Tres testigos de la fe de nuestra tierra

Carta Pastoral del Obispo de Huelva, Mons. José Vilaplana Blasco.

Queridos hermanos y hermanas:

La Iglesia que peregrina en Huelva se alegra porque tres hijos de esta tierra onubense van a ser beatificados el próximo 13 de octubre en Tarragona, dentro de un grupo de más de quinientos mártires de la persecución religiosa del siglo XX en España. Ellos dieron su vida por Cristo, y son ahora propuestos como ejemplo para nuestra vida de fe e intercesores nuestros ante el Señor. Murieron con el perdón en sus labios y la reconciliación en sus corazones, murieron por su fidelidad al Príncipe de la Paz, y no opusieron resistencia violenta, sino que, como Jesús, se entregaron como «oveja llevada al matadero» (Is 53, 7).

En Bonares nació la Sierva de Dios Sor Dolores Barroso Villaseñor, Hija de la Caridad. En Encinasola, el Siervo de Dios P. José María Mateos Carballido, y en Minas de Riotinto el Siervo de Dios Fray Pedro Velasco Narbona, ambos Carmelitas. Los tres fueron bautizados y recibieron la semilla de fe en nuestra tierra, y los tres recibieron la común llamada a seguir a Jesucristo pobre, casto y obediente mediante la práctica de los consejos evangélicos. También los tres dieron testimonio con su sangre de su amor y fidelidad al Señor.

De su entrega al Señor en la radicalidad de vida cristiana que supone el seguimiento de los consejos evangélicos, y en el contexto de la persecución religiosa del siglo XX en España, nacen estos tres testimonios martiriales de hijos de esta tierra de Huelva, que vienen a constituir, junto al resto de los mártires, aquella inmensa muchedumbre que «de pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (Ap 7, 9), alaban a Dios sin fin con el ejemplo de su vida de fe, a la que no renunciaron por conservar sus cuerpos. Una semilla de reconciliación en un momento de enorme tribulación, pues ellos entregaron su vida, no la quitaron a nadie ni incitaron al odio. En definitiva, su beatificación ahora es una nueva llamada a la reconciliación.

1.- La Sierva de Dios Sor Dolores Barroso Villaseñor, Hija de la Caridad.

Nació en Bonares (Huelva) el 4 de octubre de 1896, y bautizada en su Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción en el mes de noviembre de dicho año. Entró en las Hijas de la Caridad el 2 de diciembre de 1926. Realizó su misión como enfermera en el Asilo de Málaga y en el Hospital Psiquiátrico de Santa Isabel de Leganés (Madrid). De ella se ha dicho que vivió entregada de lleno a los enfermos mentales para los que tenía un don especial de comprensión, cariño y dedicación, y que era una persona de gran vida interior, acogedora, que trasmitía a los demás su profunda confianza en Dios.

Al comenzar la Guerra Civil, la comunidad de Hijas de la Caridad, de Leganés, a la que pertenecía, fue obligada a abandonar su morada. Sor Dolores, junto a otras cinco hermanas, encontró refugio de la persecución en una pensión, pero fueron delatadas, y Sor Dolores, junto con sus demás hermanas, confesó por tres veces su condición de Hija de la Caridad. Se les ofreció ejercer de enfermeras, pero renunciado a su condición religiosa, a lo que se negaron, por lo que Sor Dolores y las otras cinco hermanas de su comunidad fueron fusiladas junto a la Puerta de Hierro de Madrid, la noche del 12 de agosto de 1936.

2.- El Siervo de Dios P. José María Mateos Carballido, Carmelita.

Nació en Encinasola (Huelva) el día 19 de marzo de 1902, recibiendo el bautismo diez días después en su Parroquia de San Andrés Apóstol. De niño vivió en Jerez de la Frontera (Cádiz), donde estudió en los Hermanos de La Salle y perteneció como feligrés a la Parroquia de los Cuatro Evangelistas (San Marcos). Después de emitir sus Votos religiosos, fue ordenado de presbítero el 19 de diciembre de 1925. Al terminar otros cargos, el Padre José fue nombrado Prior del convento de Montoro (Córdoba). Pronto se extendió su fama como religioso observante y celoso predicador, así como su sensibilidad para atender las necesidades de los pobres.

Consciente del peligro que podía acarrear la persecución a la comunidad de Montoro, a la que servía como Prior, el P. José María reunió a sus hermanos de hábito y les dijo: «Señores, estamos por presentarnos delante del Tribunal de Dios, ¡preparémonos!», dejando a cada cual que optara por cuanto considerara más prudente. El P. José María y otros tres hermanos permanecieron en sus puestos; estos cuatro religiosos estuvieron toda aquella noche del 19 al 20 de julio de 1936 en oración ante el Santísimo Sacramento. Lo mismo hicieron la noche siguiente. En la madrugada del día 21 los perseguidores encontraron a los cuatro carmelitas en la capilla, de rodillas y con los brazos en cruz. El P. José María, junto a sus hermanos carmelitas, fue llevado hasta la cárcel, situada en El Charco, parte del antiguo convento carmelita. Con sus hermanos religiosos, el día 22 de julio de 1936, dio su vida por Jesucristo.

3.- El Siervo de Dios Fray Pedro Velasco Narbona, Carmelita.

Nació el día 12 de octubre del año 1892 en Minas de Riotinto (Huelva), donde fue bautizado en la Parroquia de Santa Bárbara el día 28 del mismo mes. Ingresó como postulante en 1935 en la comunidad carmelita de Osuna (Sevilla), siendo trasladado posteriormente a la comunidad de Hinojosa del Duque (Córdoba). Entregó su vida como mártir de Jesucristo, por su condición de religioso, en el asalto al convento, el día 14 de agosto de 1936, sin haber comenzado todavía el noviciado. Fue martirizado junto a la puerta del coro, lugar de alabanza. Desde allí partió hacia la Jerusalén celestial a cantar las misericordias del Señor.

Conclusión.

Como dijera Tertuliano, «la sangre de los mártires es semilla de cristianos». Una semilla, la de sus vidas rotas, que fructifica en perdón, en purificación, en reconciliación. Sor Dolores, el Padre José María y Fray Pedro confesaron su fe en Jesucristo con su sangre, uniéndose así al Sacrificio de Cristo en la Cruz. Como hemos dicho los obispos de España con motivo de esta Beatificación: «La vida y el martirio de estos hermanos, modelos e intercesores nuestros, presentan rasgos comunes, que haremos bien en meditar en sus biografías. Son verdaderos creyentes que, ya antes de afrontar el martirio, eran personas de fe y oración, particularmente centrados en la Eucaristía y en la devoción a la Virgen. Hicieron todo lo posible, a veces con verdaderos alardes de imaginación, para participar en la Misa, comulgar o rezar el rosario, incluso cuando suponía un gravísimo peligro para ellos o les estaba prohibido, en el cautiverio, (…) fueron cristianos de fe madura, sólida, firme (…). Los mártires murieron perdonando. Por eso son mártires de Cristo, que en la Cruz perdonó a sus perseguidores».

En definitiva, su martirio constituye para nosotros un estímulo para la concordia, la reconciliación y la paz, para el ejercicio de la misericordia, porque Jesús, por el que entregaron su vida, como nos dice el Papa Francisco, «¡es pura misericordia!» (Ángelus 9-VI-2013).

Pido a Dios y a la Santísima Virgen, Reina de los Mártires, que nos dé un corazón compasivo y misericordioso, como el de Cristo y como el de los mártires que lo imitaron.

✠ José Vilaplana Blasco

Obispo de Huelva

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