Homilía en la Festividad de Santa Bárbara, patrona de Baza

Mons. Ginés García Beltrán, en Baza, el 4 de Diciembre de 2014.

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

El patronazgo de santa Bárbara sobre la Ciudad de Baza que hoy celebramos, trae a nuestra memoria un momento importante de su rica historia, que nos ha de servir para vivir el presente, siempre abiertos a un futuro, que todos esperamos mejor.

Quiero traer hasta aquí el memorial que la Ciudad vivió ayer, como todos los años. Me refiero a la tradición del «¡Baza!.. ¡Qué!». Como todos sabemos, este gesto recuerda el momento en que sobre la muralla de la Alcazaba un alférez del rey ondeó el estandarte real, al grito de -«¡Baza! ¡Baza! ¡Baza!, Por los muy altos y poderosos reyes don Fernando de Aragón y doña Isabel de Castilla». Era el 4 de diciembre de 1.489, fiesta litúrgica de santa Bárbara, mártir cristiana del siglo III, bajo cuyo patrocinio los Reyes Católicos pusieron la Ciudad.

Las páginas de nuestra historia no son, al menos no deberían ser, un mero recuerdo de algo que ocurrió en un momento determinado, y que hoy interpretamos desde la perspectiva y con las categorías de este momento. La historia se hace presente para mostrarnos nuestra propia identidad, el porqué de lo que somos, ayudándonos así a encarar el futuro con esperanza.

Por eso, el ¡Baza!…¡Qué! de cada año, no sólo es legítimo, sino hasta necesario. La llamada del alférez es el grito que despierta y que interpela a un pueblo. Es como decir, ¿existes?, ¿estás?, ¿qué dices de ti mismo?; a lo que responde la voz del pueblo con el anuncio de que seguimos caminando. Baza sigue caminando, es el mensaje más hermoso de esta conmemoración. Baza es una realidad presente y gozosa.

En esta fiesta, y en la celebración de la Eucaristía, yo también quiero elevar mi voz para decir: Baza, ¿quién eres? ¿cómo construyes? ¿sobre qué base construyes tu presente y tu futuro?. Mi grito es una interpelación inspirada en el texto evangélico que acabamos de escuchar.

Soy consciente que vivimos en una sociedad plural y compleja, donde las voces son muchas y no siempre sinfónicas. Frente al peligro de la exclusión del otro, de cualquier voz en razón de la diferencia en el pensar, sentir o creer, quiero expresar mi convencimiento que sólo construiremos un mundo mejor, una ciudad más justa, si somos capaces de escucharnos, de reconocer la presencia del otro y caminar juntos.

Para los creyentes la Palabra de Dios es luz en el camino y fuerza de sentido en los retos con los que nos enfrentamos cada día. Por eso, al escuchar lo que Dios nos dice os propongo algunas consideraciones inspirando en esta misma Palabra de vida y salvación.

El Evangelio nos habla del hombre sensato y del necio. El secreto de la diferencia podemos decir que está en los cimientos sobre el que construye. El que lo hace sobre roca es prudente, pues la casa está bien asentada y nada ni nadie la hará mover. Sin embargo, el que construye sobre arena, lo hace sobre un terreno que es débil, no tiene fundamento, por eso, a la menor embestida, en la dificultad se vendrá abajo.

Esta Palabra es una interpelación directa al oyente: Tú, ¿sobre qué construyes? ¿lo haces sobre roca o lo haces sobre arena? Es buena pregunta para que cada uno se responda en su interior. No hemos de mirar a nadie, ni poner excusas que me justifiquen o justifiquen mi modo de obrar, porque es una pregunta personal e íntima, que espera una respuesta también personal e íntima. Si construimos nuestra vida sobre cimientos frágiles, sobre ideas pasajeras o sentimientos que vienen y van; si el criterio es la moda o lo políticamente correcto; si el centro no está en el hombre y en su dignidad, el edificio de mi vida se caerá, es cuestión de tiempo. Pero, si, por el contrario, construyo sobre convicciones sólidas, sobre una vida honesta y coherente, sobre una fe sincera y comprometida, sobre la defensa de lo verdaderamente humano, entonces nada tirará el edificio de mi vida.

Y, ¿quién construye así?. Lo ha dicho el Señor: el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. Fijaos que tanto el prudente como el necio escucha la Palabra, la diferencia está en que vive según lo que escucha o no lo vive. Es una invitación a todos los creyentes a vivir según lo que creemos. No podemos creer en Dios y vivir como si Dios no existiera. La fe no puede ser un adorno para los días de fiesta. La fe se tiene que ver en la vida, en la vida de cada día. El encuentro con Cristo es una experiencia que transforma y que cambia, cambia al creyente, y por él, cambia al mundo. Es hora de despertar, hemos de salir del sopor que nos domina y nos hace esclavos de nosotros mismos para afrontar los retos que como cristianos tenemos hoy. Fundamentados en Cristo podemos avanzar en el camino de la fe siendo testigos de un amor que no conoce límites porque no tiene límites.

Vivir según Cristo es apasionante, es vivir con pasión, la que exige la entrega generosa a los demás, la que muestra que no vamos solos, que el Señor nos precede y acompaña. Es la aventura de caminar, tantas veces contra corriente, mirando hacia adelante porque hay una meta, porque al final alguien nos espera. ¿Acaso no es esta la tragedia del mundo de hoy? Experimentar que nadie me espera, confundir cuál es la meta a la que nos encaminamos.

«Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo» (1 Cor 3, 10-11), nos dice San pablo. Es la vida la que se encarga de demostrarnos la calidad del material con el que hemos construido.

La profecía de Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura, traduce lo anterior, a la ciudad. «Tenemos una ciudad fuerte». La ciudad fuerte, según el profeta es la que confía en el Señor, la que tiene un pueblo justo que observa la lealtad, y con ánimo firme mantiene la paz. Es una llamada a confiar en el Señor, confianza que no se traduce en la inactividad por nuestra parte. La confianza en el Señor es una llamada a construir nosotros sin temor, sin miedo, llenos de confianza en la fuerza de Dios. La presencia de Dios es una llamada a mirar a los más pobres, a los humillados. En Dios los humildes y los pobres tienen voz y sitio en la mesa común, como repetimos en el canto de María, en el Magnificat, «dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos». La lucha contra la pobreza y la marginación, el trabajo en favor de todo hombre y de todo el hombre ha de ser una tarea que nos una a todos, sin distinción de ideologías o de credos. La Iglesia siente esto como vocación propia, por eso se ve rota cuando en su seno, no sólo no se realiza esta vocación sino que se la contradice.

Quiero tomar unas palabras del Papa en su reciente intervención ante el Parlamento europeo en Estrasburgo: «ha llegado la hora de construir juntos la Europa que no gire en torno a la economía, sino a la sacralidad de la persona humana, de los valores inalienables; la Europa que abrace con valentía su pasado, y mire con confianza su futuro para vivir plenamente y con esperanza su presente. Ha llegado el momento de abandonar la idea de una Europa atemorizada y replegada sobre sí misma, para suscitar y promover una Europa protagonista, transmisora de ciencia, arte, música, valores humanos y también de fe. La Europa que contempla el cielo y persigue ideales; la Europa que mira y defiende y tutela al hombre; la Europa que camina sobre la tierra segura y firme, precioso punto de referencia para toda la humanidad».

Es esto lo que hoy quiero decir y pedir también para Baza. Baza que tu qué sea un grito por la libertad y dignidad de todo hombre, por un presente y un futuro construido y vivido en común, por el fin de la lacra del paro, la pobreza y la marginación. Que tu qué sea un Que de fe y esperanza. Hemos de apostar por el diálogo so
cial que a nadie excluya; todos hemos de sentirnos sujetos, y sujetos activos del mundo, de la ciudad en la que vivimos.

Queridos hermanos y hermanas, no nos dejemos robar la esperanza. «La alegría del Evangelio es esa que nada ni nadie nos podrá quitar (cf. Jn 16,22). Los males de nuestro mundo —y los de la Iglesia— no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña (..) Aunque nos duelan las miserias de nuestra época y estemos lejos de optimismos ingenuos, el mayor realismo no debe significar menor confianza en el Espíritu ni menor generosidad» (EG, 84).

Santa Bárbara, mártir de Cristo, es ejemplo e intercesora en el camino de cada bastetanos. Su fe en el Dios trinitario, Dios amor, simbolizado en la torre con tres ventanas y su testimonio de amor hasta dar la vida, son hoy aliento para poner nuestra fe en Dios y vivir en medio de la Iglesia y del mundo como lo que somos: discípulos de Cristo, nuestro Señor.

Que María la Virgen, que aquí veneramos como Madre de la Piedad sea ayuda en nuestra vida y luz para el camino que realizamos como Iglesia, Pueblo de Dios.

+ Ginés, Obispo de Guadix

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