Un quinario muy especial en las fiestas del Cristo de la Luz de Diezma

Diócesis de Guadix
Diócesis de Guadixhttps://www.diocesisdeguadix.es/
La diócesis de Guadix es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, erigida en 1492 y, según la tradición, procedente de la diócesis de Acci, fundada por San Torcuato en el siglo I. Su sede es la catedral de Guadix.

Durante estos días la parroquia de Diezma ha celebrado el quinario al Stmo. Cristo de la Fe como preparación a las fiestas del pueblo. En este quinario hemos reflexionado sobre la pobreza evangélica y la caridad cristiana en la Iglesia.

Puede que muchos digan: «¿Pobreza y caridad en la Iglesia? No me cuentes una película».

Por eso he querido contar a los files de Diezma no una, sino dos películas.

En 1961 el cineasta Luis García Berlanga rodó su película «Plácido». Es la historia de la iniciativa «Siente un pobre a su mesa» llevada a cabo por un grupo de señoras adineradas que quieren hacer una obra de caridad invitando a algún indigente del barrio a la cena de Nochebuena en su propia casa, ayudadas por el patrocinio de una marca de ollas de cocina. La película es una obra maestra de nuestro cine, cargada de humor negro y críticas mordaces a cierta forma de ejercer la caridad que busca más tranquilizar la propia conciencia que procurar atender las necesidades primarias de los más necesitados.

Ver esta película supone un auténtico desafío para todos aquellos que tratamos de practicar la caridad según el mandato del Señor. Hay que recibirla con apertura de espíritu y meditarla bien. Nunca es fácil aceptar las críticas, sobre todo si están hechas de un modo tan inteligente y directo como en «Plácido», pero hay que reconocer que ellas nos ayudan a madurar y a progresar.

Realmente en los últimos tiempos, gracias a críticas como la de Berlanga y a muchas otras que han dado la voz de alarma durante décadas, la Iglesia ha modificado mucho su manera habitual de practicar la caridad, prefiriendo habitualmente la caridad sistemática y bien organizada y eficaz, frente a las obras puntuales y espontáneas de carácter meramente paliativo.

Tanto es así que el papa Benedicto XVI en su primera encíclica Deus Caritas Est quiso reivindicar de alguna forma el valor de los actos puntuales de caridad, que son expresión natural del amor incluso dentro de un orden social mayor y de unas instancias superiores de caridad organizada:

«Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad —la limosna— serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y acallen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad. Se debe reconocer que en esta argumentación hay algo de verdad, pero también bastantes errores […] El amor —caritas— siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa. No hay orden estatal, por justo que sea, que haga superfluo el servicio del amor. Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre. Siempre habrá sufrimiento que necesite consuelo y ayuda. Siempre habrá soledad. Siempre se darán también situaciones de necesidad material en las que es indispensable una ayuda que muestre un amor concreto al prójimo» (Cf. DCE 26.28b).

No es razonable concebir, pues, una caridad viva y organizada institucionalmente que no se manifieste o se concrete también en forma de actos puntuales y espontáneos de caridad; es la manifestación más natural e inmediata de un amor verdaderamente humano que no es esclavo de ningún sistema, de ninguna burocracia, y que excede el marco rígido de cualquier institución.

Y es que las instituciones de caridad, o la caridad institucional, también tienen sus problemas y sus deficiencias. Hay otra película, también del año 1961, y también dirigida por otro Luis, que trata abiertamente este tema, con una buena dosis de surrealismo y crítica ácida y despiadada. «Viridiana», de Luis Buñuel, es una coproducción hispano-mexicana que se suele contar entre las joyas del cine de todos los tiempos. Narra la historia de Viridiana, una joven novicia que antes de profesar y entrar definitivamente en el convento, retirándose para siempre del mundo, visita a su tío, un viejo adinerado y viudo que vive en una mansión inmensa y que había costeado sus estudios. Cuando éste muere, Viridiana decide abandonar la vida religiosa y marcha a la casa de su tío para gastar su fortuna en favor de los más necesitados del lugar. Pronto se congrega alrededor de ella un nutrido grupo de vagabundos y menesterosos, a los cuales atiende abnegadamente proporcionándoles gratuitamente la manutención diaria. Hasta que un día Viridiana, queriendo dar un paso más en el ejercicio de la caridad, decide ponerlos a todos a trabajar en la propia hacienda para que se ganen su sustento. Se trata de una de las secuencias más hilarantes de la película, cuando los vagabundos se miran desconcertados preguntándose: «¿Trabajar? ¿Para qué? Si ya comemos gratis cada día…».

Naturalmente el desastre no tarda en llegar, cuando los mismos que se beneficiaban de los frutos de esta caridad un tanto silvestre de la joven sobrepasan todo límite y destruyen este pequeño paraíso paternalista que había surgido casi de la nada para ellos. Y muerden la mano que les daba de comer. Buñuel plantea aquí algunos de los temas clásicos de su cine y de su pensamiento: la imposibilidad de la santididad y la necedad del humanismo cristiano. Lo mismo que «Plácido», y aún más si cabe, por la mayor virulencia del lenguaje cinematográfico de Buñuel, ver «Viridiana» es también todo un reto para el cristiano; por tanto, también una ocasión óptima para reflexionar sobre nuestras instituciones de caridad. Pero como suele ocurrir siempre, la realidad supera con creces a la ficción. Toda persona que haya tenido experiencias de colaboración en Caritas o en cualquier organización humanitaria o caritativa conocerá, sin duda, casos de personas, grupos o instituciones que han intentado aprovecharse indebidamente de la caridad y la solidaridad de la organización, de modo que a menudo se hace muy difícil distribuir justamente los limitados recursos de que se dispone para atender multitud de necesidades apremiantes. Con razón leemos en el Evangelio: «Sed astutos como serpientes» (Mt 10, 16). Pero dice también: «Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo (Lc 6, 36), que hace salir su sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos (cf. Mt 5, 45).

Quizá sea éste el precio que hay que pagar por tener en la Iglesia un signo tan perfecto como la caridad en un mundo aún injusto. Es el gran problema de todos los signos que anuncian en este mundo imperfecto la perfección del Reino nuevo que Dios nos ha prometido y que Jesucristo ha venido a traernos, pero que está todavía en crecimiento. La caridad actual de la Iglesia, con todas sus deficiencias y posibilidades de mejora, y con todos los abusos que sufre, tiene que seguir adelante con la fuerza del Espíritu Santo como signo eficaz de ese mundo nuevo al que todos los hombres están convocados. Por eso, más que la picaresca que tantas veces se aprovecha de la caridad cristiana, me preocupa personalmente el hecho de que este signo sea inteligible o sea totalmente opaco, que sea evangelizador o escandalizador, que estemos realizando obras verdaderamente buenas o simplemente haciendo el más espantoso de los ridículos. ¿Realmente nuestra caridad personal y comunitaria, nuestros gestos espontáneos y nuestras instituciones caritativas, llevan a cabo una evangelización eficaz, anuncian explícitamente la Buena Noticia del Dios-con-nosotros y por-nosotros revelado en Jesucristo y presente en la Iglesia? Es fácil caer en un activismo asistencial que simplemente busque la promoción meramente humana en sí misma, y no como signo de algo más. Es fácil caer en el paternalismo que obstaculiza la maduración de la persona y crea lazos duraderos de dependencia, en lugar de romper cadenas y esclavitudes, como es propio de los testigos de la Resurrección de Cristo.

El cual, y esto ya no es una película, «siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2 Cor 8, 9). Aquí en Diezma contemplamos esta pobreza mediante la imagen del Cristo de la Fe, la imagen de Jesús despojado de todo e inmovilizado ya sin vida en la cruz, como signo máximo del abatimiento y la pobreza. En este quinario de Diezma hemos querido profundizar en el Misterio de Cristo. Sólo mirándolo a Él, hecho pobre por nosotros, podremos los cristianos vivir la pobreza evangélica, asumir constructivamente las críticas que el mundo pueda hacernos, progresar cada día en la caridad y el amor y ponerlos en práctica con todos y para todos.

Pablo Rodríguez Cantos,

administrador parroquial de Diezma

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