
El evangelista Lucas, una vez que Jesús ha sido bautizado en el río Jordán, nos traslada en el espacio y en el tiempo a otro escenario bien distinto: el desierto en el que permanecerá cuarenta días.
El desierto, además de ser un lugar físico de soledad y hostil para la vida, Lucas nos lo muestra alegóricamente como la experiencia espiritual de Jesús en su combate contra el mal, del que sale vencedor al superar las tentaciones.
El desierto también forma parte de la vida de fe de todo creyente, cuando sentimos nuestras debilidades humanas y la acción del Espíritu Santo que nos transforma para crecer en santidad.
Jesús es puesto a prueba con tres tentaciones que engloban todas las demás tentaciones. En la tentación del pan, Jesús siente hambre de Dios y que su verdadero alimento es la Palabra divina, renunciando a otras formas de satisfacción mundanas. En la segunda tentación, Jesús rechaza el poder y el éxito frente al servicio y la entrega a Dios y a los demás. La tercera tentación consiste en no aceptar la grandeza de Dios frente a la confianza plena en él y en su voluntad.
Jesús abandona el desierto para iniciar su misión del Reino de Dios, y, durante el resto de su vida hasta su muerte en cruz, va a tener que optar por llevar a cabo esta misión hasta las últimas consecuencias o abandonar el proyecto de Dios. Jesús va a permanecer fiel al reino hasta el final, gracias a su amor y obediencia al Padre.
Emilio J., sacerdote
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