Domingo XXVI Tiempo Ordinario A

Domingo XXVI Tiempo Ordinario A

Jesús nos llama a seguirlo cada día, a escucharlo, a comulgar su Cuerpo; y nos lleva a sintonizar con sus sentimientos, con su Reino, con su fidelidad a Dios Padre y su amor a toda la humanidad.

En nuestro seguimiento diario de Cristo experimentamos nuestras flaquezas y olvidos intencionados de su Palabra, y también nuestro rechazo al proyecto de su Reino. Pero, a pesar de estos altibajos, aflora una y otra vez el querer tener los mismos sentimientos de Jesús, el asumir su modo de vida.

El profeta Ezequiel nos decía que cada uno es responsable de sus acciones. Hemos sido creados libres para elegir el camino a seguir. Pero esta elección conlleva consecuencias para nosotros y nuestro prójimo. La libertad es un don que Dios nos da. Él nos llama a usarlo de forma responsable, humanizadora y fraterna, en fidelidad a Aquel que nos ha hecho libres. Somos libres para acoger o rechazar el don de la fe en Jesús. Aunque decimos que queremos vivir de forma coherente nuestra fe, a veces preferimos recorrer otros caminos más apetecibles y aparentemente más beneficiosos. Aunque al final nos lleven al vacío, al descontento y a la soledad.

Dios Padre está dispuesto a la misericordia y el perdón. No se cansa de esperar nuestro regreso. Es más, sale a los caminos de la vida para abrazarnos en nuestra vuelta a Él. Dios nos concede una nueva oportunidad. Él no cierra la puerta de su corazón a todos aquellos que a causa del pecado se alejan de Él. Aquellos que han dicho no a Dios pueden experimentar de nuevo el amor de Dios.  Para Él nadie está totalmente perdido. Solo basta querer volver a Él, reconocer nuestras huidas de Dios y convertirnos a Él con sinceridad de corazón.

Dios no impone su salvación ni su amor. Él solo espera nuestro sí a su voluntad, aunque en ocasiones le hayamos dicho no. Jesús nos muestra la misericordia del Padre. Éste se alegra con la vuelta a casa de sus hijos. Quiere a todos sus hijos, se desvive por ellos, para que al final la respuesta al don de la salvación sea un SÍ auténtico, aunque vaya precedido de algunos NO.  El ejemplo de Jesús nos ayuda a vivir en constante fidelidad a Dios Padre, nos envía el Espíritu Santo, para que este SÍ lo vivamos de forma coherente y continuada. Nuestro trato con Dios y con los demás nos indicará la autenticidad de nuestro SÍ.  Digamos sí, hagamos sí. Demos a las personas que conviven con nosotros una segunda oportunidad cuando se equivoquen.

José Antonio Sosa Sosa,
delegado diocesano de Pastoral Social y Promoción Humana

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