Gran conocido como capellán del Recre fue D. Antonio Bueno. Después esa figura quedó desierta durante un tiempo hasta que llegó usted. ¿Cómo fue todo?
Pues sí, los años de D. Antonio Bueno fueron de mucha cercanía al club y, en ese sentido, él decía que cuando lo dejara me iba a pasar el testigo y le decía que sí, porque yo era “hijo del cuerpo” (risas). Él se resistía a dejarlo. Decía que aguantaba hasta el final y así lo hizo. Después de un tiempo sin cubrir la capellanía, recibí un día la llamada de uno de los consejeros delegados para proponérmela. Llamé al Obispo por si tenía algún inconveniente y me dijo que no, entonces, ahora vivo desde esta dimensión los colores que en otro tiempo viví con mi padre cuando era jugador del equipo. Es una situación entrañable y, para mí, afectivamente interesante e importante.
Su padre fue portero del Recre. Lo ha vivido todo desde pequeño…
En mi casa, los colores del Recreativo eran una seña de identidad. Retomarlo ahora desde esta dimensión –uno no tiene esas cualidades para el deporte- es muy interesante, porque se puede aportar y descubrir todos los valores que el deporte lleva consigo y también poder ofrecer una dimensión trascendente, que no es poco importante.
¿Cómo está viviendo estos momentos?
Con menos disponibilidad de la que desearía y quisiera porque, al llevar dos parroquias, los horarios no son muy compatibles a la hora de estar con el club y con los jugadores. De todas formas, en la medida de las posibilidades, nos distribuimos el tiempo y en los momentos importante intento estar. Por lo tanto, es una labor de presencia y de oración. Se trata de tomar conciencia de que el Decano es una seña de identidad en nuestra ciudad, un elemento crucial para el desarrollo cultural de todo aquel que se sienta onubense que, descubierto junto con otros elementos importantes para la cultura, como son la religión y la fe, la configuran en su dimensión trascendente. Es algo que debe integrarse no sólo en la persona, sino en la conciencia colectiva, porque en el deporte hay posibilidad de hacer presente la trascendencia a través de la competición y de los valores deportivos.
Alguna vez hemos escuchado decir al míster, José María Salmerón, que le gusta ir a El Rocío o que lleva una medalla todos los partidos, incluso a la grada escuchamos entonar la salve rociera…
La integración de los elementos culturales me parece vital, porque se asimilan como propios y van incorporando señas de identidad que van configurando la vida de los pueblos. En este sentido, creo que un equipo cohesionado, con entusiasmo, esperanza e ilusión y un buen líder que lo conduzca, es bueno considerarlo y más cuando hay una predisposición y disponibilidad también de apertura a lo que va más allá de lo puramente físico. En ese sentido, lo religioso se puede vivir en un campo de fútbol porque eso genera la comunión del equipo, el trabajo común, la cooperación de unos con otros, la renuncia para estar abierto siempre a las indicaciones de aquél que lidera el grupo, la humildad, y una serie de valores que puedan estar desdibujados en nuestra sociedad, pero que están muy integrados en el deportista.
¿Cree en la remontada?
Desde los planteamientos que hemos hecho con anterioridad no podemos, por menos, que ser junto con toda la afición, personas de esperanza. No se trata de un optimismo fatuo e inerte, sino de una esperanza que hace realidad lo que en ocasiones pueda parecer imposible. El esfuerzo, la motivación, el trabajo con la dosis necesaria de ilusión y amor propio puede conquistar altas cimas. Apuesto por los hombres que con un objetivo común se esfuerzan y trabajan por conseguirlo, por tanto, apuesto por el Recre y su afición.