Un Pentecostés para crecer como cristianos con la fuerza del Espíritu

De un crecimiento que sólo Dios puede habló nuestro obispo, José Vilaplana en su homilía durante la Vigilia de Pentecostés que, por segundo año consecutivo, acogió la Catedral el pasado sábado, 3 de junio. En unos días fuertemente marcados por la romería del Rocío en nuestra diócesis, un buen número de fieles se dio cita en la Merced para pedir el rocío y la fuerza del Espíritu Santo, “que haga fecundo nuestro trabajo y que nos haga crecer”.

En primer lugar, habló de un crecimiento personal a través de un “silencio obediente y dócil”, de manera que “cada uno se vaya cristificando” y recordó en este punto una cita del Papa beato Pablo VI: “para los que quieren captar las ondas sobrenaturales del Espíritu Santo, hay una regla, una exigencia que se impone de modo ordinario: la vida interior…”.

En segundo lugar, nuestro obispo pidió el Espíritu Santo para “crecer como comunidad”, puesto que “somos cuerpo de Cristo no sólo a nivel individual o personal, sino que como comunidad también reflejamos a Cristo en la medida que vivimos la comunión”. En esta ocasión se acordó del Papa San Juan Pablo II, que hablaba de establecer un diálogo sereno. A veces, explicó D. José Vilaplana, “quisiéramos imponer nuestro carisma a los demás y, en vez de dialogar, podemos discutir y lo que tenemos que pedir es esa mirada serena de saber que a través del otro podemos llegar también a la sugerencia del Espíritu”.

Por último aludió a la necesidad de “crecer en misión”, ya que “la Iglesia no vive para sí misma, vive para la misión y tenemos que plantearnos cómo llegar a vivir en Cristo para que rebosemos Cristo” con “propuestas que brotan del entusiasmo y que son creíbles”. Así, se refirió a las palabras del Papa Francisco que señalan que “el verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie”.

A la mañana siguiente, la aldea almonteña de El Rocío volvió a ser el escenario natural de la Misa Pontifical de Pentecostés, donde nuestro Obispo hizo un triple llamamiento: acudir a las plantas de la Blanca Paloma “no sólo como suplicantes, sino también como aprendices”, porque “necesitamos urgentemente aprender de María a ser cristianos auténticos para ser buenos rocieros”. En segundo lugar, hizo una invitación a ser conscientes de nuestra debilidad. “La fiesta de Pentecostés nos recuerda que nuestra fuerza es el Señor que nos concede su Espíritu Santo como Rocío que nos fortalece y fecunda”, subrayó. Por esto, añadió, “Pentecostés es una fiesta de esperanza, pues, a pesar de nuestra fragilidad, Jesús cumple la promesa hecha a sus Apóstoles: “Yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad” (Jn 14, 16).

En este sentido, matizó que “María, nuestra Madre, nos acompaña en este camino de esperanza enseñándonos que quien pone en Dios su confianza nunca queda defraudado (Cfr. Rom 10, 11).

Asimismo, hizo un llamamiento a los jóvenes rocieros: “¡Queridos jóvenes rocieros, de la mano de María acoged el Evangelio, dejaos transformar por el amor de Jesucristo, camino, verdad y vida, y con Él y con Ella, sed mensajeros, testigos y apóstoles entre vuestros compañeros jóvenes! Traducid con fidelidad el Evangelio a vuestras formas de comunicación, a los nuevos lenguajes. Oramos con vosotros y por vosotros para que la Iglesia experimente un nuevo Pentecostés. El Evangelio os hará salir de vosotros mismos para ser servidores de todos, comprometidos especialmente en la atención a los pobres y a los más frágiles. Tened confianza y con la Virgen María, decidle a Dios: Sí, aquí estoy”.

Así se dirigió a la gran multitud silenciosa y orante que celebraba esta fiesta en El Real de la aldea, al tiempo que tuvo unas palabras de oración y recuerdo para las víctimas del atentado acaecido en Londres el sábado y para el rociero fallecido en Terrassa mientras participaba de la romería del Rocío de Cataluña. Esta fue la antesala de un lunes intenso en el que la Virgen se hizo presente en los umbrales de las hermandades en su procesión por las calles de El Rocío, entre salves y vivas.

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