de ministerios y carismas de los que habla san Pablo en la carta a los Efesios (1 Lectura), experimentó desde el primer momento la necesaria tensión que une oración y acción pastoral. Esta tensión, como reflejan los evangelios, fue ya vivida por Jesús que, a menudo, se retiraba a lugares solitarios para orar (cf. Mc 1,35; Lc 4,42). La misma tensión se pone igualmente de manifiesto en nuestra vida, pues, como los apóstoles hemos sido llamados por el Señor para estar con Él y ser enviados a predicar (Mc 3,13-14). El equilibrio entre el “estar con él” y el “ser enviados a predicar” es una armonía fundamental que hemos de buscar cada día en nuestra vida, ordenando adecuadamente nuestro tiempo para ello. Sin el Señor, lo sabemos bien, no somos nada ni podemos nada (Jn 15,5), nuestra vida y nuestra propia acción pastoral se convierten en algo vacío y seco.

Para ello, siguiendo la estela dejada por el Maestro Ávila en la Universidad fundada por él en esta ciudad de Baeza, quizás lo fundamental en nuestros días es aprender a establecer “un adecuado orden de prioridades”. La oración que, como la amistad se cultiva en el trato íntimo y frecuente, precisa de amor, pero también de planificación, constancia y perseverancia.

Es fundamental que celosamente reservemos un tiempo diario para estar con el Señor en el silencio y la oración, siendo capaces de desconectar del móvil y de los reclamos de nuestro mundo para después volver a él, entregándonos con más intensidad. En nuestra agenda deben aparecer estos momentos, donde también se recojan los retiros y los ejercicios espirituales.  

Es en este manantial de los momentos y tiempos dedicados al trato íntimo con el buen Pastor donde despunta nuestro ministerio y comienza su andadura. La oración no es tiempo de precalentamiento o preparación de nuestra misión apostólica, sino “ministerio en acto”.

Cuando somos capaces de ser fieles y constantes a este compromiso de oración descubrimos muy pronto que nuestra oración como presbíteros es además uno de los momentos más bellos de nuestra jornada. Porque en ella se nos muestra el rostro amado del Dios que nos llamó a servirle. Descubrimos que “el Señor es el lote de mi heredad y mi copa”, como nos decía el salmista. Pero, sobre todo, descubrimos que, más allá de lo que nosotros hacemos en ella, la oración poco a poco nos revela una labor incansable de Dios en la que Él, sin que veamos inmediatamente los frutos ni sepamos muy bien cómo, va transformando nuestro corazón según la imagen perfecta del suyo. En la oración escuchamos la voz del Buen Pastor que cada mañana renueva su amor por nosotros, nos llama por nuestro nombre y nos “espabila el oído” (Is 50,4) para que después podamos hablar y actuar en su nombre en favor de su pueblo.

Una de sus citas más destacadas al respecto, del Apóstol de Andalucía, es: «La oración es el arma más poderosa que tiene el sacerdote; con ella abre los tesoros del cielo y alcanza las gracias que necesita para sí y para los fieles». Es en la oración donde descubrimos la fuerza y el motor para perseverar en la misión recibida por nuestra ordenación, a pesar de nuestra pobreza y fragilidad. Así lo habéis descubierto quienes hoy celebráis vuestros aniversarios de ordenación sacerdotal: Él es nuestro auxilio, la roca que sostiene nuestros pasos tantas veces vacilantes.

La oración nos ayuda a ser hombres contemplativos. El Papa Francisco señalaba en la Evangelii Gaudium que “un predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo” (EG 154). En la oración aprendemos a poner un oído en Dios y en su proyecto salvífico y el otro en el pueblo, en la gente, en sus necesidades y aspiraciones para descubrir por dónde se mueve el Espíritu que no deja de actuar en el mundo. Es la oración la que nos ayuda a hacer una lectura creyente de la realidad, de la vida de nuestras comunidades, de nuestra diócesis, de la Iglesia universal y de la sociedad entera, a la luz de la fe, sin dejarnos vencer por el pesimismo ni el derrotismo.

La oración nos coloca así en la escuela del discernimiento para desentrañar los caminos por los que hemos de comprometernos en un anuncio nuevo y creativo del Evangelio y en la construcción de una Iglesia sinodal, en los que nuestra diócesis está comprometida, en este proceso de “Conversión Pastoral”.

Estoy convencido de que muchas veces nos hemos sentido interpelados por fieles que se han acercado a nosotros para decirnos: “Por favor, rece por mí… rece por mi casa, por mi familia”. Esta es otra de las raíces de nuestra vida de oración y una de sus dimensiones fundamentales. La gente intuye de una manera natural y espontánea que por la imposición de las manos hemos sido llamados a ser intercesores entre Dios y los hombres. El pueblo de Dios necesita que, como Moisés, no bajemos nuestras manos (cfr. Ex 17,11-13). Como Jesús en la cruz, abramos nuestros brazos con generosidad ante Dios para interceder en favor del pueblo que nos ha sido encomendado, conscientes de que siempre es más lo que podemos conseguir de rodillas que con nuestras pobres fuerzas. “Si tuviésemos callos en las rodillas de rezar y orar, de importunar mucho a nuestro Señor, otro gallo nos cantaría” decía San Juan de Ávila (Ser 13,560ss). Hagámoslo así.

Dejemos que las palabras del apóstol que escuchábamos en la primera lectura resuenen en nuestros corazones: “Hermanos, yo, el prisionero por Cristo, os ruego que andéis como pide la vocación a la que habéis sido convocados”. Que el Buen Pastor en su bondad guíe nuestros pasos en el camino de la oración para que nuestra vida abrasada en el fuego ardiente de Dios sea antorcha que encienda otros muchos fuegos.

A los pies de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre nuestra, ponemos la vida cumplida de nuestros hermanos, que hoy celebran su aniversario, para que Ella los bendiga y los guarde; y ante Ella ponemos también a aquellos jóvenes de nuestra diócesis que son llamados al sacerdocio para que los fortalezca en su respuesta y los cuide en el camino de configuración con el Buen Pastor.

+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén

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