Carta Pastoral del Obispo de Huelva al inicio del curso 2013-2014.
Mis queridos hermanos y hermanas:
Comenzamos un nuevo curso pastoral. Cada año, por estas fechas, debemos recordar que somos trabajadores de la viña del Señor. Él nos reúne como pueblo suyo para que vivamos unidos en el amor y nos envía a servir y a transformar nuestro mundo, con su ayuda y la luz de su Evangelio.
En nuestra Diócesis, como bien sabéis, estamos realizando un Plan cuatrienal de pastoral que quiere ser una respuesta concreta y humilde al servicio de la evangelización. Está centrado en la renovación de la Parroquia: «La Parroquia es mi familia». Este curso es el último del Plan y debemos preguntarnos si lo hemos tomado en serio o si hemos perdido esta oportunidad. En todo caso, os invito a vivir este curso con intensidad, porque siempre estamos a tiempo de «echar de nuevo la red» (Lc 5, 5), en el nombre del Señor.
El lema propuesto para este curso es: «La Parroquia, tarea de todos», por- que todos debemos sentirnos implicados en su renovación. Con frecuencia solemos preguntarnos qué hacen los demás por nosotros y nos quejamos y nos desanimamos porque siempre creemos que hacen poco. Pero ésta no es una buena actitud; más bien debemos preguntarnos qué hacemos nosotros por los demás. Este planteamiento es más estimulante y produce mejores frutos.
Recientemente el Papa Francisco lanzaba estas mismas preguntas: «La Iglesia somos todos: desde el niño bautizado recientemente hasta los obispos, el Papa; todos somos Iglesia y todos somos iguales a los ojos de Dios. Todos estamos llamados a colaborar al nacimiento a la fe de nuevos cristianos, todos estamos llamados a ser educadores en la fe, y a anunciar el Evangelio. Que cada uno de nosotros se pregunte: ¿qué hago yo para que otros puedan compartir la fe cristiana? ¿Soy fecundo en mi fe o soy cerrado?» (Audiencia 11-XI-2013).
A este respecto, conviene recordar la parábola de los talentos (cf. Mt 25, 14 y ss.). Un señor, da a cada uno de sus criados unas monedas; a uno cinco, al otro dos… y una a otro. Los que habían recibido cinco o dos las trabajaron y lograron otras tantas. El que había recibido una la escondió en el suelo y no la hizo fructificar.
Reflexionemos a la luz de esta parábola: ciertamente no todos recibimos los mismos dones de Dios, pero nadie puede decir que no ha recibido ninguno. Nadie es tan pobre que no pueda aportar algo a los demás y nadie es tan afortunado que no necesite ayuda de otros.
Al pensar en nuestra Parroquia, que todos deseamos viva y renovada, reconozcamos con humildad y gratitud los bienes y cualidades que hemos recibido de Dios; con responsabilidad y esfuerzo tratemos de desarrollarlos y con generosidad y alegría ofrezcamos nuestro servicio a la comunidad. Si todos ponemos en común los dones que recibimos de Dios, sentiremos la alegría de la comunión y todos creceremos juntos. Esta es nuestra tarea.
¿Qué puedo aportar a mi Parroquia?, ¿en qué puedo servir y ayudar? Que nadie se quede al margen de esta vivencia comunitaria.
Para realizar esta tarea, es necesario que avivemos el sentido de pertenencia a la Parroquia; que no la miremos como un «centro» de servicios religiosos, sino como mi propia familia. Una familia que tiene su raíz y su centro en Cristo. Como dice el Evangelio de Juan: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 15, 5). En ella reconocemos lo importante que son para mí otras personas y también lo importante que es mi persona y mi presencia para los demás (cf. LG 9). Es en esta clave en la que se descubre la alegría de sentirnos discípulos del Señor y hermanos unos de otros y, des- de esta experiencia de encuentro con Cristo vivo y con los hermanos, podemos ser testigos del Evangelio en medio de nuestra sociedad.
Para recordar todo esto a lo largo del curso, elaboramos un cartel en el que plasmamos este proyecto: El mapa de nuestra Diócesis, sobre el que está la Cruz del Señor que abraza a todos. En torno a ella y en círculo unas flechas de colores, que recuerdan el Año litúrgico y la colaboración de unos con otros. En estas flechas aparecen los lemas que hemos ido trabajando en los años anteriores: «Unidos y en la misma dirección»; «Unidos caminamos en la fe». Un grupo de personas – desde los más pequeños a los mayores– con corazón. Hagamos las cosas desde dentro, con el amor del Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5).
Queridos hermanos y hermanas, con ilusión y esperanza os ofrecemos es- tos medios, para animaros a la participación y colaboración en vuestras parroquias, para que sean, en medio de nuestra sociedad, comunidades llenas de fe, que muestren al mundo la belleza del Evangelio.
Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, nos acompañe con su maternal protección.
+ José Vilapana Blasco, obispo de Huelva