La verdadera misión de cada uno en la vida suele llegar después de muchos años. Se puede incluso morir sin ser consciente de ella, pero habiéndola realizado. Se trata de la misión personal y única que Dios nos ha reservado desde toda la eternidad.
Hay excepciones. Y se les conoce, porque son personas que a edad muy temprana, con frecuencia en la adolescencia, toman conciencia de su vinculación y pertenencia absoluta al Señor y desde esta experiencia, configuran toda su existencia.
San Pedro Poveda fue uno de estos privilegiados. Todas sus biografías resaltan la temprana atracción de Pedro Poveda por el sacerdocio. Su juego preferido de niño era el de decir misa. Y como bien escribe María Dolores Gómez Molleda, una de sus mejores conocedoras, para el niño Poveda no era un juego solamente «estaba cumpliendo un primer acto de fidelidad a su destino» Nació, podemos decir, para ser sacerdote. Sus últimas palabras antes de partir para el martirio fueron: «soy sacerdote de Cristo». La vocación sacerdotal configuró su ser hasta no poderse comprender fuera de ella: «Señor, – escribe él – que yo sea sacerdote siempre en pensamientos, palabras y obras.
Y esta vocación jamás desmentida en Pedro Poveda cristalizó, según su propia expresión, en «un género de apostolado», con la intensidad de una llamada concreta y nueva, que no era sino una opción radical por el hombre, sin excluir a nadie. Acompañar a cada uno para que llegase a ser el hombre o la mujer que Dios soñó al crearlo «… ¿Destruir lo humano, jamás? ….Lo humano perfeccionado y divinizado, porque fue henchido de Dios….La Encarnación bien entendida, la persona de Cristo, su naturaleza y su vida dan, para quien lo entiende, la norma segura para llegar a ser santo, con la santidad más verdadera, siendo al propio tiempo humano, con el humanismo verdad.».
Su antropología, como ha escrito Ángeles Galino, le condujo a problemas educativos ampliamente entendidos, lo que él denomina «formar al hombre». La educación para Pedro Poveda ocupa un lugar central en la lucha por la promoción de la persona.
El 11 de febrero de 1902, miércoles de ceniza, Pedro Poveda comenzó la predicación de una Misión popular en el barrio alto de las Cuevas, hasta ese momento abandonado de toda atención pastoral y considerado por la población de la ciudad de Guadix como un gueto de miseria y exclusión.
Acción profética la de aquél joven sacerdote, por lo que entraña de atreverse a «pasar a la otra orilla», la de los excluidos, para hacer de puente entre dos lugares sociales hasta entonces difíciles de reconciliar. Y llega a más, no sólo a subir a dar una catequesis, sino a alquilar una cueva para permanecer más cerca de los cueveros, sin abandonar, al mismo tiempo, sus múltiples tareas (profesor y más tarde Director espiritual del Seminario; Secretario del Obispo; confesor ordinario de religiosas…) en el Guadix urbano, al que descendía cada mañana, con el corazón cargado de rostros que reclamaban no sólo pan, sino educación.
A impulsos de una llamada irresistible, se acerca y se deja afectar por las situaciones de miseria que le rodean. Ve en el pobre una dignidad indestructible que grita justicia. En los niños sin escuelas, no una plaga, sino una esperanza de futuro que hay que cultivar. «No se avergüenza de llamarles hermanos», como dice el autor de la Carta a los Hebreos de Cristo, ni de pedir en su nombre a todo el que pudiera ayudarle a acometer la obra de la Fundación de las escuelas del Sagrado Corazón que tienen por objeto –escribe Poveda- proporcionar enseñanza gratuita, alimentar y vestir, en cuanto es posible, a las clases proletarias.
Su mirar está cargado de cuidado y amor y hasta de pasión: «si hay que velar, se vela; si hay que sufrir, se sufre; si hay que morir, se muere…». Es una mirada que no le coloca en la pasividad o impotencia, sino que le lanza a apresurar la llegada del Reino entre los pobres. Comenzar haciendo, pide a sus colaboradores.
Convencido de que Dios humaniza, de que su acercamiento es bueno para el hombre, y de que «el fundamento de la educación y la base de todo progreso moral y material es Jesucristo (…) lo primero que hicimos fue instalar el Santísimo Sacramento en nuestra Ermita».
Pero para San Pedro Poveda el ámbito de este acercamiento de Dios -su Encarnación- no es sólo, ni principalmente el culto, sino la vida y la historia de los hombres y mujeres concretos en todo lo que necesitan de pan, de educación y de vida digna. Sin generar servidumbre. Cada uno debe tomar en peso su propia formación. Pero debe ser acompañado. ¡Qué bien lo expresó sin saberlo, «Juanico», un gitano de las cuevas que a su edad avanzada recordaba lo que supuso P.Poveda para ellos: Yo le digo a usted que aquel hombre se despepitaba por dar crianza a los niños…Vamos, que si no se va Don Pedro de aquí, yo sería un hombre…Yo no he visto a nadie que tenga un corazón tan hermoso como él tenía»
Don Pedro, como le llamaban, no pensaba dejarles. Tuvo que abandonar Guadix: «poniendo la mira en el bien de los demás y en el mío propio…Hubo momentos en que todo se concertó contra mí», escribe muchos años después, en notas confidenciales. Y es que como buen seguidor de Jesús, no podía ser más que su Maestro. El mundo de los «sanos y puros», que teme contaminarse, se opuso entonces, como se opone ahora, a ese «acercamiento», a esa salida a las periferias existenciales, como no cesa de urgirnos el Papa Francisco, a esa humanidad tan humana de Dios, que desde su Encarnación no puede continuar siendo Dios, sin ser verdaderamente hombre. Por eso Jesús «pasó haciendo el bien», es decir, reorientando desde dentro todo el entramado de relaciones humanas, incluidas la religión, en sintonía con los valores del Reino de su Padre que El vino a anunciar.
Quienes siguen a Jesús y se sitúan con El, desde El y en la dirección de El, se disponen a la persecución y al martirio.
Alguien ha escrito que «el amor resucita donde muere de compasión». La muerte martirial de San Pedro Poveda, en Madrid, un 28 de julio de 1936, por testimoniar su fe en Jesucristo, tiene su preámbulo en Guadix, como gesto que anticipa y explica lo que será toda su vida: hacer presente la bondad de Dios entre los hombres. «Allí fui el instrumento de Dios para muchas cosas buenas; pero instrumento de Dios y nada más».
Este sentirse instrumento en las manos de Dios que es el artista, es el secreto del aguante sin límites del humildísimo Pedro Poveda.
Y los frutos de resurrección lo celebran tantos hombres, mujeres y niños que en los cuatro continentes donde trabaja la Institución Teresiana , la Obra que él fundó, recrean esta manera de amar, creíble y atrayente, como quería el Fundador: «Como vuestra misión ha de ser de atracción, vuestro espíritu ha de ser atrayente; para conseguirlo necesitáis sacrificaros mucho y amar mucho. Si no os sacrificáis, no podréis aparecer amables; y si no amáis no prodigaréis beneficios. Haced amable la virtud».
Escribo estas páginas teniendo en el corazón tantos rostros de hermanos que llegan a Europa, pidiendo asilo, con la mirada perdida y las marcas del sufrimiento y la humillación; países humillados y destrozados por la miseria y la guerra.
Una cosa es cierta, San Pedro Poveda no habría quedado indiferente, como no lo fue en Guadix. ¿Qué tales habremos de ser? Interpelaba Santa Teresa a sus monjas en tiempos de crisis. Así son los santos.
La persona y la obra de Poveda inspiran y dan nombre a infinidad de Proyectos que la Institución Teresiana promueve por los cuatro continentes donde está presente. Un grupo de niños de la calle con los que trabajamos en Kinshasa capital de la RDC, al hablarles de Pedro Poveda y mostrarle una foto en la que él está con los niños en las Cuevas de Guadix, espontáneamente se dieron el nombre de ‘bana ya Poveda ‘, en Lingala ‘los niños de Poveda’. Este nombre significa para ellos, poderse identificar ante sí mismos y ante la sociedad que los mira con rechazo, no por lo que no son, los niños de nadie, sino por lo que son y están llamados a ser: personas honradas, dignas y con un futuro que les pertenece.
Termino con la reflexión de un profesor de la Universidad de Kinshasa, Bonifacio Mabonzo: «En el contexto del Congo hoy, la vida y la acción de San Pedro Poveda en Guadix tienen una significación particular y nos interpelan profundamente…..su compasión por los más humillados y desfavorecidos, y su voluntad de ponerse, como sacerdote, al servicio de la dimensión social de la educación del pueblo, es para nosotros ejemplar. Para mí, Pedro Poveda es el padre de los más pequeños, de las víctimas inocentes de tantas injusticias sociales. Este compromiso, llevado hasta el amor extremoso: el martirio, no puede nacer sino de su unión profunda con Cristo. Yo puedo decir que los lugares, los aniversarios y los acontecimientos de la vida de San Pedro Poveda despiertan, orientan y fortifican nuestra misión y nuestra vocación. «
Maribel Sancho