«Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino» Día del Seminario 2022

Queridos hermanos, sacerdotes, consagrados y fieles laicos,

En la solemnidad de San José, celebramos el Día del Seminario. El esposo de María es el Patriarca de la Iglesia universal, modelo de los padres de familia, patrono de la buena muerte y protector de las vocaciones al sacerdocio ministerial. En sus manos se formó el Sumo Sacerdote de la nueva Alianza, Jesús. Y en sus manos la Iglesia pone a quienes, habiendo recibido una vocación y misión parecida a la de San José, prolongan en la historia la presencia viva de Cristo Redentor en favor de todos los hombres, los sacerdotes.

La campaña de este año viene enmarcada en el contexto del Sínodo universal que vive toda la Iglesia y de ahí su lema, “Sacerdotes al servicio de una Iglesia en camino”, que destaca el gran don de peregrinar unidos en Cristo, Buen Pastor, Sumo y Eterno Sacerdote. La vida sacerdotal es una necesidad propia de un pueblo que se siente peregrino y quiere guías que le ayuden a encontrarse con el Misterio de la vida. Este Año Santo Compostelano y aún en pandemia, nos anima a ponernos en camino, a salir de nuestras zonas de confort y a colocar nuestra vida en «modo sínodo», es decir, trabajar para que sintamos la fuerza de la comunidad que busca colocar en el centro de su vida a Cristo Resucitado. Es un camino que no hacemos en solitario. Recordando el episodio de los discípulos de Emaús (Cfr. Lucas 24, 13-31), vemos que es un camino que nos pone en la misma ruta de otros hermanos, es decir, caminamos con Él y a la vez con aquellos que se sienten llamados a una misma misión. El Seminario, como aquella experiencia que vivieron los de Emaús, es un tiempo significativo para la vida de un discípulo, tiempo fuerte de búsqueda y de encuentro con Cristo, camino que no lo elegimos, sino que lo aceptamos, es un don, un regalo del Espíritu. Es un tiempo de formación y discernimiento, de hacerse preguntas y descubrir en el Señor sus respuestas, como los de Emaús que depositaron sus vivencias, miedos, dudas, inquietudes en las manos del Espíritu del Resucitado que había querido recorrer el camino junto a ellos. Sólo en el encuentro personal con Él se comprende la llamada y se acepta que la misión no es iniciativa propia, sino consecuencia del envío del Señor, que es quien elige, llama y envía. Como nos dice San Agustín, «Vosotros, si os habéis puesto en camino, es porque antes ya habéis presentido un encuentro y una llamada», «Tú no me hubieras buscado, si yo no te hubiera encontrado».

Todos valoramos la necesidad en nuestra vida de un sacerdote que nos acompañe y nos indique el Camino, la Verdad y la Vida. En nuestras comunidades parroquiales e instituciones diocesanas hemos de poner de manifiesto la solicitud de todos por el Seminario y nuestro trabajo que acompaña la oración por las vocaciones sacerdotales. Pidamos al Dueño de la mies que envíe trabajadores a sus mies. Oremos constantemente por las vocaciones al sacerdocio, por los que han sido llamados para que perseveren y sean fieles, y por los que serán llamados para que respondan con prontitud y generosidad. Necesitamos a Cristo, por eso necesitamos sacerdotes. Como decía San Juan de Ávila, Patrón de los sacerdotes y maestro de santos, «Negocio es de Dios, y tan suyo, que no hay cosa en la tierra en la cual ponga Él sus sacratísimos ojos con tanto cuidado y favor como en la vocación y justificación y guarda de sus escogidos.(…) Todas las cosas crió Dios por causa de los escogidos, y la salud de éstos nos encomendó Él en nuestras manos, para que los llamemos, esforcemos y ayudemos a colocarlos en el cielo» (Carta 1, Obras Completas, IV, pg. 14).El sacerdote es Cristo mismo en medio del rebaño, predicando su Palabra, presidiendo a la comunidad sacramentalmente y guiando hacia los pastos seguros de la vida eterna a todos los cristianos.

En nuestra Diócesis hemos de dar gracias por la respuesta decidida de quienes se están preparando para servir sacerdotalmente y dedicar su vida a acompañar a las comunidades al encuentro del Señor, para el servicio de la Diócesis y la Iglesia universal. El Día del Seminario es ocasión para esta acción de gracias por nuestros seminaristas mayores y por los niños y adolescentes que se preparan en el seminario en familia. En esta jornada, la Iglesia nos propone que los conozcamos y recemos por ellos, por sus formadores y para que no falten nunca jóvenes dispuestos a seguir la llamada al sacerdocio. La Iglesia necesita sacerdotes santos y por eso ha de prepararlos bien. El descenso de la natalidad y la gran secularización de nuestro mundo, hace descender el número de jóvenes que acuden al Seminario para prepararse al sacerdocio, por lo que debemos redoblar constantemente nuestra oración al Señor.

El Día del Seminario es ocasión propicia para dar gracias a todos los bienhechores, que con su oración, acogida, cercanía y apoyo económico hacen posible seguir haciendo camino. Especialmente demos gracias a los sacerdotes que trabajan por dejar un relevo sacerdotal en la Iglesia. De entre las tareas principales de los presbíteros está la promoción de las vocaciones sacerdotales en nuestra Diócesis, dando testimonio personal de la alegría de la vocación recibida, que nos hace felices. La decisión de un seminarista para seguir a Cristo, suele tener el buen espejo de un buen párroco cercano que ha sabido acompañar los deseos profundos de un corazón inquieto. Y junto a los sacerdotes, tenemos el papel imprescindible de las familias cristianas, verdadero semillero de todas las vocaciones cristianas, como nos recuerda el Papa Francisco en este Año de la Familia Amoris Laetitia.

Sea nuestra plegaria incesante para que el Señor nos siga bendiciendo con sanos y santos seminaristas, corazones generosos, que quieran entregar su vida en el ministerio sacerdotal, en su Iglesia. Hacemos nuestra la oración para esta jornada del Día del Seminario: «Te pedimos que envíes sacerdotes/ que caminen hoy junto a aquellos/ que convocas en tu Iglesia;/ que nos fortalezcan y consuelen/ con la unción del Espíritu Santo;/ que nos animen e iluminen/ con la predicación de tu Palabra;/ que nos alimenten y sostengan/ con la celebración de la Eucaristía/ y la entrega de su propia vida.»

Con esta confianza, le pedimos a San José y a Santa María, Madre de las Vocaciones, que, en este Año diocesano del Corazón de Jesús, interceda por cada una de nuestras súplicas.

Con mi afecto y bendición.

+Francisco Jesús Orozco Mengíbar
Obispo de Guadix

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