Domingo XXVIII Tiempo Ordinario A

Domingo XXVIII Tiempo Ordinario A

“A todos los que encontréis, llamadlos a la boda”. Mt 22, 1-14

Al recibir el consuelo de Dios se nos suscita una de las experiencias religiosas más intensas e iluminadoras que podemos experimentar los creyentes. Es uno de los frutos del vivir íntimamente unidos a Dios y de sentirnos invadidos de una fuerza espiritual, de una gracia divina intensa, capaz de vernos sumergidos en una paz inexplicable y en una tranquilidad embriagadora. El que lo experimenta lo suele expresar como un balbuceo espiritual.

La vida creyente nace de su relación con Dios y de su apertura a la trascendencia. Su riqueza y madurez dependerá de la frecuencia e intensidad de esa relación. Germina a partir de un encuentro entre un ser excepcional, espiritual y divino, y la persona impactada. Jesús no pasó indiferente ni vivió anónimo entre sus contemporáneos.

En muchas personas suscitó admiración y fuerte adhesión y en otras, por el contrario, su persona y mensaje, provocó un fuerte desprecio y una gran hostilidad. Lo cierto es que Jesús no pasó indiferente ante las personas y situaciones que le tocó vivir.

La predicación sobre Jesús, confesado como Señor e Hijo de Dios, de los primeros cristianos fue muy chocante entre los griegos y romanos en los inicios del cristianismo, pues ellos tenían una imagen de la trascendencia y de la divinidad totalmente alejada de los asuntos mundanos. Los dioses en los que creían tenían su propio mundo relacional y solo entre ellos interactuaban. Los cristianos, por el contrario, presentaban a un Dios comprometido y solidario con la creación, la naturaleza, la preocupaciones de la humanidad… un Dios capaz de sentir, comprender y compadecerse del género humano.

La predicación de Jesús no buscaba ni estaba orientada al adquirir un comportamiento moral determinado, sino más bien, a transmitir un mensaje religioso, profundo y comprometido, con palabras y obras, capaz de generar comportamientos y conductas nuevos en aquellos que se encontraron con él para poner de manifiesto que Dios tiene un plan de salvación para cada persona particular y para toda la humanidad en su conjunto y que ese plan pasa por la transformación del corazón, o sea de la conversión en clave religiosa.

Emilio Rodríguez Claudio
Vicario general

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