¿Se acaba la inspiración?
Picasso, que era un genio, decía que “si la inspiración viene, que me coja trabajando” y yo pienso exactamente eso. La inspiración o la motivación es algo que fluctúa, algo muy relativo en función del día o del estado de ánimo. Lo importante es una disciplina de trabajo y eso es lo que hace que te vayas motivando y que surja lo que tenga que surgir. Y así pienso que es la escultura, algo que surge, que no hay que buscar. Evidentemente, también hay que tener una predisposición para ello.
Tantas esculturas en tu taller dejan constancia del inmenso trabajo que hay detrás…
Lo que pasa que es un trabajo gustoso, entonces, uno no es consciente muchas veces de lo que se ha producido ni de las cosas que se han llevado a cabo. Sí es verdad que hay muchas piezas en mi taller, sobre todo, bocetos, copias de piezas que se han realizado, algunas más personales, un poco de todo…
Muchas de tus obras tienen un carácter religioso. De alguna manera, ¿el evangelio te encontró a ti o tú LO encuentras a través de tus obras?
Las dos cosas. Por un lado, no se puede hacer una escultura religiosa sin tener en cuenta quién fue y qué hizo, cuál fue su inspiración y su fe. Uno, en cierto modo, tiene que vivir eso para que el resultado final esté acorde con lo que se pretende transmitir. Son las dos cosas, por una parte lo que uno lleva dentro y, por otra, lo que uno se encuentra.
Esto es una entrevista pero, podríamos decir que, a veces, tú también haces de periodista con tus esculturas, ¿no?
(Risas) Sí, hablo mucho con mis esculturas y, además, en voz alta.
¿Y te escuchan?
Pues no lo sé pero, en cierto modo, esa conversación en voz alta conmigo mismo queda reflejada al final en la pieza. Uno de los inconvenientes que tiene la escultura, al contrario que la música o la poesía que tienen un periodo muy concreto en que se acaba y sólo queda su recuerdo, la escultura queda para siempre y no deja de ser fruto del momento en que la hiciste. No deja de ser algo que, con el tiempo, cuando lo ves, dices que lo podías haber hecho mejor, pero ya no puedes tocarlo.
¿Qué difícil es también mantenerse fiel a esos sentimientos del momento con todo lo que rodea al arte, intereses económicos, etc.?
La escultura es un acto de sinceridad contigo mismo, no puedes engañarte. Tienes que ceñirte un poco a los condicionantes económicos porque, al fin y al cabo, uno depende del cliente, pero bueno, para mí eso tampoco es un inconveniente, porque a lo largo de la historia del arte siempre los grandes se han sometido a un mercado. Está claro que quien me busca a mí sabe muy bien lo que va a tener y eso me permite también trabajar con mayor libertad. Sí es verdad que vivimos una época fantástica porque, afortunadamente, ahora el concepto artístico es tan amplio que cualquier cosa vale, lo mismo se puede hacer imaginaría, que escultura abstracta, religiosa…, porque siempre hay un público para lo que tú hagas.
¿Tu máxima como escultor?
Ser siempre uno mismo, esa es la clave. Buscar el mejor y mayor desarrollo de tu persona y de tu interior. Todo oficio nos debe llevar a eso.
El arte también se relaciona mucho con lo bohemio, la contracorriente o la rebeldía. ¿Está reñido eso con ser creyente?
Ni mucho menos, todo lo contrario. En cualquier artista, haga lo que haga, el concepto de fe tiene que ser algo muy presente. Si no una fe en lo religioso sí en lo trascendental. En este arte se tocan unos hilos muy volátiles. Hay que creer, no puede ser de otra manera.