El Espíritu derrama sus dones sobre 100 confirmandos de Jaén capital

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

En la Solemnidad de Pentecostés, en la que conmemoramos aquella donación del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, con la que dio comienzo la Iglesia, y desde entonces, también los Obispos, sucesores de los Apóstoles, comunican el Espíritu Santo, como un don personal, por el sacramento de la Confirmación. La Catedral de Jaén acogió la celebración de dicho Sacramento a 100 jóvenes procedentes de diversas parroquias y colegios de la ciudad: de la parroquia de Santiago Apóstol, de San Eufrasio, de San Pedro Poveda, de Santa María de la Iglesia, de la parroquia de San Miguel. Así como de los colegios: Sta. María de los Apóstoles, Marcelo Spínola y Colegio de Cristo Rey. Y, también, un grupo de cofrades pertenecientes a la Cofradía de la Buena Muerte.

La celebración estuvo presidida por el Obispo diocesano, Don Amadeo Rodríguez Magro, y concelebrada por el Vicario General, D. Francisco Juan Martínez Rojas; el Rector del Seminario, D. Juan Francisco Ortiz, así como por los párrocos de San Miguel, D. Antonio Garrido; el de Santiago Apóstol, D. José Antonio Maroto; el Prefecto de Liturgia, D. Manuel Carmona, dirigiendo y animando los cantos litúrgicos, D. Emilio Samaniego Guzmán, acompañado por el organista de la S.I. Catedral, D. Alfonso Medina Crespo. Asimismo, participaron los seminaristas y los acólitos de la Catedral.

Con la aspersión del agua por parte del Obispo, se nos recordaba nuestro bautismo, agradeciendo a Dios el don de la vida en el Espíritu con el que fuimos agraciados.

Tras la proclamación y bendición con el Evangelio, el Vicario General fue presentando a los candidatos que fueron llamados por Parroquias, respondiendo a la llamada, con fuerza, ¡Presentes!

Y a través de esta respuesta, nuestro Obispo comenzaba la homilía. Dirigiéndose a los jóvenes les decía: “el interlocutor al que habéis dicho “presente” no es el sacerdote que os ha llamado, ni siquiera el Obispo. Habéis respondido al que de verdad os ha llamado, Jesucristo. El Señor os ha llamado y vosotros habéis respondido “Sí”, porque queréis seguir adelante en el camino de la fe completando el Bautismo con la Confirmación para ser, a partir de ahora, testigos del Señor.”

Don Amadeo recordaba a todos los presentes y, especialmente, a los jóvenes confirmandos, que celebrábamos el Sacramento de la Confirmación en un “día privilegiado”, en el día de Pentecostés, acontecimiento que marca la vida de la Iglesia. “Durante el año litúrgico, la Iglesia va celebrando cada uno de los acontecimientos de la vida del Señor, y lo celebra porque todo el bien, toda la gracia, todo el amor del que nosotros vivimos, nos vino por Jesucristo, nuestro Señor. En Pentecostés, recibimos el don del Espíritu Santo. Sin Él, no seríamos nada, sin embargo, la fe mueve corazones y va marcando el ritmo de muchas vidas porque Dios sigue actuando a través de la acción del Espíritu Santo.”

El Espíritu Santo viene a la Iglesia para animarla, para moverla, para “enviarla”. Explicaba el Prelado jiennense que “la Iglesia desde sus orígenes es misionera. Ahora somos nosotros los testigos de Jesucristo, y como señala el Papa Francisco hemos de ser “discípulos misioneros”…No olvidemos que la fuerza y el aliento para la misión lo pone Dios a través del Espíritu Santo”.

Don Amadeo finalizaba la homilía recomendando a los jóvenes a acoger en su corazón joven al Espíritu Santo, como huésped en sus vidas, como ese gran tesoro que les enriquecerá y les ayudará a vivir.

Terminada la homilía tuvo lugar la renovación de las promesas del Bautismo y, a continuación, la imposición de manos del Obispo sobre los jóvenes confirmandos.

Llegando así al momento culminante del sacramento de la Confirmación, el confirmando, acompañado de su padrino o madrina, se acercaron al Obispo y al Vicario general que fueron marcándolos con la cruz de Cristo y ungiéndolos en la frente con el Crisma. Ser crismado es lo mismo que ser Cristo, ser ungido, comportando la misma misión que el Señor: dar testimonio de la verdad.

Tras la oración de los fieles comenzaba la liturgia eucarística. Y después de recibir sacramentalmente a Cristo en la Eucaristía, recibíamos la bendición del Obispo y la despedida del pueblo. Aprovechando dicho momento para inmortalizarlo con una fotografía del Obispo con los ya confirmados jóvenes.

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