Una vida enraizada en la Eucaristía

Carta Pastoral del Obispo de Guadix, Mons. Ginés García, en la Jornada Pro Orantibus. Querido Diocesano:

El próximo domingo, día 30, celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad; desde el Misterio de la Iglesia nos introducimos en el Misterio mismo de Dios que es Trinidad. El único Dios en el que creemos es amor, amor que es comunión tal como lo expresamos en nuestra fe en la Trinidad Santa, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es éste el centro del credo que profesamos, de la fe que celebramos, de la fe que vivimos.

La Santísima Trinidad no es algo abstracto, algo que sólo pueden conocer los sabios o los versados en teología; Dios es para todos, y desde un corazón sencillo y confiado se puede llegar a Dios, se puede vivir en Él, porque de estos se trata de vivir en Él; el saber no es más que una vía para llegar a la vida. De nada serviría saber si no se viviera; de aquí que la oración, que nos lleva al conocimiento de Dios, nos hace vivir y gustar de Dios mismo.

Por todo esto, la Iglesia ha querido que en esta solemnidad recordemos, haciéndolos especialmente presentes, a esos hermanos y hermanas nuestros que tienen como vocación la vida contemplativa. Los contemplativos son esa iglesia que no se ve pero está, que no hace ruido en los medios de comunicación, pero son esenciales para que la Iglesia siga en su servicio a los hombres; son el recuerdo constante de que lo que ha de buscar todo cristiano, y la Iglesia misma es la gloria de Dios. Es éste un día para reconocer y agradecer, de un modo especial, la riqueza que para la Iglesia suponen los contemplativos, el patrimonio espiritual que supone para cada una de la iglesias particulares tener en su seno los carismas de la vida contemplativa.

Este año, y con motivo del Congreso Eucarístico Nacional que celebraremos en Toledo en esos días, el lema que se ha elegido para esta Jornada es : “’¡VENID ADORADORES!. LA VIDA CONTEMPLATIVA, CENÁCULO EUCARÍSTICO”.

La Iglesia es esencialmente cenáculo; es lugar donde se vive y se encuentran los hermanos, es donde el Señor se hace presente y nos trae su paz, donde nos da el don de su Palabra y se sigue ofreciendo en el alimento de su Cuerpo y Sangre. La Iglesia es Cenáculo de puertas y ventanas abiertas porque a ella ha llegado la fuerza del Espíritu que ha acabado con el miedo que atemoriza. La Iglesia es  Cenáculo porque está el Señor, porque es lugar de misión, porque las enseñanzas de los apóstoles le dan la garantía de fidelidad al único Señor; en fin, porque está María orando con nosotros, orando por nosotros.

Y estos cenáculos se hacen palpables en las comunidades de los frailes y monjas contemplativas. Sus casas son cenáculos de presencia del Señor, se escucha en el silencio –porque el verdadero silencio es sonoro-, se ora, se contempla, se adora, se sirve sencillamente a los hermanos con el trabajo bien hecho y, especialmente, con la oración  por todos, por cada uno. La Eucaristía es el corazón de los monasterios contemplativos, como lo es de la misma Iglesia. Por eso, en los monasterios se cuida la liturgia como alabanza a Dios, se celebra la eucaristía cada día con solemnidad, se adora al Señor en el misterio eucarístico.

En nuestra diócesis existen cuatro monasterios de monjas contemplativas; en Guadix, las madres Clarisas y las Concepcionistas Franciscanas, y en Baza y Huéscar, las Dominicas. Estas comunidades de monjas son los pulmones de nuestra iglesia, por ellas respiramos el aire puro del Espíritu. Desde aquí las animo a seguir adelante en la bella misión que el Señor les ha encomendado; son María, las que “han elegido la mejor parte”.

A todos os pido, queridos hermanos, que recemos por aquellos que rezan por nosotros; que estemos cercanos a estas hermanas con nuestro afecto. Os invito a compartir con ellas algunos momentos de oración –en los monasterios se respira paz, porque se respira a Dios-. Ayudemos a nuestros contemplativos.

Pido al Señor de la mies que nos envíe vocaciones a la vida contemplativa. Me atrevo a hacer una llamada a las jóvenes para que se atrevan a seguir al Señor en esta vida de contemplación, no se van a sentir defraudadas, van a ser inmensamente felices.

Quiero terminar con unas palabras del Siervo de Dios, el Papa Juan Pablo II: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el arte de la oración, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis querido hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!” (Ecclesia de Eucharistia, 25).

Que María, la mujer contemplativa, mujer eucarística nos acompañe en la contemplación de la Trinidad Santa.

Con mi afecto y bendición.
 
+ Ginés García Beltrán
Obispo de Guadix

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