¡¡Muchas Felicidades, H. Vidala!!

¡¡Muchas Felicidades, H. Vidala!!

Nuestra Madre la Iglesia en su Magisterio, cuando se dirige a nosotros los consagrados, insiste cada vez más en la importancia que tiene la vida fraterna en Comunidad en su conjunto, y cada uno de sus miembros, en el proceso de configuración con Cristo de cada Hermana (lo que llamamos formación ermanente), y muy especialmente en el periodo de la formación inicial.

Y nuestra querida Hermana Vidala, en su ya centenaria vida, y en su también larga vida como consagrada (60 años), sin ella saberlo y ni siquiera sospecharlo, ha sido para numerosas generaciones de oblatas, una de esas “formadoras” fundamentales en la Casa- Madre de nuestra querida Congregación de HH. Oblatas de Cristo Sacerdote, y ¡lo sigue siendo ahora! desde la “central de energía espiritual” que supone el Monasterio de Huelva, donde se concentran las Hermanas más veteranas de la Congregación.

De ella hemos aprendido, en vivo y en directo, ese “estar” silencioso y sonriente de un alma que vive en ofrenda permanente, así… natural y sencillamente. En ese “fiat”, hecho disponibilidad obediente que se deja mover y “manejar” sin poner dificultad y poniendo al servicio de la caridad su primor y su habilidad, entregada a todas sus Hermanas por igual, porque no vive desde ella, sino desde El y su Voluntad.

¡Qué paciencia tenía con las postulantes inquietas que salían con ella a la huerta y en su ignorancia “cateta” le hacían alguna faena! Pero yo creo que algo aprendían, y no solo de jardinería, porque aun sin palabras, se percibía ese “algo”, que era ese ardiente “pro eis et pro Ecclesia” que en su corazón latía y late, que se comunica y contagia, haciéndose alegre y santa caridad vivida.

¡No menos paciencia requería el enseñarnos a manejar la aguja y a ponernos el dedal donde correspondía! Y cómo disimulaba nuestra torpeza y nos alentaba con un ¡ánimo!, que pronto mejor nos saldría.

¡Ay Vidalita, Vidalita! Llegada a tus “superochenta”, poco alivio te consentías, que “eso es para las mayores”… y tú ahí no te incluías.

Y ahora, en medio del silencio – aún mayor, por la sordera- pero silencio gozoso, sigues siendo un pilar para nosotras y nos sigues formando, Hermanita, porque con tu mirada serena y risueña nos dices cómo el “pro eis”, oración y ofrenda “por ellos”, llena tu corazón de gozo y le hace seguir latiendo y dando vida, porque sabe que la “misión” no se agota ni se termina.

Gracias H. Vidala por ese silencio gozoso, ese amor a los Fundadores, hecho fidelidad constante. Que Dios le pague el enseñarnos con su vida que ser oblata es “fácil”, cuando el alma camina agradecida de la mano de la Virgen Madre, por la senda de la humildad vivida.

¡¡MUCHAS FELICIDADES HERMANITA!!

Hermanas Oblatas de Cristo Sacerdote

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